miércoles, junio 20, 2012

6. ¿Deben existir fronteras para los libros?



El día de hoy los libros no pueden pasar fronteras libremente. Si viejos, por sus bichos perniciosos. Si nuevos, por sus tintas púmbleas. Si lejanos, por falta de invitación escrita. Si cercanos, por no declarar su procedencia. 

Hubo un tiempo cuando los libros eran buenos mensajeros. Creada la Unesco, el libro representó todo lo bueno que la humanidad tiene. Parte de la operación para restañar las heridas de la guerra mundial fue capitaneada por la Unesco al propiciar muchos y buenos libros. Una extraña antología de la poesía mexicana realizada por Octavio Paz y Samuel Beckett al alimón da testimonio de las muchas y buenas antologías realizadas. Además de que dio trabajo a muchos escritores que no tenían manera, después de esa guerra, de ganar el pan.

Estados Unidos y Rusia financiaban ediciones e intentaban que sus autores y sus libros tuvieran peso y presencia en los países de su interés. China es el último país que lo hace con ese celo ideológico. Pero ya no con demasiado éxito.

A veces los libros son víctimas colaterales, digamos, de otros problemas económicos. En la época de los tratados comerciales los libros tienen problemas para pasar fronteras. Lo peor, los libros electrónicos no pueden viajar tranquilos. Todo se deshace en las manos. ¿Dónde se produce un libro electrónico? ¿Se produce? ¿Cuál es su país de origen? ¿Cómo pasa una frontera un libro electrónico? Los límites, por ahora, los ponen los cancerberos digitales y les preocupan más los derechos de autor que cualquier otro derecho. El dinero, pues. 

La Unesco buscó que el precio del transporte de los libros fuera barato, pugnó por tarifas preferenciales de correo en todos los países del mundo. Ahora calla. Mientras no exista una acuerdo general racional sobre los derechos de autor imponemos fronteras inexistentes a los libros. ¿Dónde está la Unesco? En Europa, debo responder y esa sería toda la respuesta.

Pasamos del ideal regulativo de la libre circulación de las personas, las ideas y las cosas a la muy extraña libre circulación, no del dinero, de las utilidades de todos los dineros. 

¿Por qué las editoriales universitarias públicas, las editoriales estatales, los proyectos internacionales no liberan libros transfronterizos? Porque no les interesa la libre circulación de las ideas, cuantimentos de los libros físicos o metafísicos, les interesa el prestigio, el escalafón y los puntos académicos. Sencillo: su dinero.

Amazon parece libertario por eso mismo, nos dice que cualquiera debe poder vender su libro. Insisto, subrayo, canto sobre las cursivas señaladas: vender. El proyecto Gutenberg o el Internet Archive dicen algo muy distinto: cualquiera debe poder leer los libros. Todos los libros. 

En tanto mercancías, los libros de papel sufrían las mismas restricciones que las demás mercancías, con el añadido de que eran censurados y evitados por cuestiones nada comerciales. Algunos libros no podrían leerse en ciertos países. Sigue sucediendo y la censura, ahora, pasa por internet.

La frontera, ahora, es global. Todo es frontera, lo que nos produce un efecto paradójico. Podemos acceder a todo siempre y cuando todo produzca dinero a alguien. La nueva frontera es económica y los derechos de autor se convierten en su visa. Hay que distinguir entre pagar regalías por copia vendida (incluso prestada, incluso regalada, siempre y cuando sean regalías justas) e impedir la publicación o circulación por cuestión de regalías. Retribución contra censura. Frontera contra prisión.

Amazon aplica a los editores sus propios conceptos y los vence en su propio terreno. Les dice, nos dice, voy a regalar libros y para que no vociferes te voy a pagar como si los vendieras, al precio que me indiques. Como si le vendieran sogas para que los ahorque. Como decirle a Rowling, nada más tienes Harry Potter, yo tengo a los lectores y a los compradores…



viernes, junio 15, 2012

5. ¿La educación a partir de los libros de texto es la única posible?

La educación es una perversión, una desgarradura. Nos lanza al mundo por medio de sus símbolos más queridos, más deseantes: el alfabeto todo. La imprenta inventó el analfabetismo, el analfabetismo la infancia. Antes del mundo impreso la infancia acababa con el trabajo, al cual se entraba tan pronto se pudiera seguir una orden y realizar una labor. Enseñar a leer y a escribir se volvió un derecho, después, como casi todos los derechos, se volvió una obligación. Saber leer y escribir es una obligación ciudadana, la educación se vuelve necesaria y con ella nacen las escuelas y las bibliotecas públicas.

La educación desgarra, también, al individuo. ¿Educamos para que el individuo sirva a la sociedad o para que florezca como individuo? ¿Educamos para la sociedad, y nos guían las necesidades de la producción y reproducción física y simbólica o para el individuo y pueda ensanchar su mundo y sentirse bien y fluido? En el delirio la educación fanática: servir a la sociedad con convicción absoluta, ser individuo al eliminarse.

Claro, la educación se convirtió, cuando pocos sabían leer y escribir, en ascenso social. Cuando pocos eran profesionales, en éxito asegurado. Todo ello ha cambiado. Las escuelas de oficios desaparecen, ya nadie enseña para las manos, la educación debe ser necesariamente simbólica y el trabajo también. La migración se explica, pues, de los países menos alfabetizados a los más alfabetizados. El migrante trabaja con las manos.

El libro de texto representa pues la educación. Ir a la escuela es recibir libros o tener acceso a los libros que representan el saber y sólo por medio de esos libros puede llegarse al saber. La teoría científica, incluso, queda expresada mejor en el libro de texto. La nervadura sostiene y se alimenta del libro y del diploma y la certificación. Joseph Henry Vogel propone en el delirio que sólo quien pague por el libro de texto tenga acceso a ciertas páginas protegidas con valor para la clase de tal manera que quien no pague tendrá una calificación menor. Nada refleja mejor la idea: darle dinero a los editores es bueno para la academia, nos dice.
Amazon, Apple y, desde luego, los editores de siempre, desean crear un nuevo centro para la nervadura educativa. Sólo a través de contenido centralizados tener acceso a la educación.

La desgarradura parece ser nueva: diversidad o uniformidad.

La dignidad de los libros de texto no puede residir en su precio. La bibliotecas públicas, gratuitas, fueron y han sido fundamentales para la dispersión del conocimiento. Debe existir educación pública, debe existir educación gratuita. ¿Defender la nervadura?

El modelo anterior, la nervadura del papel, ha demostrado su absoluto fracaso. Cada día, como humanidad, estamos más educados y, pese a ello, somos más idiotas. Cambiemos. Vean los cursos en línea del MIT o de Yale. Estar ya no es ser. Vean la gran cantidad de videos en tutubo sobre cualesquera actividades oficiosas. Resolver dudas de casi cualquier oficio es sencillo y directo, pero no está sistematizado y podría estarlo.



[El hilo de la discusión:

¿La superioridad moral del papel?

1. ¿Los libros no pueden ser tan baratos?

2. La normalización del discurso

3. La alteridad como investigación de mercado

4. ¿Quién controla las publicaciones académicas? ]

 

 

 

 

domingo, junio 03, 2012

4. ¿Quién controla las publicaciones académicas?


Las publicaciones académicas fueron pioneras de la edición digital. Las importantes, las de mayor peso. Eliminaron costos y aumentaron precios, así de sencillo. Es el paraíso para sus dueños. El contenido lo generan los investigadores, pagados por sus universidades e institutos, ayudados con becas y fondos especiales. Lo evalúan otros investigadores pagados de la misma manera. Y, en el colmo, el proceso editorial, con una que otra ganancia, es pagado en muchos casos por los propios investigadores o sus instituciones. En ciertas disciplinas realizan el trabajo los propios investigadores por medio de TEX y pagan a la editorial pese a no hacer nada. Hasta ahora la editorial no ha gastado un centavo. Luego, venden suscripciones en grupo, caras hasta lo indecible. Lo mismo suceden con los libros académicos, en mayor o menor medida. Libros caros, por arriba de 100 dólares para las ciencias sociales y caros al extremo (varios miles de dólares) para las ciencias exactas.

Su contrapeso es el acceso abierto, pero enfrenta un problema sensible. La forma de conseguir dinero para la investigación depende del número de publicaciones y citas en las revistas académicas de mayor jerarquía, la cual, en general, no permite el acceso abierto. Luego entonces publicar en revistas de acceso abierto lleva a no ser leído por casi nadie lo que significa no recibir apoyo.

Curioso, las ediciones así hechas siguen la dinámica del papel, porque la nervadura dependía del correo y lograron algo cercano a la teletransportación, cuando todavía imprimían en papel. Dan acceso por medios digitales y el investigador imprime para leer y anotar. 

Todo para hablar de los libros escolares. Ese saber es sancionado en los libros académicos por medio de pares y tiene controles bastante confiables, aunque no perfectos. En el caso de los libros escolares la sanción proviene en general de algún ministerio o secretaría. En México la propia secretaría sanciona, elabora y produce los libros de texto gratuito para primaria y licita los libros para secundaria. 

La enciclopedia representaba de la mejor manera la sanción del conocimiento. El libro, como tal y con toda su estructura de papel encuadernado, representa el conocimiento y el acceso a ese conocimiento a lo largo de todos los ciclos escolares, desde el inicio hasta la universidad. Lo que hacía que la calidad de una universidad pudiera medirse por medio de su biblioteca.

La sanción, desde luego, es fundamental, porque lo es la ciencia y los libros escolares son un puente a esa ciencia. Pero esa sanción se ha desplazado de la ciencia misma al comercio y es, entonces, cuando peligra la ciencia misma. Desde quién pagó una investigación hasta quién pagó los libros de texto. ¿Por qué no podemos, ni debemos, enseñar que la tierra es plana? 

Bordo sobre la dignidad y el precio. Sostengo pues que quienes atribuyen dignidad a los libros en papel contra el carácter material de los libros electrónicos incurren en paradoja. Tienen dignidad porque tienen precio y tienen precio porque tienen dignidad. Intento, por medio de esos apuntes, destrabar la paradoja y buscar una salida.

sábado, junio 02, 2012

3. La alteridad como investigación de mercado

La normalización significa, también, la creación de un discurso anormal o disidente o periférico. Si no todos pueden vender los libros no es sólo, y obvio, que no todos pueden leerlos, implica la creación de un espacio de alteridad, alteridad que define lo normal al estar fuera. La pornografía blanda, por usar la terminología al uso, por ejemplo, estaba dentro de los límites, en la frontera, pero con carta de ciudadanía del centro. Lo mismo ciertas disidencias.

Los últimos 60 años al menos hemos visto los caminos de los significados más externos. La normalización del feminismo, de los movimientos LGBTTI, de los verdes, ahora de los piratas. Lo que, por decirlo así, estaba fuera del discurso se convierte en uno de sus centros. La normalización, pues, implicaba un centro hasta que, al integrar tanto, ahora hay una multitud de centros.

Las perversiones de ayer son los mercados de mañana es el eslogan claro de quienes quieren solamente vender y viven en el centro. Claro que al no existir un solo centro las cosas han cambiado. La normalización implica también la imposibilidad, en principio conceptual, de encontrar otras manera de comercializar. Así les ha ido a quienes no desean el cambio.

Curioso, los libreros españoles demandan a Amazon por la sola razón de que no tienen manera de competir y, como no pueden competir, suponen que el otro viola la ley. ¿Más normalizado? No hablemos de regalar los libros o de permitir leerlos por vía de suscripción. Si cualquiera puede vender libros, no en tanto potestad sino en cuanto hecho mismo, la necesidad de espacios dedicados desaparece. Sorprende, en verdad, la casi ausencia de proyectos colaboradores para crear una alternativa a Amazon. B&N defiende su mercado anterior, cambia para intentar seguir igual. Pensemos en Google Books. Primero digitalizó y ahora, lo que es dominio público, intenta venderlo. HP ensayó vender ejemplares impresos de lo mismo. Volvemos, pues, al asunto de la nervadura.

El caso extremo, patológico, es vender un libro en cero. El proyecto Gutenberg fue, en ese sentido, el inicio del cambio fundamental de la manera de vender libros. (Venta en tanto puesta en circulación, pues la nervadura anterior implica que la única manera se da por la venta, pues la biblioteca pública presupone la compra de libros). Entre los ejemplos recientes: Ganso y Pulpo, Unglue, 24symbols, Red Lemonade. Amazon, parece, ensaya lo mismo: vender suscripción a su servicio premium y pagar
por descarga al autor o a la editorial  un cantidad mínima. ¿Qué significa que proyectos opuestos y antagónicos ensayen lo mismo? Debemos pensarlo a fondo. Ensayo: los libros ya son periferia...

viernes, junio 01, 2012

2. La normalización del discurso

Publiquemos todos siempre y cuando todos seamos unos cuantos. La supuesta superioridad del papel y su nervadura implica necesariamente la normalización del discurso y, con ello, la dificultad de producir los libros. ¿Nadie recuerda la censura? Por siglos los libros debían ser autorizados, la posesión de una prensa sancionada y, en el extremo,  algunas prensas  se volvieron clandestinas.

Pregúntenle a cualquiera que haya deambulado por las facultades unameñas del 68 sobre el mimeógrafo y, doble contra sencillo, comenzará a dar vueltas a una manivela ahora imaginaria. Imprimir, mimeografiar, fue un acto de libertad.

Quien pisa una imprenta, se creía, pisa suelo sagrado. Edición e impresión se confundían y se alimentaban. Dejaron de hacerlo. Quizás ahora sea editar y codificar, quizá ni eso.

Si editar es difícil, si hacer libros es difícil, publicar algo se torna un filtro. Sanciona, autoriza, elimina, ningunea, ensalza: normaliza. Ser aceptado era ser publicado. Se publicaba para entender el mundo, para cambiarlo, para narrarlo, para hacerlo estallar en mil pedazos iluminados. El siglo XX, culturalmente, es la historia de sus revistas y sus suplementos. Hechos por unos cuantos para unos cuantos.

Tradición, pues. Incluso tradición de la ruptura. Lo publicado por las editoriales daba sentido a lo que sucedía y señalaba caminos a lo por venir. Daba argumentos para lo cotidiano y para lo político y para casi todo. Participar en la conversación necesitaba e implicaba publicar un libro. Todo por medio de las editoriales y sus imprentas.

Todo ha cambiado. Esa sanción, esa elección, se ha desvanecido o desplazado, todavía no lo sabemos. De vez en vez leo cosas como "el libro que Amazon censuró". Lo cierto es que el hecho de la facilidad misma de imprimir y la facilidad misma de tener máquinas baratas de impresión (un taller minimalista de impresión y encuadernación de baja producción –entre 500 y 600 ejemplares por día– puede montarse con unos 12,000 dólares. Un nanotaller artesanal con 700 dólares. Las nuevas tecnologías hacen posible encontrar linotipos en nada y máquinas, como la Adana, en 400 dólares o Davidson en 600) hace posible publicar lo que se quiera con poca inversión. Además ahora es muy sencillo hacer libros electrónicos, basta una computadora y ganas de aprender a codificar o comprar algún programa que ayude a hacerlo.

Libros hermosos muchos, otros no. Pero dejemos desde este momento claro, hay un discurso que pide profesionalizar todos los procesos. Tipógrafos digitales, editores digitales, impresores digitales, encuadernaciones profesionales que desean y quieren desplazar el control a sus moradas. Falla en sus argumentos la premisa: parten de la idea de que los libros antes de la revolución digital eran buenon libros, bien hechos. Nada más falso. La mayoría de los libros del siglo XX son libros correctos, en los mejores casos. Si le creemos a Tufte, han pasado ya tres siglos sin que se haya editado ningún libro que merezca ese nombre. Porque si ese discurso es cierto, precisamos programadores, así de sencillo. Y no vale tampoco la pena darles el control.

Quienes se asuntan suponen que antes la mayoría de los libros eran buenos y estaban bien hechos. Nada más falso. Basura se ha editado siempre.

Si lees estas líneas significa que no sólo lees libros. Si lees estas líneas aceptas, tácitamente, que es posible publicar sin ser experto en codificar y sin que lo publicado tenga nada que ver con el papel.

Los discursos, pues, dejan de estar normalizados a la vieja usanza, lo que no significa que no vayan a normalizarse de nuevo, todo lo contrario.

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