martes, febrero 28, 2006

Fe y religión de erratas

Donde dice dice, escriba debe decir, para que diga debe decir donde dice dice y nadie confunda el dice con el debe decir que debe decir donde dice dice. Pues donde debe decir debe decir dice dice, y nadie entiende, que lo que debe decir dice debe decir debe decir, no se vaya a voler la fe de erratas toda una religión...

lunes, febrero 27, 2006

Milagros lectores

Sin regularidad ni frecuencia los milagros existen y son propicios. Pocas veces suceden, cuentimenos, nos suceden redondos y perfectos, pero ayer me ha sucedido uno, menor, cotidiano, aunque en esa cotidianidad se cifra mucho del milagro de la lectura. Leo la grata recomendación del libro La soledad acogedora y, al ir camino a comprar el mandado, como decía mi infancia, decido detenerme en una librería. Descreo, casi siempre carecen de lo que busco. Además la editorial no está muy bien distribuida en México, aunque bien que mandaron ejemplares de una obra de la cual compartimos derechos, ellos para España y yo para México, y en la sección de filosofía, muy prendido el libro, listo para mi lectura. Ejemplar único. Así sucede, poco a poco consiguen sus lectores. De esos instantes, de esos milagros, está llena la conversación de los libros, la cultura, pues.

El cocinero Ding

El cocinero Ding descuartizaba un buey para el príncipe Wenhui. Se oía hua cuando empuñaba con las manos el animal, sostenía su mole con el hombro y, afianzándose con una pierna, lo inmovilizaba en un instante con la rodilla. Se oía huo cuando su cuchillo golpeaba cadencioso, como si hubiera estado ejecutando la antigua danza del Bosquecillo o el viejo ritmo de la Cabeza de Lince.
-Es admirable, exclamó el príncipe, Nunca había imaginado una técnica así.
El cocinero dejó su cuchillo y contestó:
-Lo que interesa a vuestro servidor es el funcionamiento de las cosas, no la simple técnica. Cuando empecé a practicar mi oficio, veía todo el buey ante mí. Tres años después, ya sólo veía partes del animal. Hoy lo encuentro con el espíritu, sin verlo ya con los ojos. Mis sentidos ya no intervienen, mi espíritu actúa como le parece y sigue por sí solo los lineamientos del buey. Cuando la hoja corta y separa, sigue las fallas y hendeduras que se le ofrecen. No toca ni las venas ni los tendones, ni la envoltura de los huesos ni, por supuesto, los huesos mismos.

Zhuangzi

domingo, febrero 26, 2006

David Irving, la libertad de expresión y el Holocausto

David Irving fue condenado a tres años de prisión por negar el Holocausto, sucedió en Austria, donde negarlo es un delito sancionado por la ley.

La mejor opinión sobre David Irving sería el silencio, pues bajo cualquier punto de vista es sencilla y llanamente un imbécil. Utiliza fuentes tendenciosas, evita las que lo contradicen y, en definitiva, no hace historia en el pleno sentido de la palabra sino historia ficción. Si David Irving dijera que La Tierra es plana o que La Luna es de queso, oraciones con el mismo valor de verdad que El Holocausto no existió, moveríamos la cabeza mientras en nuestro rostro aparece una sonrisa. Tonto. Quizá, más de uno, como la gente de mi pueblo, levantaría los ojos al cielo y diría: Ah!, que pendejo. Pero nadie lo metería a la carcel por decir que La Tierra es plana, se le argumentaría y, sobre todo, se le ofrecerían pruebas. No es una cuestión de opinión o fe.

Las oraciones, o los enunciados falsos, se rebaten por medio de argumentos llenos de hechos probados.

Redactar una ley donde se impone pena de cárcel a quien niega un hecho es punto menos que extraño. Encarcelarlo por publicar un libro idiota, es preocupante. Ahora, cierto historiador chino intenta demostrar que los chinos llegaron a estas tierras americanas antes que Colón, por medios harto sospechosos y con datos, digamos, interpretados con demasiada generosidad para su parte, pero nadie cree ni siquiera necesario encarcelarlo, allá él por decir tonterías.

Hay quienes creen que los mayas eran extraterrestres, o que en otra vida fueron un marrano, y no falta quien dice ser invencible, pero si serios, se les refuta, si enfermos, se les ayuda, si charlatanes, se les desenmascara.

Gravísimo que David Irving sea, desde cualquier punto de vista, un preso de conciencia. Gravísimo porque le hace un flaco favor a la democracia y a los derechos humanos. Nadie debe ir a la cárcel por sus opiniones, parece que ese derecho fundamental, cada día se nos olvida más.

Desde luego que los neonazis y sus revisionismos son preocupantes y hay que combatirlos, pero por medio de la razón, aunque suene tan démodé. Todas las discriminaciones y todos los abusos hacia minorías deben combatirse de muchas maneras, pero en las prácticas sociales. La legislación obliga a no discriminar, precisamente a quienes tienen la opinión de que cierta minoría o quienes tienen ciertas preferencias no merecen realizar tales o cuales actividades o labores, pues quienes no tienen esas opiniones, prejuicios, no precisan que la ley los obligue. Pero reciben pena por discriminar, es decir, por realizar una acción, no por sostener tal o cual opinión.

Las sociedades abiertas, democráticas, deben garantizar la libertad de opinión y circulación de las ideas de todos, no sólo de aquello con lo cual estemos de acuerdo. Debemos defender la libertad de hacer caricaturas sobre Mahoma, es decir, de expresar y sostener una opinión, como deberíamos defender la libertad de opinar que el Holocausto no existió. Ese es el precio. Y debemos rebatir a quienes sostienen opiniones tendencionas, o peregrinas, o agresivas.

En occidente es el Holocausto, en oriente Mahoma, en los dos hemisferios se les juzga y encarcela. ¿Cuál es la diferencia?

No he leído ninguna opinión de ningún editor occidental, vamos, ni siquiera del editor estadounidense sobre el caso de David Irving. Grave que esté en la cárcel. Desde luego que es legal, como legales son las fatuas. El problema en este caso no es la legalidad, el problema es su condena y encarcelamiento por tener una opinión.

A veces me parece que perdemos la brújula gravemente...

Para ser del todo claro, las opiniones de David Irving son ridículas, como ridícula es también la pretensión de que Mahoma es terrorista, pero eso no significa que no pueda alguien tener esas opiniones. Cuando los periódicos ponen como cabeza: Las caricaturas desatan una ola de violencia, están dándo la razón a los violentos, quienes desatan la ola de violencia no son las caricaturas, son quienes se indignan por las caricaturas...

En México el escritor Witz enfrenta un juicio por publicar un poema pésimo donde imagina a la patria entre mierda. Y esa imaginación ha sido catalogada, con el aval de la suprema corte, como injuria a la bandera.

Y casi todos los comentarios que escucho sobre el tema dicen, primero, que Witz es pésimo poeta, y segundo, que no es un ataque a la libertad de expresión. Que es pésimo, todo parece indicarlo, y de cierto el poema motivo del litigio es punto menos que horrendo, pero la libertad de expresión debe ser universal. Que se lo merece, no podemos estar de acuerdo bajo ninguna circunstancia.

Son tan ridículas las pretenciones de purezas y caminamos tan rápido hacia el autoritarismo en el mundo que a veces, en verdad, a veces siento que el futuro cada día se pone más obscuro...

sábado, febrero 25, 2006

Grafófagos

Los méritos de los editores, publishers, quizá sólo sean equiparables a los del mesero atento que lleva el manjar exquisito. Lo importante son los autores, todos los demás, editor, traductor, editor de mesa, corrrector, lector de pruebas, impresor, y etcéteras varios, parásitos de él. Claro, después los lectores... Pero hay que matizar, lo importante, incluso por encima de los autores, es la obra, el objetivo fundamental de la edición es publicar obras para sus lectores, para que esas obras logren encontrar en el espacio y el tiempo sus lectores y engendren lo que deban engendrar... Ni siquiera, pienso hoy, los autores son tan importantes, importantes en cuanto a vehículos, quizá, como medio para la obra. Así es, los editores somos quienes ponemos los manjares a disposición de los lectores, los comensales, los grafófagos, y en ese gesto radica nuestra grandeza y nuestra miseria. Porque hay épocas cuando editar ciertas obras no gusta a quienes tienen el poder, otras donde la sociedad casi toda está en desacuerdo y unas cuántas otras cuando es casi un acto de santidad llevar ciertos manjares a lugares donde muy pocos están en condiciones o en libertad de paladearlos.
Pero en la sociedad abierta, o más o menos abierta, editar no tiene ese aire de gloria y riesgo, y debemos intentar desarrollar nuevos gustos y llevar las conversaciones a ciertas obras o rescatar otras del olvido.Cuánto más abierta la sociedad, menos uniformidad debiera haber.
Y, claro, vivimos una época donde la repetición manda y el consumo reina, por lo cual se busca volver repetible, mensurable y dosificable la producción y reproducción de las obras, por mor de las ganancias. Pero no logran, como en mucho otras áreas, acabar con los pequeños. En la comida han intentado, pero perviven los buenos restaurantes pequeños. En la venta al menudeo lo han logrado con creces, los grandes almacenes han logrado quebrar a muchísimas tienditas y lo seguirán haciendo. En ropa, en calzado, en decoración, en fármacos, en muchos y variados menesteres han logrado crear un modo y una manera en que la utilidad aumenta y la diversidad dismunuye. No así en la gastronimía, no así en la edición. En el palcer y la fantasía mucho han logrado, y mucho más lograran. Claro, bien dice Hans Magnus Enzensberger, la industria editorial es la única en donde un filete mignon cuesta lo mismo que una hamburguesa. Hay que buscar caminos para llevar las obras a sus lectores, pero no como la parte fundamental, no como si la edición debiera sobrevivir pese a la extinción de las obras, todo lo contrario... Y debemos encontrar manera de llevar las obras a los lectores. Nuevas maneras, en las cuales, incluso, parezca que no existimos, maneras transparentes...

jueves, febrero 23, 2006

La toma de la Pastilla, de nuevo

Me sigo riendo, que la revolución francesa haya iniciado con la toma de la Pastilla me parece muy, pero muy divertido...

Editores...

¿Alguien recuerda el nombre del editor de Cervantes? ¿Del editor de Shakespeare? ¿De los editores de Sor Juana Inés de la Cruz, de Quevedo, de Juan Boscán? ¿Quién editó por vez primera a Efrén Rebolledo, a Octavio Paz, a Carlos Pellicer? ¿Quién apostó por Juan José Arreola, por José Saramago, por Fernando Pessoa? ¿A San Juan de la Cruz? ¿Quién editó por vez primera a Borges?

Lo que no debemos nunca olvidar es cuán poco pesa quién los haya editado, lo clave es su obra. En la edición, lo fundamental es la obra, incluso por encima del propio autor, pero eso no significa nada importante, como tampoco dónde compramos un libro para evaluar su calidad.

Lo grave es cuando no hay suficientes editores ni suficientes librerías. Grave para la cultura, desde luego.

Seamos honesto, dentro de 200 años no se recordará a ningún editor actual, como no recordamos ahora a ninguno de hace 200 años, y se recordarán a muy pocos, pero realmente a muy pocos autores. Las obras fundamentales son unas cuantas cada siglo y, al parecer, hay siglos hueros. Hace falta recordarlo ahora que tantos autores se sienten fundamentales y hay editores que creen estar escribiendo una novela con su catálogo...

miércoles, febrero 22, 2006

Llégame al precio

Tengo una mejor oferta para publicar, me dice hace unas horas un autor. Llégame al precio, me quiere decir. Y he pensado algunas horas sobre el asunto. ¿Todo debemos valorarlo en términos monetarios? No me preocupa que algunos autores se vayan a otro lado por dinero, muy su derecho. Me preocupa que todo sea asunto de dinero. Cuando el tiempo fue propicio para la edición de Trópico de Cáncer en Estados Unidos, James Laughlin pensó, y así se lo hizo saber al propio Miller, en que lo mejor para él era publicar en otro lado el libro, no en New Directions, pues por todo el escándalo podían ofrecerle mejores condiciones y, sobre todo, un adelanto más jugoso. Si ese fuera el caso, yo mismo le aconsejaría al autor irse a la otra editorial, pero no es el caso. Y recuerdo hace más de un año cuando Herralde vino a México con ánimo de comprar y todos, autores y autoras, estaban más que dispuestos a ser comprados. Dice Federico Campbell en su blog, refiriéndose a lo sucedido en la pasada feria de Guadalajara: ...se volvió a constatar que el escritor mexicano —y en general el latinoamericano— sigue esperando, necesitando y buscando la bendición de Europa: la aprobación editorial de la madre España para completarse como escritor. La legitimación literaria se consigue ahora en Barcelona, como antes en París. Por eso mientras el escritor de este lado no publica en España siente que no es.

El santo papa

Según dice la traducción del papa de la Ilíada, leo en una traducción que me acaban de entregar. La traducción del papa... Caigo en la cuenta, Pope‘s translation...

Santa madre de las apariciones misteriosas...

martes, febrero 21, 2006

El arte tampoco te salvará

El número de diciembre de 2005 de Vanity Fair, al cual llegué por medio de Casa del Ionesco, publica una excelente entrevista a Woody Allen. Extraordinaria por pesimista y dura. Tiene ya setenta años y, dice, tenerlos no es nada bueno, sólo queda claro el deterioro y la marcha hacia la muerte, cada día menos hábil y cada día más consciente de lo mucho que no pudiste hacer en la vida y de lo poco o nada que te queda. Y de nada sirve, para esos momentos, el arte. El arte, nos dice, tampoco te salvará.

Cuán perverso el mito de la caída, cuán permeable y difícil de extirpar, como cualquier cáncer...

Y... ¿qué es al final de cuentas un libro?

Borges, siempre citable, declara al libro, además de instrumento espiritual, extensión de la memoria. Pero en ese sentido estricto, en ese sentido popperiano del mundo 3, como con simplismo lo llamó, parecen ya no estar solos, tanto el libro como Borges.

Me pasé el día pensando en algunas notas distintivas del libro, y no he llegado a ninguna conclusión, sino a muchas dudas e, incluso, alguna que otra angustia, pero al menos puedo anotar lo siguiente:

1. Ventana al conocimiento. Es decir, en cuanto extensión de la memoria, nos permite tener a la mano la mayor parte del conocimiento producido por la humanidad. Claro, en este caso comienza a asomar la nariz la computadora en contraposición al mundo impreso.

2. Medio de entretenimiento. Cada vez pierde más ese carácter, pues existen desde la televisión y el cine hasta los videojuegos y la pornografía, que para todos los gustos hay. No es momento de hacer confesiones, pero en algún momento de mi vida traductora terminé haciendo pruebas para Barbara Carland, la editorial, desde luego, y me encantaba el asunto muy kitch de las series de amor: médicos y enfermeras, pilotos y azafatas, etc., pues vendían, como en el cine, fantasías generales. Prometo no contarles mi vida, pero también hice pruebas para escribir guiones para Y el chofer y sus algo que no me acuerdo, pero otro título de la serie era El maestro y sus chalanas, digamos, versiones nacionales de esas fantasías. Luego, medio de entretenimiento por medio de las fantasías, cuya mayor proporción corresponde al cine y la televisión.

3. Alimento espiritual, no se me ocurre otro nombre, desde la Biblia hasta el New age, pasando por el budismo, la aromaterapia, y muchos etcéteras de distintos niveles y rigores, como en todas las categorías.

4. Instrumento de placer. Y aquí es donde me gustó alojarme, me dedico a los libros, como editor, como lector y como coleccionista, no acaparador, por el placer que me deparan. Claro, son una ventana al conocimiento, pero cada día prefiero Internet para obtenerlo, son medio de entretenimiento, pero prefiero el cine, y son alimento espiritual, desde luego, pero muy poco en mi caso. Ante todo, instrumento de placer. Y ahí, me parece, radica el problema de la decadencia, si queremos decirlo grandielocuentemente, de la letra impresa. Hemos dejado de obtener, socialmente, placer de la letra impresa, o de la letra en general, de la palabra, pues, y cada día nos interesa más, o estamos más condenados, a obtener placer visual, momentáneo y transitorio. La palabra requiere paciencia y tranquilidad.

¿Y si los nacidos a fines del siglo XX son la última generación de la letra impresa?

lunes, febrero 20, 2006

Automágicamente

Y el señor Blogger no canta mal las rancheras erráticas:

Todos los vínculos utilizarán automágicamente el código...

domingo, febrero 19, 2006

Erratas morrocotudas

Encuentro en La Buhardilla el artículo Erratas morrocotudas, de Jesús Saiz, donde aparecen, entre otras, las siguiente erratas, bastante divertidas y al menos dos por demás eminentes:

...fruncido el coño

...la toma de la Pastilla.

...la literatura de micción.

...las primeras erecciones públicas.

El féretro de nuestro escritor universal iba cubierto por una Señora.

...el ciudadano relató que había sido atracado y golpeado con un falo.

para conducirse correctamente en esta vida bastaba con tener unas pocas putas, pero muy claras.

El tiempo todo lo cura ¿o todo locura?

La única diferencia entre la falsa demanda a Walt Disney y el intento de la familia Rulfo de registrar el nombre del autor como marca comercial es el tiempo. Aun cuando sería del todo posible entablar una demanda a Walt Disney, al menos en México, pues los derechos morales nunca prescriben, aunque sería punto menos que imposible, pues el garante de esos derechos morales es la Secretaría de Educación Pública, por medio del Instituto Nacional del Derecho de Autor, quienes no tienen tiempo ni siquiera de cumplir con sus obligaciones más importante. Los muchos años ahora que perviven los derechos de autor y el claro interés monetario de muchos heredoros, hace cada día más difícil esos juegos que tan importantes son a la creación. No olvidemos el caso de César Vallejo, cuyas obras fue imposible editarlas por muchos años, habida cuenta de la negación de su viuda a dar derechos.

¿Se imaginan a los herederos de Van Gogh ahora que se pide pago proporcional cada vez que la obra es revendida?

Los derechos de autor nacieron para que el creador de la obra fuera remunerado por todas las copias vendidas, no para controlar la edición y mucho menos las opiniones que sobre la obra se tienen. No olvidemos que lo indignante para la familia Rulfo es la opinión de ciertas personas sobre la persona de Juan Rulfo. Lo cual no tiene ya nada que ver ni con derechos de autor ni con marcas registradas, tiene que ver con vanidades, berrinches y autoritarismo: censura. Si pudieran, prohibirían toda opinión que no les agradara.

Lo mismo podrían hacer los herederos de Cervantes con Toy Story o con El hombre de la mancha o con cualquier otra cosa, o los de Shakespeare, si estuvieran vigentes los derechos patrimoniales, la ventaja es que no lo están.

Lo curioso es que las nuevas legislaciones de derechos de autor no cuidan a los creadores sino a quienes viven de ellos, es decir, agentes, publicistas, medios, editores y, desde luego, herederos. Y el miedo nació de la facilidad actual de reproducción. Esperemos que pronto la legislación regrese a la cordura, privilegiar al autor y luego al lector, en el caso de los libros, las dos partes fundamentales, y no a quienes intermediamos, agentes, editores, distribuidores, librerías, y un largo etcétera. En México, curioso, no privilegia a nadie, ni siquiera a los intermediarios, sólo complica.

sábado, febrero 18, 2006

Herederos de Cervantes demandan a Walt Disney

Ansina, Mensa. Kokoro, Jap.
19 de febrero.

De forma por demás inesperada, los herederos de Cervantes, después de años de litigio para acreditar que los señores Sinataro Mokihona y Manitori Sonitora son los reales herederos de los derechos de Miguel de Cervantes Saavedra, han demandado a la compañía Pixar, ahora parte de Walt Disney, por plagio, habida cuenta, según ellos, del claro robo de la historia de su antecesor en la película Toy Story. En sus alegatos, sobresale el peritaje del doctor Bruce R. Burningham de la University of Southern California, que señala sin lugar a dudas que, de acuerdo al estudio dactiloscópico y logográfico de la tal película, quedan claras las huellas de la obra del escritor con capacidades diferentes de un brazo (aka, el manco). El peritaje está disponible para consulta a quien quiera verlo, lo cual también ha dado lugar a varias acres discusiones en torno a la secresía de las opiniones de los peritos. El juez ha dictaminado, sin embargo, que es del todo admisible un peritaje como el del señor Burningham, independientemente de que lo haya publicado en la sociedad de estudios sobre la obra del ancestro de los demandantes, pues no hay prueba alguna de que ellos sean quienes financian esa sociedad, aunque ya se ha pedido informe de los estados financieros de la sociedad, de la Universidad y del propio Burningham. Extrañamente, el juez no ha pedido los estados financieros de los señores Mokihona y Sonitora. A esta hora ni los directivos de Walt Disney ni los de Pixar han fijado su postura sobre el tema.

Pero no sólo termina ahí el litigio, Mokihona y Sonitora prometen poner de cabeza la industria editorial y de comunicaciones mundial, pues aseguran ser herederos mismos de Adán y Eva y, como representantes de la divinidad en la tierra, preparan una enorme demanda por regalías no liquidadas en contra de todas las ediciones de la Biblia, desde la primera de Gutenberg. Los ejecutivos de Hollywoood ya preparan las contrademandas a la espera de la batalla que vendrá por todas las películas sobre el tema. En México resaltó la noticia, dada por algunos empleados del Fondo de Cultura Económica que prefieren el anonimato, no por temor a represalías, sino por puro gusto personal, que hace más de veinte años el señor Sonitora se presentó a la caja a cobrar las regalías de todas las citas de la Biblia hechas por la editorial. Nadie lo tomó en serio, por política de la empresa, de no tomar en serio a nadie que vaya a cobrar, y el incidente quedó en el olvido, hasta ahora.

Corre el rumor de que han iniciado también trámites para registrar como marca comercial no sólo Cervantes, Manco, Lepanto, Quijote, Sancho y Dulcinea, sino Biblia, Andán y Eva, y un larguísimo etcétera. Al parecer Onán, Onanismo, Sodoma, sodomita y María Magdalena no les interesan. Ya han tenido acercamientos con Jean Claude Sanè sobre una demanda nueva en torno a William Shakespeare.

El experto en derechos de autor, en este caso mujer, la licenciada Patricia Spiridónila, ha dicho que se ven tiempos difíciles, pero no especificó la razón. (Esperamos que no sea por llamarla experto).

viernes, febrero 17, 2006

El maestro y el general

[Carta enviada para aclarar ciertos malos entendidos, y me he divertido, lo confieso]

Estimado xxxx:

Acuso recibo de tu amable carta y de tu no menos amable solicitud de cumplir acuerdos, compromisos y pactos realizados entre el maestro y tu servidor con respecto a su libro. Como garante de sus derechos de autor, más patrimoniales que morales, según deja ver la voluntad del maestro, te haré las siguientes precisiones y me veré compelido a relatar incidentes menores de las conversaciones, encuentros y desencuentros con el maestro.
Mi cierta indiferencia a las diversas vertientes de la debilidad y el descuido ajenos me impidieron ver desde un inicio la naturaleza, si no dual, al menos horaria de nuestro poeta. Por las mañanas hablaba el maestro, lúcido y sonriente, amable y de imaginación volcánica, con quien podíamos, como editorial, sostener conversaciones constructivas y llegar a los acuerdos necesarios para la publicación del libro. Por la tarde, posterior a la médica y sistemática ingesta de lo que imaginamos ciertos efluvios espirituosos, el maestro se torna general y desdice lo dicho por el maestro y lo dicho por el general para desdecir al maestro en un giro eterno y, las más de las veces, incoherente.
Sé bien, por razones personales que nunca vendr· al caso relatar, que las neuropatías son lentas y, desde luego, inexorables. Por todo ello hemos atendido lo mejor que hemos podido, dadas las incoherencias y confusiones propias del caso, los más requerimientos del maestro, de acuerdo a lo que nos permite entender el general. De un tiempo a la fecha el general ha monopolizado la conversación y hace meses que no tenemos noticia del maestro. El día xx de xxxxx el señor xxxxx, empleado diligente, amable y confiable, en cumplimiento al acuerdo de enviarle los primeros ejemplares que tuviéramos, se presentó en su casa y lo encontró en clásica estampa del juego de Lotería, al menos del que yo jugaba en la infancia. Después de algunos improperios (la riqueza verbal del maestro es tan admirable como envidiable, la del general raya en la oligofrenia y la estulticia) el señor xxxxx dejó los ejemplares, no sin insultos de parte del general.
Acepto, con gusto, retomar la conversación contigo como interlocutor.
Yo puedo aceptar los insultos gustoso, como lo he hecho, seguramente porque mi masa corporal es amplia y mi paciencia abarca más metros cuadrados que la de los demás, masa a la que el general ha tomado, parece, cierto gusto. La obsesión, por demás feudiana, del general por las inclinaciones, manutenciones, capacidades, desviaciones, inflexiones y genuflexiones de mi humana genitalidad la he recibido con la cortesía propia del caso. Los duelos a los que he sido retado y convocado he preferido posponerlos debido, sobre todo, a mi cierta incapacidad mental para la agresión física.
El general y el maestro, en esto sí coinciden, han prometido en ya demasiadas ocasiones no sólo la certeza de su muerte, que todos poseemos, sino la fecha exacta de la misma. La última, según me dijo, era el xx de xxxx. Habrá decido posponerla, para bien suyo sobre todo.

No tenemos otro interés que publicar el libro bajo acuerdo expreso con el maestro. La paciencia casi se me ha terminado, casi, digo, por la estima de la obra y la persona del maestro, no del general.

No me resta sino agradecer tu intermediación.


Un abrazo

La caja de la bahía

Hay azules que se caen de morados

dice el hermoso verso de Carlos Pellicer. Y, lo confieso, no he podido resistir a intentar de nuevo la creación automática y aleatoria de sinsentidos, a clara imitación del comentario de La imagen social del bibliotecario (ver enlaces).

Pues en ires y venires en Google (reverso prometía, pero me limitó a punto de lograr una frase interesante) llegó de regreso lo siguiente:

Tiene el color azul, la caja de la bahía del bozal

no tengo la menor idea de por dónde transitaron los sentidos. La caja de la bahía del bozal. La bahía del bozal... hay nombres peores y mejores, pero ¿la caja?, ¿y el morado?

jueves, febrero 16, 2006

Cartas seleccionadas

En Selecciones (sí, la misma que tanto contribuyó a la educación política de nuestros queridos vecinos, sobre todo en esas épocas tolerantes de los 50...) también se cuecen habas erráticas. Dos joyas enviadas por informante anónimo, desde las entrañas mismas, (bueno, en realidad es informanta y hace mucho no sé nada de ella...)

En vez de ...su nombre surgió, dice su nombre rugió.

Claro, en vez de Libros Condensados dice Libros Condenados, aunque puede sólo ser confesión de culpa...

Juan Rulfo™

Hasta ahora, parece que la solicitud de registro de marca comercial de Juan Rulfo tiene impedimentos legales, suprema ironía si el impedimento fuera, precisamente, que existe una asociación civil con el nombre de Juan Rulfo, a saber, la que da el premio en cuya oposición buscan registrar la marca para quitárselo...




Expediente: 754163
Denominación: JUAN RULFO

Registro:

Folio: 193175 Serie:
Trámite: SOLICITUD DE REGISTRO Status:
Fecha Inicio: 02/12/2005 Fecha Termino:

Detalle de los movimientos
Fecha Cve Tipo Movimiento Folio Salida
19/12/200552EN ESPERA DE VO. BO. FORMA20050515324
19/12/200558REVISADO POR LA COORDINACION FORMA20050518900
19/12/200553EN ESPERA DE VO. BO.20050519706
20/12/200551REVISADO POR LA SUBDIRECCION DE EXAMEN.20050520894
31/01/2006109QUE EN SU OPORTUNIDAD SE ACORDARA LO PROCEDENTE20060038680
09/02/200646SE LE COMUNICA IMPEDIMENTO LEGAL PARA EL REGISTRO20060050730
Detalle de las promociones
Folio Serie Fecha Folio Salida Descripción

Esta tabla muestra la información relativa al expediente y trámite seleccionado, los movimientos corresponden a los acciones que el IMPI ha realizado sobre el trámite y las promociones son los escritos presentados por el interesado en relación a este trámite.

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miércoles, febrero 15, 2006

Cervantes, artista conceptual...

"Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía:
–Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.
Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho:
–Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe.
–Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear, que después se lo preguntaremos.
–Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.
–El mismo soy -respondió el caballero-, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; y, en verdad en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.
–Y, dígame vuestra merced, señor don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice?
–No, por cierto -respondió el huésped-: en ninguna manera.
–Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
–Sí traía -respondió don Álvaro-; y, aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
–Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas…
–…Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra merced conoció.
–Eso haré yo de muy buena gana -respondió don Álvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado"

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha.

Barataria

“–Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della, una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: "Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna". Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que, tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron:
Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley, debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre.”

¿No es realmente hermosa la paradoja? No hay manera de cumplir la ley, por lo cual Sancho termina por elegir la clemencia. Cada vez que se acercan elecciones me siento gobernador de Barataria, pero sin posibilidad de clemencia.

martes, febrero 14, 2006

Eternidad de los necios

“...al igual que las alondras caen en una trampa, muchos lectores necios se pararán y se quedarán mirando como transeúntes tontos a un cuadro extravagante en una tienda de pinturas, pero no mirarán una buena obra. Y realmente, como observa Escalígero, ‘nada invita más a un lector que un argumento mal buscado o descuidado, y nada se vende mejor que un panfleto grosero’, ‘sobre todo cuando tiene el sabor de la novedad’.”

Robert Burton, Anatomía de la melancolía, 1621.

Juan Rulfo será marca registrada

Parece ficción, pero no lo es. Juan Rulfo será marca registrada, según nota de milenio, publicada ayer. Así, Juan Rulfo™ pasará a equipararse a la Coca-cola, los Nike y Marlboro. Ojalá y sus parientes algún día se den cuenta de que no son dueños de Juan Rulfo™, mucho menos de su obra. Sólo tienen posesión de los derechos patrimoniales, del dinero, pues, que genera la venta de su obra y eso no les da ningún derecho sobre la obra misma.

Una marca comercial está hecha para comerciar, ¿beberemos pronto un tequila Juan Rulfo™?...

Lástima, en verdad, lástima

lunes, febrero 13, 2006

Autores, autoras y otros bichos (como los editores)

La fidelidad entre autores y editores es letra muerta, desde luego, y ambos bien que tenemos la culpa. James Laughlin, el grande fundador de New Directions, inició la editorial con el único propósito de que Ezra Pound tuviera un lugar donde publicar siempre. Hemingway publicó desde su primero hasta su último libro con el mismo editor. Las cosas han cambiado, algunas para bien, como siempre, y otroas para mal.

Para bien, porque algunos pocos autores, igual que antes, reciben la mayor parte del dinero. Homeóstasis le llaman al asunto, entre más dinero, más ganan, entre menos, menos. Dinero llama dinero, decía mi abuela. Y nació una nueva profesión, la del agente, cuyo propósito es cobrar mejor para el autor a cambio del 10 al 20 por ciento de cada cobro. Y los editores no apuestan tanto por autores, sino por libros, y entonces quieren que todos los libros generen dinero, lo que estadísticamente (dada la dispersión y la manía browniana de los lectores) es imposible, pues entra Pareto a escena, el 80 por ciento de los ingresos lo producen el 20 por ciento de los títulos. Y entonces los grandes grupos han intentado uniformar la producción, crear una fábrica de las editoriales, cuando deben tratarse, las buenas, como taller.

Para mal, el sueño frustrado de tantos autores para quienes es punto menos que injusto el trato que la vida les da, pues tienen muy pocos lectores...

Digámoslo, antes los escritores anhelaban la página perfecta, ahora anhela el contrato jugoso, me quedo con la editorial como taller, pequeña, disfrutable y plena, que otros sean quien se obsesionen por el dinero, yo sigo obsesionado con los libros, sus hechuras y sus dichos.

domingo, febrero 12, 2006

Libros, palabras, digitales

Pregúntenle a cualquier lector y les dirá, presto, de su amor por el papel, de su gusto por los olores, texturas y opacidades de ese material, antiguo como los chinos y hermoso como las edades, necesario para la hechura de los libros. Nunca, se atreverá a jurar, prometer o asegurar, nunca de todos los nuncas, estará dispuesto a leer en la pantalla de la computadora, a olvidarse del papel y ceder sus urgencias lectoras a ningún artilugio iluminado o iluminante. Y hay bitácoras llenas de amor por los libros y sus materiales, plenas de comentarios, no sólo sobre lo dicho por los libros, por la arquitectura de palabras que los sostiene y da vida, sino también y muchas veces como único tema, sus materiales cotidianos, su presencia en el mundo, digamos. Pero entonces debemos hacernos caer en la cuenta, que yo acabo de hacerlo, de la gran cantidad de palabras que leo a diario en la pantalla, que aun cuando prefiero el libro cotidiano, el libro libro, el libro papelero, cada día leo más frente a la pantalla en la pantalla misma. Descubro que sólo en los fines de semana compro ejemplares en papel de los periódicos, que muchos los recorro en la pantalla, que otros es raro que los pueda tener en las manos, pues los editan lejos y en otros idiomas. De los catálogos de editoriales, casi ya nadie los manda impresos. Los adelantos de libros los veo en pdfs, en pantalla primero, para después imprimir los que interesan. Los correos electrónicos los imprimo, cuando son de trabajo, para el archivo, pero los leo en pantalla y, lo más interesante, en cuanto al tema, todas las bitácoras que leo las leo en pantalla. Y las bitácoras, en general, tratan directa o indirectamente sobre los libros, sus materiales, sus historias y sus gustos. Bueno, las bitácoras que leo...

Vaya cosa, somos lectores digitales desde hace tiempo, pero nos hemos negado a verlo.

Aforismos

Bien lo dice Zaid, no hay ensayo más breve que un aforismo.

sábado, febrero 11, 2006

Manifiesto

Ojala existiera vida inteligente en la librerías, apuestas editoriales que escapen de los caminos más trillados y que logren encontrar un hueco en medio de este maremagno de novelas fabricadas en serie y premios literarios cada vez mas sospechosos. Exigimos calidad, originalidad y riesgo.
David Eggers

Excelente manifiesto encontrado en el cuento, breve

Navaja de Ockham

Lo dicho, en México nadie aplica la navaja de Ockham, sólo el cuchillito de palo.

La música de las palabras

La palabra gobierna el cerebro, el cerebro gobierna las manos y las manos gobiernan los reinos. El habla plena es el paso al reino pleno.

Así pensaba Jlébnikov.

Mirad, el sol obedece mi sintaxis

Velimir Jlébnikov luchó toda su vida contra el designio de los dioses.

Mirad, el sol obedece mi sintaxis

verso de sus Decretos al planeta, donde expresa con claridad su deseo de salirse del dominio de esos dioses. Sería interesante fabular sobre la posibilidad misma de que un hecho del mundo, el verso citado, en cuanto parte del mundo, influya sobre otro hecho del mundo y lo gobierne. Pero, para ello, tendríamos que seguir la senda del Tractatus de Wittgenstein e ir a la ninguna parte a donde llegó. Desde luego, se tornaría en una novela interesante, emparentada con Corrección, de Bernhart. O por decirlo como lo hubiese planteado Jlébnikov (o, al menos, como me hubiera gustado a mí que lo plantease): ¿si el destino está escrito, al escribir lo que escribo, escribo lo que me dicta el destino o, al saber que ya estaba escrito, le dicto al destino lo que debió haber escrito y, por ese mismo acto, lo modifico, al disolverlo? Como dice otro de sus versos:

las palabras son los ojos del secreto...

viernes, febrero 10, 2006

¿Por qué editar poesía?

Nos reúne una pregunta que es, en sí, un síntoma de muchas catástrofes sucesivas. ¿Por qué editar poesía? Analicemos un poco el asunto y antes preguntémones ¿quién hace la pregunta? No es el poeta, pues para él es cierta, necesaria, la posibilidad misma de verse en letra impresa. ¿El editor? Muchas veces, quizá, cuando la ha editado, no cuando le interesa esa suerte de espectáculo encerrado en sí mismo que es el best seller. ¿El librero? De cierto no, pues sólo se preguntaría por su exhibición, por el servicio que ha de dar, en los ejemplos honorable, al lector. ¿Es, pues, este último personaje, el lector, quien se hace la pregunta? No lo creo. Porque quien la lee no necesita siquiera planteársela, y quien no la lee difícilmente repara en ella. Entonces, ¿quién pregunta? Necesariamente un administrador. Alguien que administra los haberes y deberes de una editorial, y en la duda misma aparece la primera catástrofe: el cedazo de las ventas. Ese es el primer motivo de la interrogante. Pero también quien administra la cultura, ¿vale la pena editarla, promoverla, programarla cuando a nadie le interesa? Nuestra segunda catástrofe asoma la cabeza: el espectáculo, los ideales masivos de la cultura. Y por último quien administra los contenidos mediáticos. ¿Para qué editarla si no tiene público? Y esas catástrofes nos obligan a explicar y explicarnos ciertas obviedades. Las ventas, que otros no menos ingenuos llaman el mercado, unifican el sentido, no lo cambian, ni pueden llegar a aportar uno nuevo. Por ello, los editores que publican para el mercado terminan por saturarlo y por saturarse a ellos mismos. Porque vuelven al contenido un espectáculo añorado por muchos. Ya lo hemos logrado como sociedad en las artes plásticas, donde hay largas filas para ver, no importa a quién, y donde el precio de una obra de arte alcanza la cabeza de las secciones culturales e, incluso, es motivo de falsos asombros en ciertos noticieros. Es decir, hay un público para tamañas magnitudes. Claro, llegamos a nuestra última catástrofe, la fama; la poesía tiene fama, pero sólo la que no se lee, por eso hay algunos poetas tan famosos y homenajeados. Como bien dice Christian Prigent, casi siempre gusta mucho la poesía que no se lee. Por eso el gusto por la poesía es inmenso. Y, por ello mismo, cada día está más ritualizada. Estas mismas palabras, este evento, no son sino uno más de los rituales catastróficos. Salvemos a la poesía, nos dicen los amantes de las causas perdidas. Y lanzamos un día internacional de la poesía, para que todos estemos tranquilos ante la catástrofe. Por desgracia o por venura este día no servirá para evitar la desaparición de la poesía, pues la poesía ya desapareció, pues no es más que desaparición, por volver a citar a Prigent. Desaparición de sentido, creación de uno nuevo.

He aquí la razón única de editar poesía: crear otro sentido. Mejor, la razón única de escribirla y leerla. Porque si para algo sirve el oficio de editor es para contribuir, aun cuando sea mínimamente, a esa gran conversación que es la cultura, y hacerlo ofreciendo sentidos, o sin-sentidos, o in-significancias. Y por ello no dejo de pensar en la pregunta inicial. Porque la pregunta, al final de cuentas, no es la correcta ni la importante. Hemos de preguntarnos, y tratar de responder en verdad a la interrogante más definitiva, no ¿para qué editar poesía?, sino algo más directo y urgente: ¿para qué la poesía? Y editarla es, al menos, tratar de poner sobre la mesa esa pregunta y esperar muchas y múltiples respuestas.

Texto leído hace algunos varios años en el día internacional de la poesía en la ciudad de México.

jueves, febrero 09, 2006

El arte de vender versos

A los poetas y a sus editores, no en ese orden, se les señala su pobre penetración de mercado y la insuficiencia notoria de sus afanes comerciales. En la época del comercio, pareciera crimen hacer cualquier cosa sin el imperioso afán de ganar dinero. La hipótesis común es que la poesía no se vende, que no hay posible actividad comercial con ella, que el comercio con las palabras no sólo es imposible sino destinado al más rotundo fracaso. El dinero es sordo y ciego. Y las palabras, en estas épocas, no seducen ya ni a los menesterosos. Si esto es cierto, entonces, la poesía no tiene futuro comercial. Datos y hechos lo confirman. No hay ninguna mafia internacional dedicada a piratearla; somos los únicos editores que no nos quejamos de la fotocopia, sea legal o ilegal; las agencias no pelean cambios de editores; los nobeles poetas no garantizan ningún éxito comercial; los riesgos de los libros, según las aseguradoras, son las inundaciones y los terremotos; los incendios por descuido son raros; pero la prima por robo es prácticamente inexistente. En una ciudad como la de México, con fama delictiva, no conocemos a nadie que dé noticia de un robo en una bodega de libros de poesía. Se paga más por las computadoras, ordenadores, que por los libros. No hay, pues, venta posible para la poesía.
Pero eso es falso. La poesía no se vende como libro en la misma y exacta proporción que otros. Eso es cierto y evidente, y ante la fuerza de las novedades y los títulos de amplio desplazamiento, la poesía pierde cada vez más centímetros de estantería y olvidada ha quedado en las mesas de novedades. Es falso también que no tenga venta como proyecto institucional. Se conocen fundaciones, gobiernos municipales, locales o federales que tienen programas de apoyo a traducciones y a ediciones de todo tipo. Y precisamente por la evidente imposibilidad comercial de la poesía parece justo y necesario apoyar su edición, pues nadie la compra para leerla. Así, es posible obtener apoyos para editar libros de poesía y la edición pública gasta dinero público para editar libros de poesía. Pero ese apoyo genera inercias. Editamos entonces lo vendible como proyecto, sin importar el destino de esos libros. Pero publicar es hacer público, lo demás es imprimir libros. Y hacer público un libro de poesía significa intentar llevarlo a sus posibles lectores. Éste es el arte imposible de vender versos.
De las diversas obligaciones del editor, la de calcular los posibles compradores es la más difícil. ¿Cuántos libros podrán venderse? Y tenemos en ese cálculo evidencia de otro de nuestros problemas. En la era del linotipo la segunda edición implicaba hacer negativos, por ello era lógico hacer 2000 o 3000 ejemplares aunque se tardaran más de veinte años en venderse. Actualmente, dada la nueva velocidad de venta, la rotación negativa de inventarios, como ideal regulativo de tiendas, nadie puede no digamos aguantar 20 años, ni siquiera tres. Pero el problema es que editar cada día es más barato y más fácil, por ello la tentación de editar de más es común y perniciosa. Libros hay, confesémoslo, que no podrán vender en 5 años más de 200 ejemplares. ¿Qué necesidad hay de imprimir más? El ideal del editor ha de ser imprimir lo que puede venderse, con la ilusión, falsa desde luego, que la venta representa la lectura. Nunca ha sido rentable editar nuevos autores, tal vez nunca lo será. Por ello hay que editar pocos ejemplares. La venta de poesía requiere tratamientos homeopáticos, infinitesimales. Hace años don Joaquín Díez Canedo apoyaba a los jóvenes editores de la revista El Zaguán. Un buen día le pidieron al maestro que su editorial Joaquín Mortiz distribuyera la revista, pues imaginaban que la distribución, y por ello las ventas, alcanzarían niveles envidiables. Preguntó entonces Díez Canedo: ¿cuántos ejemplares venden? Y a la respuesta fue 300 revistas, con una sonrisa preocupada les pidió a su vez: ¿Podrían venderme ustedes mis ediciones de poesía? Yo no vendo ni 100 ejemplares.
Hay librerías que sostienen secciones de poesía, curiosamente cada día más difíciles de llenar. No hay distribuidora de mediano tamaño dispuesta a tomar títulos de poesía bajo su cuidadoso descuido. La estructura misma de la venta de poesía habla de la salud cultural de un país. La red y complicidad de editores, distribuidores y librerías es el sistema nervioso, la nervadura, de la cultura de un país, la parte sustantiva pero no visible de la reflexión y el diálogo que es cada cultura. Y en su diversidad y fortaleza radica la diversidad y fortaleza de una cultura. La poesía es, ante todo, gozo y enjuiciamiento del lenguaje y la decadencia es, ante todo, desgaste y aburrimiento del lenguaje. El lenguaje aletargado de la política, de la economía, del comercio. Quien comercia con palabras termina por venderlas y empobrecerlas, pero para ello comerciamos con nuevas palabras. Y si nos asomamos a ver la cantidad de poesía puesta a disposición de los lectores en las bibliotecas y librerías, atestiguaremos las sutilezas de esa cultura. El número de traducciones, los clásicos imprescindibles, las apuestas nuevas, hablan de la exquisitez de la cultura.
En México los libreros le llaman clavo a esos libros que no se venden de ninguna manera. Pareciera pues que publicamos puros clavos. A veces en las librerías vemos ese libro que nos compraron y lleva ya algunos años sin venderse. Lo único que nos detiene a comprarlo y resarcir al librero es que seguramente pedirá una reposición y lo tiene etiquetado al precio antiguo. Claro, en los casos honorables de esos libreros preocupados por sus lectores.
Y esa preocupación mejora la cultura. Pues hemos condenado a la cultura a ser subterránea. Vivimos al inicio de una época donde la cultura es, por necesidad, subcultura. Leer, reflexionar, gozar con las palabras es una asunto subterráneo, propio de minorías. Fundamental intentar buscar caminos alternativos y novedosos.
Dana Giogia publicó hace algunos años una crítica pertinente al sistema de apoyos a la poesía norteamericana, culpándolo de la mediocridad imperante. A fines del año anterior se hizo cargo del Fondo Nacional para las Artes, culpable y cabeza del sistema que criticaba. Al volverse juez, imaginamos que aspira a mejorar la calidad, pero sabemos que fracasará.
La preocupación, más allá de las anécdotas y dificultades propias de intentar vender poesía, es que el futuro mismo de la poesía y, el futuro mismo de la cultura, está en buscar alternativas que sostengan la diversidad. De seguir su cursos las tendencias de fusiones y adquisiciones, nos vemos condenados a escuchar la misma música, a ver las misma películas, a ver los mismos programas de televisión y a tener las mismas opiniones sobre exactamente los mismos problemas. Terminaremos por hablar el mismo idioma y llegaremos, horror imposible, a reírnos de los mismos chistes y bromas. Hace poco por azar y curiosidad sintonizamos en internet una estación italiana para descubrir, con horror, que programaban lo mismo que en México. Los viajes, ahora, no ilustrarán sino desorientarán.
Y apostar por la diversidad es apostar por la vida de las editoriales independientes. Lejos estamos de la época donde editar era asunto de caballeros y damas ocupados en darle voz y vida a las expresiones más diversas. Las fusiones son cada día más preocupantes, pues dejan sin alternativas. Nuestros sellos pueden estar tranquilos, de cierto no por un compromiso férreo en mantenernos independientes, sino porque no hay posibilidad alguna que alguien tenga intención de comprar un sello de poesía. Y de ese desinterés hay que obtener fortaleza. Virtud del mercado mexicano es que los editores pequeños podemos pelear la mesa de novedades y acaparar mucho de las secciones especiales, siempre y cuando dispongamos de una estrategia de venta.
Regresamos al punto de partida. La poesía no tiene demasiado mercado, si podemos decirlo de ese modo, pero hay que crearle mercados posibles. Ceñir la cantidad de ejemplares a lo real e intentar hacer rentable esa edición. Utilizar pues los apoyos como fortaleza y no como alternativa de manutención.
Pero hay otro problema no menos preocupante. Ahora, en nuestras tierras, ser poeta es una profesión respetable. Tan respetable que muchos son quienes se cuidan del estro e intentan nunca ceder a sus urgencias. Hay también apoyos, becas, residencias, intercambios, encuentros, lecturas, memorias y tertulias financiadas por gobiernos estatales, municipales, federales, nacionales y mundiales. Y llegamos a las urgencias editoriales. Se edita más de lo que se escribe, y entonces se publica un primer libro y a éste se le añaden algunos otros poemas y tenemos uno nuevo, y aparece otro y otro más que reúne los dos anteriores, y un tercero, nuevo, que es el quinto ya y se está listo para solicitar la beca para escribir un sexto y hasta un noveno y recopilar todos en las primeras obras reunidas para después publicar una antología de todo ello y una antología para jóvenes de lo mismo y una reunión de lo mejor en otro lado. Pero, si nos permiten la obviedad, la culpa de que se editen malos libros de poesía es de los editores de poesía. Y regresamos al asunto de los subastadores. Asoma entonces la terrible pregunta. ¿Para qué tanta poesía? ¿En verdad hemos vivido una multiplicación tan escandalosa de la buena poesía? ¿La humanidad ha alcanzado su etapa superior donde todos los poetas son excelsos? Lo dudamos. ¿Cómo llegó a sobrar tanta poesía? ¿De dónde entonces la necesidad de editar tanta poesía? No es, pues, su alta rentabilidad, el problema era su casi imposibilidad de venta. ¿Para qué tantos y tantos libros de poemas?
Terminemos ensayando algunas respuestas. No es del todo inatendible la hipótesis de la profesión poética. Que si ser poeta es profesión, entonces hay regulaciones. Y todo poeta debe demostrar serlo por medio de sus libros. Entonces hay una presión cada vez mayor por publicar para obtener apoyos y por publicar para demostrar el buen uso del apoyo recibido. Pero no sólo es esa parte el problema. Hay premios, demasiados premios. Si pensamos que en México existen al menos entre 40 y 50 premios de poesía al año, eso nos da la horrenda cantidad de 500 premios en diez años. Y hay ya premios cuyo único monto es la publicación del libro. Entonces, pese al aumento de buenos poetas, no hay posibilidad alguna de tanta buena poesía. Debemos, pues, retraernos. Si hemos de intentar crear un sistema de distribución capaz de llegar a la mayor cantidad de lectores, hemos de hacer crítica de lo publicado. Falta, desde luego, ediciones de muchos poetas. En librerías no hay títulos que debieran ser de uso común. No hay buenas ediciones de buenos poetas. Faltan demasiados clásicos y, sobre todo, casi no hay libros didácticos sobre el tema. Al ver la necesidad de la poesía infantil los grandes grupos editoriales han apostado por llenar ese vacío para los mercados escolares. Más allá de distracciones, no hay propuesta de los editores independientes.
No editar lo que se vende sino vender lo que se edita y, para ello, ahora se inició una distribuidora. Las sendas que llevan del almacén al librero pasan por los melancólicos vendedores de poesía. La venta institucional no durará para siempre, hemos de lograr independencia antes de que nos convierta la realidad en quimera. Y la unión en diversos frentes y en diversos proyectos, la apuesta por intentar vivir con nuestros propios medios es más que urgente.
Curiosa conclusión a la que hemos llegado, aquello que nos reúne, el tamaño y la independencia, cuya cifra mayor es el insuficiente mercado, es sin duda, la cifra también de la solución. Hemos de conservar la independencia a fuerza de conseguir una cuota de mercado. De otra manera desaparecerá nuestra independencia y, con ella, la razón misma de nuestros afanes: la edición de poesía.

miércoles, febrero 08, 2006

El Coco de todos olvidado

Recordé, de pronto, el cuento de Dino Buzzati sobre el Coco, lo que me hizo recordar al otrora tan temible personaje. ¿Y dónde mora ahora el Coco? ¿Se habrá jubilado? ¿Habrá muerto? ¿Tendrá franquicias? ¿Alguien sabe algo sobre el Coco? ¿Alguien sabe algo sobre Buzzati y el Coco? Mi dios, ¿Dino Buzzati era el Coco?

Erratas momentáneas

Los copistas, a diferencia de los tipógrafos, incurrían en errores, por cansancio, por ignorancia o, incluso, por mala fe. Si de la mesa a la boca se cae la sopa, de la lectura a la copia se olvida la palabra y se pone una por otra. No tengo a la mano ahora el libro de quien, con base en ese hecho sencillo, intentó refutar la teoría de los lapsus de Freud. Claro, a diferencia de los tipógrrafos, no por otra razón que se cuidaban esos errores, quizás cometidos por las mismas razones, pero que podían remediarse en primeras, segundas o enésimas lecturas de las famosas pruebas de imprenta. De ahí el horror y molestia ante las erratas, pues todo libro, todo buen libro, presupone un equipo. Ahora, con las bitácoras o blogs y las ediciones digitales, el asunto se torna más complicado y más, mucho más, sencillo. Complicado porque nunca se termina de saber cuándo acaba una edición. En cualquier momento se puede cambiar o corregir cualquier detalle. Lo mismo pasaba con los libros copiados, que tenían un alto grado de confiabilidad, pero también un problema de legibilidad. Quizá la palbra que se lee sólo se lea en esa copia que descansa en nuestras manos. Hay discusiones sobre ciertas palabras en ciertos libros, producto de esas sutilezas. Con la imprenta el asunto cambió, y hasta las erratas se volvieron más confiables. Que incluso sirven para identificar ciertas ediciones. Ahora, si alguien lee esta bitácora el día de hoy y la vuelve a leer mañana, puede encontrar cambios, que regreso a los textos y encuentro errores de dedo y errores de cerebro, desde luego, e intento mejorarlos, o empeorarlos, según se vea. Pero entonces la errata se vuelve huidiza, volátil, en extremo momentánea, producto del azar feliz y el ojo interrogante. Quizá, entonces, no muera nunca el libro, pero de cierto, están muriendo las erratas. ¿Enhorabuena? ¿Enhoramala?

martes, febrero 07, 2006

El prójimo en dosis homeopáticas

No amo a mi prójimo, lamento decirlo. De hecho, lo soporto sólo en dosis homeopáticas y distantes, que las dosis cotidianas de prójimo me marean, me causan cierto estrabismo y termino por desear, infame de mí mismo, la aparición de un virus que, a la manera como sucede en la novela Un mundo vacío del autor británico John Christopher, me permita ser el único sobreviviente del planeta entero. No es que en específico no soporte a tal o cual prójimo o prójima, es sólo que el prójimo en su anónimo conjunto termina por empacharme, como cuando niño. Que comienzo a sentir una incomodidad total, que la vida muestra sus muchos parches, que la convivencia se torna extraña e impredecible, que el abominable hombre de las nieves (Quezada dixit) que pace en los prados de los camellones cercanos a las escuelas me comienza a parecer sospechoso de lesa humanidad al vender sus frías paletas, por decir lo menos. Que las cajeras del supermercado, con su vocación de busto de parque periférico, terminan por serme extrañas, que las pláticas de los trabajadores del volante, como los llama la prensa distraída, terminan por marearme con sus teorías peregrinas (¿sabe quién tiene la culpa del frío? No tengo idea, respondo, cercano al pánico pues veo venir, ay de mí, una teoría. Estados Unidos. Santa María de los vientos, exclamo para mis adentros. Cambio de taxi, pues voy lejos y prefiero omitir los detalles de tan meritoria meteorología.) Y el prójimo más próximo, el de los vecinos y vecinas, es mundo aparte. ¿Además de compartir, seguro por alguna equivocación cósmica o un complot norteamericano, el espacio físico de un edificio, qué nos iguala? No lo sé, pero los hay amistosos y perversos, sonrientes y distintos, y, los peores, metiches y molestos. A las once de la noche de un día cualquiera, aparece en la puerta de mi casa, que no es más que mía, aclaro a mi prójimo lector, que no suya, una vecina en pijama larga y espantapájara para preguntarme: ¿está usted martillando? Que me haya dado cuenta, no. Estaba leyendo, libro arduo, es verdad, pero aunque la marcha camellónica de mis neuronas me hace mucho ruido en mi cabeza, no imagino, vecina, que pudiera llegar a escucharse a la distancia y en forma de martillazos. ¿Eran rítmicos o aleatorios?, le pregunto. Ante su sorpresa, onomatepeyo. Toc, Toc, Toc, Toc, o más bien Toc, Tuc, Tuc, Toc, Tuc, Toc, etc. Pues martillazos, me dice categórica. Pues no, en verdad no martillaba. A esta hora nunca he martillado en mi vida y no veo razón para comenzar ahora. Es que no me dejan dormir. ¿Los martillazos? Sí. ¿Otro ruido sí la deja? No. Entonces es el ruido de los martillazos, no propiamente los martillazos. ¿Martilla usted o no? Sí, claro que martillo, sé martillar, me gusta martillar. ¿Y martillaba? No, ya se lo dije. ¿Entonces quién martilla? No tengo no la más pálida idea, vecina. Quizá otro vecino, aventuro.
Otro día, infausto, tocan a mi puerta a las nueve exactas de la noche. Buenas noches vecino, me dice una sonrisa enorme de dientes caramelos. Tenemos junta. ¿Junta? De condóminos. No soy condómino, le digo. Le rento a la condómina. Pero igual puede venir a la junta. Le agradezco, vecina, pero no tengo voz, ni voto, ni opinión, que si deciden poner en la entrada una réplica exacta de las rejas de Chapultepec a mí me da igual, pues no pondré dinero alguno y si me parece un adefesio lo más que haré es rentar en otra parte. Pero vamos a partir la rosca. ¿De quién, le digo? De Reyes. ¿Alfonso? No, vecino, de Gaspar, Melchor y Baltasar. No puedo comer rosca. ¿Por qué?, me pregunta con ojos hororrizados. Motivos médicos, le digo. Eso sí, la misma vecina amartillada, a los pocos días de nuestro desencuentro, al verme venir cargado de bolsas, me saluda atenta pero cierra la puerta de entrada el edificio. Gracias, le digo a mi vecina, deseándole ...
¿Y el prójimo médico de los remedios? Hace tiempo un médico después de sacarme muestras de saliva, sangre, meados, mierdas, suspiros y ventosidades terminó por darme su diagnóstico terrible: tiene usted alergia. Doctor mío, le digo, ¿se dedicó usted seis años a la carrera, tres a su residencia y otros tres a su especialización, para decirme lo que sabe cualquier hijo de vecino con sólo verme la pierna? Eso se lo dije yo mismo en el momento primero, lejano y placentero, cuando no lo conocía en persona y le dije por teléfono mi problema. Tengo una alergia, es cierto, ¿por qué? No tengo idea, lo mando con un dermatólogo, ay, prójimo descendiente de las doctas ignorancias.
Hace poco, en una parada de autobús, llegó un hombre mayor, canoso, obeso, sonriente y oloroso a los muchos días de intemperie. Buscó el monto exacto para su camión y, de pronto, con una sonrisa enorme, se dirige a mí y me dice ostensivamente: mira, mi bastón. Ha sido el comentario más cálido hecho por prójimo mío en los últimos tiempos. O el niño comino y vecino que, al verme en la escalera y aquilatar mi humanidad barbada me dice, serio como sólo son serios los niños: barba.
Pero no es sólo confesión de mi cierta comezón. De mi rasquiña. Que el prójimo cercano, ese que a diario vemos en nuestros deambulares, no deja nunca de sorprendernos. Cuando se estudia la fuerza del tercer Reich, su amplia influencia, su destructora delación, su clara aceptación activa, descubrimos, horrorizados, que el prójimo, ese que de pronto y de vez en vez vemos al bajar una escalera de donde habitamos, ese prójimo silente y meticuloso, ese mismo prójimo al que de vez y en vez saludamos, fue quien delató a los extraños, a los diferentes, a los delatables. Y al paso de los años, ese prójimo es el mismo que teme la llegada de tantos extranjeros, de tantos extraños. ¿Qué precisaría mi vecina de pijamas espantapájaras para decir que mis costumbres son extrañas, que realizo actos extravagantes y que más valdría tenerme a buen resguardo? Un poco de confianza. Sólo eso. Sentir la fuerza de alguien, un punto de apoyo, un respaldo. Que el germen está dado, que nos tenemos la más pura desconfianza y hemos llegado ya a sentirnos derrotados. Que la ira cotidiana nos embarga y terminamos por reclamar lo irreclamable, que ceder a la idea de orden no es tan lejano ya para poder cobrar ciertas e inciertas fechorías. Que el prójimo cede a la estupidez con cierta valentía: la del prejuicio. Plegue a los dioses otro sea nuestro destino.

lunes, febrero 06, 2006

Gordo confeso

De todas las metáforas de nuestra época, la del cuerpo es la más extraña. No existe, como sucede en casi todas las tradiciones, un mapa detallado de los lugares y fronteras donde, en el cuerpo, se desarrollan las batallas ciertas y certeras de las emociones y los devenires de nuestra existencia. El cuerpo metafórico de nuestra época es aterrador, si se le mira bien: rostro anguloso y simétrico, ojos y pelo claros, narices afiladas, bocas carnosas, cejas semipobladas, vientre liso, senos y nalgas prominentes en hombres y mujeres. Quizá de esa visibilidad total y edulcorada provenga la manía de tatuarlo y perforarlo, para darle color y volumen por medios externos.
Tampoco poseemos una opinión desarrollada de los lugares donde las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos moran en su corpórea existencia, manifestación o cubierta. Nos ha tocado vivir en una época de cuerpos superficiales y terrenos. La piel, esa superficie profunda de nosotros y los otros, es una apariencia. Preferimos los emplastes, los correctores, vamos, cualquier cosa que la oculte y permita verla de otra manera. Y ya no sólo lo que el mismo cuerpo es, sino lo que puede ser. Nos prometen quitar arrugas, agrandar senos, redondear nalgas, aplanar abdómenes, eliminar lastres, desaparecer venas hórridas de piernas o dolorosas del ano, aclarar pieles, borrar ojeras, embellecer patas, perder peso, por cuyo medio lograremos aumentar la autoestima, henchir la autofelicidad, vernos autodelgados y, esperamos, evitar autosuicidarnos. Y, mansos y coloridos, creemos en cualquier otro remedio que no sea el canónico, científico o tradicional. Y hay quienes incluso permiten inyecciones de aceite de dudosa procedencia, en nalgas, piernas o senos, para ser más bella o bello. Porque la felicidad, el gozo, consiste para estas almas simples, en parecer bello, no en sentirse bello o gozar su cuerpo, sino en ser objeto de envidia, cuchicheo y comentario de los demás. Pero nada como las promesas de eliminar la grasa cotidiana de tantos gordos y gordas anónimos. Coma todo lo que quiera y baje de peso. Con todo, la gordura, paradoja curiosa, es algo oculto, soterrado. He decidido por ello ser un gordo confeso, gordo a cuya gordura no hay que llegar por medio de interpretaciones psicoanalíticas y las libidos sublimadas, las interpretaciones new age del abrazo continuo y sosegado, las arquetípicas del vientre materno, las conductuales cognitivas del cerco de Numancia, las conductistas de las madres alimentadoras, las peregrinas de la envidia materna, las neurofisiológicas de los desajustes de la norepinefrina y la serotonina, y las sabias, vanas y dolientes que faltan. Gordo confeso y simple, en cuya gordura no hay más que alimentos terrestres paladeados y degustados en demasía, en cuya demasía misma habita y por cuyo camino se llega al palacio de la sabiduría. Gordo confeso, puedo dejar de ocultar mi gordura a los ojos inquisitivos de los otros todos y de mi propio espejo. Porque nuestra época resiste poco a quienes no cargan con su gordura alguna culpa y muestran y pasean su exceso a los ojos sorprendidos de la gente.
El despierto, el iluminado, quien alcanzó a develar ciertos secretos, posee varias imágenes meritorias, no la menos, donde se muestra feliz, gordo, ombligudo y sonriente, pues, a veces es bueno recordarlo, el Buda fue un gordo confeso.

viernes, febrero 03, 2006

Cambiar de aires

Viajar es mudar de aires, cambiar el escenario en donde cotidianos habitamos nuestras costumbres y llamamos a las cosas por sus nombres. Viajar, por ello, se parece mucho al ensueño. Nunca he sido de los viajantes para quien la travesía es el fin mayor de partir a cualquier parte. Todo lo contrario, viajar para mí es ubicarme en otro escenario en donde pueda, a su cobijo, comenzar a ser otro de quien soy. No tanto de manera iniciática, aunque algo hay de ello en mis viajes, cuanto de forma, digamos, gradual. Si somos lo que hacemos, hacer un viaje nos convierte en otros. Y recuerdo más, por ejemplo, el rumor pueblerino de las noches de ciertas ciudades, o las escaleras de pronto encontradas al subir hacia ninguna parte en otro lugar de grata memoria, o la ventana de un modestísimo cuarto de hotel, en cuyo chaflán mínimo encontré, a pie juntillas de su alfeizar nunca tan árabe, hace muchos años, razones varias para mi persona. Y más lo recuerdo, decía, que las atracciones mayores o los lugares rituales de visita. Y a veces me son mejores los recuerdos de las sombras o de las piedras hermosas de otros más. Y nada como el río rumoroso de aquella ciudad tantas veces entrevistas pero nunca caminada, como en ese momento a la vera de su río hórrido y putrefacto, pero dichoso y evocador como pocos, más si de frente me dejaba ver, plantada, la torre por mí siempre entrevistas en sueños y algunas vigilias. Y visitar algunos cuadros en cuyas proporciones desproporcionadas, pues siempre resultan mucho más pequeños o mucho mayores de lo que imaginamos, descubrimos el sentido de no sé cuántas cosas. Y hay viajes, para mí, que han sido un cuadro, o una baranda, o un mínimo árbol. Anhelo, ahora, un plinto desnudo y vacío, cuya existencia solitaria ha sido violentada y, algunas veces, festejada con donaire. Pero no tengo prisa todavía.
Viajo, pues, para estar en el lugar al que voy y no creo, por ello, en las lejanías o cercanías, creo en el ritual del viaje. En mudarse para encontrarse otro en quien es uno siempre uno.
Apenas hace unos meses, al caer en cuenta de que no había tenido tiempo de irme a descansar, de tomarme un par de días para no hacer nada y reencontrarme de nuevo en el cauce de lo que hago, pues todo volvía a la normalidad una tanto vacua y pedagógica y no había modo de viajar con quien, queridísimo, reiniciaba sus donaires educados, decidimos, mutuos, ensayar una variante. Pasar nuestras vacaciones en nuestra ciudad misma, y partir al Zócalo con la intención de no hacer nada en su veranda. Lo curioso de tal viaje, dada su inmensa cercanía, fue encontrarnos uno con el otro en una situación dichosa y novedosa, juntos por el mor de estarnos juntos, disfrutándonos haciendo nada para seguir sin plan fijo, haciendo nada. Y fue un viaje único y memorable, por su cercanía clara y su compañía dichosa, pues de cierto viajar es también, y a veces, viajar con alguien.
Las anécdotas, desde luego, dan color no tanto al viaje como a su relato. Baste decir en este caso, que a falta de previsión no encontramos habitación en ningún hotel del Zócalo y los aires aventureros nos llevaron a otros lados, donde recorrimos otra parte de la ciudad con la mirada curiosa y atenta de quien pisa esas calles por vez primera, pese a circular por ellas en más de una ocasión. Pues viajar es, cuánto se nos olvida, asombrase.

jueves, febrero 02, 2006

Miedo a volar

De las formas de censura, la vulgarización es la más feroz y certera. Transformar lo distinto en trivial, lo nuevo en antiguo, lo liberador en una glosa idiota, lo auténtico en mala copia permite poner un velo sobre aquello que no es bueno ver. Convertir Miedo a volar en una clásico del erotismo, en un libro sobre las fantasías sexuales de las mujeres, en un libro caliente, lo ha vuelto invisible, presa de la deslectura, obra cómoda para la desmemoria. Pero nada más falso. Miedo a volar es, no debería caber duda, una obra importante de la narrativa del siglo anterior. Ensayaré las razones de su importancia.

1. La novela nos cuenta las dudas y problemas en el descubrimiento de la sexualidad de las mujeres de esa generación, las nacidas en los cuarenta, las protagonistas de los sesenta. Y al llegar al tema de los orgasmos hace un descubrimiento aleccionador. De pronto, se percata de que no logra sentir aquello que la literatura describe como el momento mayor, la cima de placer, el orgasmo mayor de la mujeres. Descubre, para sorpresa de todos, que esos orgasmos no fueron sentidos nunca por mujer alguna, que en El amante de Lady Chaterly, a guisa de ejemplo, no se venía Emma, sino Lawrence disfrazado de Emma. Que el buen D.H. Lawrence no describía, imaginaba, no imaginaba, legislaba el orgasmo femenino sin haber nunca tenido ocasión alguna de experimentarlo, pues se venía como lo que era, un hombre. Y describía lo que imaginaba o pensaba que era o debía ser el orgasmo femenino. Así pues, Isadora y Erica deciden venirse a su real placer y entender y describirlo como se les da la gana. Y lo hacen no para tratar de calentar a nadie, tan sólo por el disfrute de hacerlo, por la necesidad de hacerlo. Lo hacen porque escriben. Y escriben de sus orgasmos como ellas experimentan o no experimentan sus orgasmos. Y escriben sobre lo que les gusta o no.

2. Cuando Virginia Woolf pidió una habitación propia la elección de actividades para las mujeres eran del todo antinaturales. Cuando Erica e Isadora deciden dedicarse a ser quienes son, el mundo cambia. Isadora busca volverse escritora y lo busca de la manera más natural posible: se pone a escribir. No es, pues, el deseo de lograr hacerlo, intenta y logra volverse escritora. Pero no cuenta toda la verdad, pues nada como eso existe en una novela, la novela es una mentira, pues es ficción y, en tanto ficción, debe decir otras cosas, no la verdad simple y llana. Y, en ese instante, nace la escritora, cuando se da cuenta de que tiene algo que contar (que es su vida, su vida hecha ficción, no su vida trivializada), que sabe contarlo (y descubre el humor, la ironía y la burla, para su bien y el nuestro) y le interesa hacerlo, pues en ello, de hecho, le va la vida.

3. Isadora, casada en segundas nupcias con su séptimo psicoanalista, lo deja en un congreso de su especialidad y sale a un viaje sin plan premeditado, según cree ella, junto con Adrián Buenamor, psicoanalista impotente y redomado cabrón. El gran cambio es que Erica Jong nunca cede a la tentación de hacerle daño a su personaje. Nada de abortos, ni muertes ni tragedias. Que una mujer decida coger con quien le place, deje a su marido y elija al más cabrón de todos no le causa daño alguno, al contrario, la libera. Así pues, no paga la infidelidad ni termina destrozada. Termina metida en la tina, dando vueltas a la posibilidad de divorciarse de su esposo, quien la espera como todo buen caballero psicoanalista.

4. Cuando se enamora de Adrian Buenamor lo hace enloquecida, dejándose ir, a sabiendas de que no le importa si lo que hace está bien o mal, lo hace porque quiere hacerlo, pero lo hace porque siente un deseo enorme por Buenamor. Y ejerce sus poderes de seducción y deja que él ejerza los suyos. Y se burla de él y termina enamorándose de él. Y cuando se da cuenta de que su verda permanecerá flácida por mucho tiempo pues no tiene la fuerza ni la entereza para satisfacerla se enamora de él más cuando le dice: "Cuando escribas de mí no sabrás si soy un santo o un cabrón, no podrás ponerme etiquetas, no sabrás si soy un héroe o un antihéroe. Su verga flácida logró penetrarme mucho más profundo de lo que nadie nunca había hecho, entró en mí".

5. La fantasía de la cogida sin cierre, descremallerada, deszipperada, ha cifrado la fantasía del libro. Las mujeres, dicen Isadora y Erica tenemos deseos también de cuerpos sin compromiso, pero sabemos que no son importantes, que son fantasías y nos gusta tenerlas. El sexo no es el problema, no es un problema, el problema radica y se encuentra en otras partes y hemos de poder disfrutar del sexo como mejor nos convenga. En estos días del sida parece que hemos perdido esa noción fundamental, la solución no es negar la sexualidad, sino aceptarla y tomar las precauciones adecuadas. La revolución sexual fue profundamente superficial, y en su superficialidad no logró resolver ninguno de los problemas que intentaba solucionar.

6. Cuando se une sexo e inteligencia los bienpensantes parecen no aceptarlo muy bien. Si se añade humor, el desastre puede estar cerca. No es posible que una mujer inteligente, culta, buena escritora sea tan caliente, pues sólo alguien muy caliente se interesa por contar sus aventuras, reales o no. El sexo se empeña, pese a los bienpensantes, en llenar cada rincón de la vida, en estar presente en sus ausencias y en definir y definirse a partir de todas sus aventuras, fantasías, prácticas, deseos, carencias... Si ejerce su sexualidad y es lo único que le interesa parece que es comprensible, si se dedica a ejercer su inteligencia y no a tener una vida sexual, es comprensible, pero que quiera ejercer ambas pone nerviosos a todos. Recordemos que la novela se publicó hace treinta años...

7. Mofarse y retratar exactos a los hombres no es el menor mérito de la novela. El director de orquesta que esperaba que su madre todavía le limpiara el culo y dejaba unas manchas esparcidas por la cama, el buen doctor buenamor cuya impotencia explicaba porque no le apetecía nunca coger, su esposo loco que se creía el nuevo redentor e intentaba caminar por las aguas de nuevo, su esposo tan controlado y distante, que no tenía el menor respeto por las fantasías, pues eran sólo fantasías.

8. Erica Jong intentó retratar el pensamiento de la mujer de su momento. La obligación del escritor es decir la verdad, y trató de plasmar la verdad de las mujeres, su verdadero pensamiento, como lo habían hecho Phillipe Roth y John Updike con los hombres. La importancia de la obra está dicha en este punto. Erica Jong creó un personaje memorable de la literatura vigesímica, mujer pensante y sintiente, amante y amadora, culta y escritora. Casi nadie se lo ha perdonado.

9. Traducida a 27 idiomas, ha vendido más de 12 millones de ejemplares. Erica Jong lo explica magistralmente: "El libro se convirtió en un éxito por razones extraliterarias. Una desconocida salida de quién sabe dónde habla de sexo y, además, es rubia..." Su apuesta fue clara y sigue siéndolo "la vagina no es un obstáculo para la literatura".

10. "Los escritores son las únicas personas sobre la tierra cuyo trabajo principal es contar la verdad. Escribir es un llamado, no una profesión y todo lo que lo vuelva comercial debe anularse".

11. Que Miedo a volar vuelva a circular, siquiera porque se cumplieron 30 años de su primera publicación es motivo de alegría y festejo. Si se le leyere sería uno de los mejores elogios para la obra.

Soneto a la errata de Alfonso Sastre

Alfonso Sastre

Escritores dolientes, padecemos
esta grave epidemia de la errata.
La que no nos malhiere es que nos mata
y a veces lo que vemos no creemos.

Tontos del culo todos parecemos
ante el culto lector que nos maldice:
"Este escritor no sabe lo que dice",
y nos trata de gilis o de memos.

Los reyes de Rubén se hicieron rayos.
Subrayé, más no vino la cursiva.
Donde pido mejores van mujeres.

Padecemos, leyéndonos, desmayos.
El alma queda muerta, más que viva
pues de erratas te matan o te mueres.

Estrambote:
Con sólo cinco erratas y un desliz
en mi soneto, sería yo feliz.

miércoles, febrero 01, 2006

De cómo los poemas pésimos son, pese a todo, poemas

La libertad de expresión debe ser universal para existir. No acepta asegunes ni alomejores ni quizáses, debe ser total. Bien es cierto que el poema de Witz, La patria entre mierda, es pésimo. Pero es un poema. Y como todo poema debe evaluarse estéticamente, no penalmente, ni siquiera, legalmente. Mi argumento es sencillo:

Un poema pésimo es un poema.
Cualquiera puede escribir poemas [pésimos].
Cualquiera puede publicar poemas [pésimos].
Nadie puede ser juzgado por sus poemas [pésimos] penalmente.

No defiendo a Witz en lo absoluto, mucho menos defiendo a su pésimo poema, defiendo su derecho a escribir y publicar poemas pésimos y a que se valoren sus poemas y su acto de publicarlos a nivel estético, no a nivel legal.

Mal anda el país cuando el ministro de la suprema corte califica, precisamente, de pésimo poema a un pésimo poema desde un punto de vista estético para, sobre ese juicio estético, establecer un juicio moral que convierte en juicio legal para negarle el amparo. José Emilio Pacheco dice: No amo a mi patria. Cierto que legalmente no hay obligación de amar a la patria, al menos por ahora, pero alguien podría demandar a Pacheco por injuriar a la patria y, lo que me parece muy grave, el juez tendría que aceptar la demanda y resolver sobre la misma, pues la suprema corte negó el amparo de que la ley sobre los símbolos patrios es menos importante que la constitución, pues ciñó la libertad de expresión a los límites de no crearle problemas a nadie en su moral, buena fama, moral pública y símbolos patrios. Porque una de las mayores estrategias en México para restringir la libertad de expresión es acusar a los periodistas de Difamación y daño moral. Recordemos el caso de Lydia Cacho. Y la difamación en gran parte del país es un delito penal por el cual puede cualqueira ser encarcelado. Y la suprema corte dijo, al final de cuentas, que esas leyes menores tienen más peso que la propia constitución, que establece la libertad de expresión, que viene junta a la libertad de pensamiento, de creencia y de información.

Esa parte es la que me parece grave. La imaginación de Witz es elemental y por demás escatológica, vamos, propia de un niño pequeño que juega apenas con palabras y conceptos y repite caca entre carcajadas. Pero nadie puede juzgarlo en tribunales por ello. Puede, podemos, evaluarlo estéticamente, y decir que es pésimo y, junto a ello, decir que tiene todo el derecho de publicar sus poemas.

PD. Vamos, podríamos reclamarle a los demandantes de Witz daño moral, pues de no haberlo demandado no hubiéramos tenido necesidad alguna de leer a Witz...

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