Muy buen artículo de Anthony Grafton en el New Yorker.
Future Reading
Digitization and its discontents.
by Anthony Grafton
November 5, 2007
In 1938, Alfred Kazin began work on his first book, “On Native Grounds.” The child of poor Jewish immigrants in Brooklyn, he had studied at City College. Somehow, with little money or backing, he managed to write an extraordinary book, setting the great American intellectual and literary movements from the late nineteenth century to his own time in a richly evoked historical context. One institution made his work possible: the New York Public Library on Fifth Avenue and Forty-second Street. Kazin later recalled, “Anything I had heard of and wanted to see, the blessed place owned: first editions of American novels out of those germinal decades after the Civil War that led to my theme of the ‘modern’; old catalogues from long-departed Chicago publishers who had been young men in the eighteen-nineties trying to support a little realism.” Without leaving Manhattan, Kazin read his way into “lonely small towns, prairie villages, isolated colleges, dusty law offices, national magazines, and provincial ‘academies’ where no one suspected that the obedient-looking young reporters, law clerks, librarians, teachers would turn out to be Willa Cather, Robert Frost, Sinclair Lewis, Wallace Stevens, Marianne Moore.” [completo]
Sobre el arte de editar e incurrir dichoso en las erratas, entre otros menesteres de los libros, su gozo, su hechura y algunos ensayos sobre variopintos temas.
miércoles, octubre 31, 2007
sábado, octubre 27, 2007
Remedios insumisos
De la medicina me place la contundencia. Tiene tal y cual enfermedad que se cura tomando tal y cual remedio, léase, fármaco. Los antibióticos no precisan de mi voluntad para matar a cuanto bicho infame y microscópico, viviente para más señas, se atravisa en su torrente camino. Mi voluntad, en sentido estricto, les es tanto indiferente cuanto irrelevante, impertinente. Así muchos otros fármacos y remdios. Nuestra manía simbólica trabaja denodadamente para decirnos que o todo está en la mente o todo está en el ambiente. Pero el mundo sigue siendo el mismo, ¡cuidado con ser diferente! que todos dios, literalmente, todo dios, obrará en tu contra. ¿Para qué sirve la medicina? Para vivir mejor, según mi nada humilde opinión. Me encanta recordar que hace menos de cien años tenemos analgésicos, anestésicos, antihistamínicos y antibióticos. En promedio vivimos cada vez más, y no gracias al new age. No es lo mismo, con todo, dar tratamiento, dar terapia y dar consuelo, pero obliteramos la diferencia.
viernes, octubre 26, 2007
3) ¿Por qué creemos que es inteligente aquel que piensa como nosotros?
¿Por qué creemos que es inteligente aquel que piensa como nosotros?, pregunta estrella, a quien agradezco ahora su otrora comentario. Por nuestro afán legislativo. No emitimos opiniones, lanzamos decretos al planeta, como Jlébnikov. En él, futurista irredento y rey de los planetas, poeta entre los poetas, todo le debiera haber sido permitido. A todos los demás mortales, príncipes pequeños si acaso, nos encanta pensar que el mundo debeira ser como nosotros queremos. Así, señalamos lo que debe escribirse y cómo debe escribirse en un blog, o en un libro, cómo debe gobernarse un país o cómo debe hacerse cualquier cosa y, por ello, sólo quien piensa igual demuestra sumisión a nuestros decretos.
Curioso, ¿no?, ahora tenemos cada día más posibilidad de leer lo que nos plazca, de escuchar lo que nos plazca, de ver lo que nos plazca, pero seguimos legislando. Infantilismo puro, el deseo es el deseo del otro. Quizás sea la respuesta...
Curioso, ¿no?, ahora tenemos cada día más posibilidad de leer lo que nos plazca, de escuchar lo que nos plazca, de ver lo que nos plazca, pero seguimos legislando. Infantilismo puro, el deseo es el deseo del otro. Quizás sea la respuesta...
Oliver Sacks y la musicofilia
Agradezcamos que exista Oliver Sacks. Disfruto, he disfrutado y espero disfrutaré todo lo que ha escrito. Lo he leído en inglés con extremo gusto y he leído con placer las traducciones al español de sus libros. Su libro sobre los helechos es asombroso, pues él es el asombroso en todos los casos. Aparece ahora un nuevo libro dedicado a la musicofilia, donde intenta explicar la música. Para Sacks decir desde un punto de vista humano y neurológico es lo mismo, por ello estoy de plácemes. Aparece uno de los artículos en New Yorker y hay dos algunos videos en Amazon. Un festín.
jueves, octubre 25, 2007
Yo digitalizo, tú digitalizas, él digitaliza...
¿Cómo recuperar todos los libros publicados, valga, escritos? Es la pregunta del momento, desde luego. Los libros ya no son lo que hubiesen sido antes, ni volverán a ser lo que hubieran sido de no haber existido la otrora invención digital. Y antes tener un libro no radicaba en haberlo leído (sigue sin radicar ahí, mora en otra parte) sino en poseer físico alguno de sus ejemplos. Y debemos traducir en un trasvase preciso y perfecto, en la sarta de ceros y unos que es tan cara a las máquinas. Curioso, Open Content alliance y cualquier proveedor de impresión bajo demanda tienen casi el mismo costo para digitalizar, unos treinta y tantos dólares por libros. Claro, es lo más parecido a fotografiar la página de un libro y tener no tanto el texto del libro en binario cuanto un album de fotos de las páginas del libro en binario. De donde falta la parte fundamental, la búsqueda del contenido, tan caro al proyecto de Google, que se toma en trabajo de trasvasar a su vez la imagen en texto puro y duro.
Todo una maravilla. El activo mayor es nuestro catálogo (¡Santas sorpresas!) y ese catálogo, pese a no tener la editorial mayoría legal (18 años, pues), ha pasado por el cambio tecnológico en el más extremo sentido. Nunca hicimos libro alguno en linotipo, pero sí en fotocomposición y en las primeras impresoras láseres (bonito plural, ¿no?). Un amigo me regalaba la tipografía, hecha con el venerando programa TEX, antes de que existiera nada más en México. Después compré mi primera computadora y mi primera impresora. El problema, en este momento, es reunir las versiones distintas de esos libros. Algunos están en programas que ya no existen (¿alguien recuerda Ventura?), otros se hicieron en versiones realmente viejas, ahora, de PageMaker, digamos 4 y 5, que los nuevos programas como InDesign no pueden convertir. Y otros más están chapeteados en versiones nuevas y perfectas. Pero debemos hacer arqueología, en apenas 18 años de existencia, con libros producidos con tecnología digital. ¡No imagino qué sucederá dentro de 100 años! Casi todas las computadoras que ha tenido la empresa siguen funcionando, aun cuando no se usan por ser obsoletas en verdad, no pueden hacer ahora casi nada, pues no tienen la capacidad para hacerlo. Ayudan, claro, en estos momentos para ir recuperando archivos de versiones anteriores a versiones legibles por los nuevos programas, pero algunos libros no podemos ya recuperarlos y debemos decidir, entonces, si digitalizamos o volvemos a producir.
Y salta el problema de la disponibilidad del contenido. ¿Quién es el dueño del contenido de los libros de una biblioteca? En el caso de las editoriales, es muy sencillo, lo son las editoriales mientras tengan contrato de cesión de derechos vigente y, por 50 años, de las características editoriales de su publicación, según reza la ley mexicana. Luego entonces, ¿de esa mayoría absoluta que está en la tierra de nadie de los derechos de autor? Es decir, que no son de dominio público pero nadie tiene la más pálida idea de quién detenta los derechos.
Porque si queremos que cualquiera pueda leer cualquier libro desde cualquier máquina, los libros deben estar codificados digitalmente, sea como imagen o como texto. Y hay un problema de derechos de autor, dolor de cabeza de casi todo dios en este olimpo digital. Porque, el contenido en sí de un libro, digamos las obras completas de Quevedo, es dominio público, patrimonio de todos y entonces de nadie, cualquiera puede leerlo, desde luego, pero también cualquiera puede obtener un lucro sin pagarle nada a nadie. Así de sencillo. El problema es cuando pasamos, por ejemplo, a una edición digital a base de imágenes de la primera edición. Alguien digitalizó y, por ello, tiene derechos sobre esas imágenes y puede restringir su uso, comercial o no. ¿Quién tiene ese derecho? ¿La biblioteca? ¿Google, si lo hizo? ¿Una persona, si lo hizo?
Digamos, una primera edición en español de un libro de Lord Byron, del cual soy el feliz poseedor, no tiene restricción alguna de derechos. Claro, supongamos, por mor de la argumentación, que es el único en el mundo que existe y las páginas las digitaliza cual imágenes y produzco una edición facsimilar, cualquiera puede publicar el contenido del libro, es decir, el texto, sin pago alguno de regalías. Pero nadie puede publicar otro facsimilar sin pagarme, pues, supusimos que era el único ejemplar existente. Como la Mona Lisa y el Louvre. La Mona Lisa es dominio público, pero como el cuadro es propiedad del Louvre y no es visible desde lugar público, entonces es imposible tener una imagen de la Mona Lisa sin pagarle derechos al Louvre. Ese camino, me parece, quiere seguir Google. Impedir esa senda, pretende Open Content. Ganará, como casi siempre, el dinero.
Todo una maravilla. El activo mayor es nuestro catálogo (¡Santas sorpresas!) y ese catálogo, pese a no tener la editorial mayoría legal (18 años, pues), ha pasado por el cambio tecnológico en el más extremo sentido. Nunca hicimos libro alguno en linotipo, pero sí en fotocomposición y en las primeras impresoras láseres (bonito plural, ¿no?). Un amigo me regalaba la tipografía, hecha con el venerando programa TEX, antes de que existiera nada más en México. Después compré mi primera computadora y mi primera impresora. El problema, en este momento, es reunir las versiones distintas de esos libros. Algunos están en programas que ya no existen (¿alguien recuerda Ventura?), otros se hicieron en versiones realmente viejas, ahora, de PageMaker, digamos 4 y 5, que los nuevos programas como InDesign no pueden convertir. Y otros más están chapeteados en versiones nuevas y perfectas. Pero debemos hacer arqueología, en apenas 18 años de existencia, con libros producidos con tecnología digital. ¡No imagino qué sucederá dentro de 100 años! Casi todas las computadoras que ha tenido la empresa siguen funcionando, aun cuando no se usan por ser obsoletas en verdad, no pueden hacer ahora casi nada, pues no tienen la capacidad para hacerlo. Ayudan, claro, en estos momentos para ir recuperando archivos de versiones anteriores a versiones legibles por los nuevos programas, pero algunos libros no podemos ya recuperarlos y debemos decidir, entonces, si digitalizamos o volvemos a producir.
Y salta el problema de la disponibilidad del contenido. ¿Quién es el dueño del contenido de los libros de una biblioteca? En el caso de las editoriales, es muy sencillo, lo son las editoriales mientras tengan contrato de cesión de derechos vigente y, por 50 años, de las características editoriales de su publicación, según reza la ley mexicana. Luego entonces, ¿de esa mayoría absoluta que está en la tierra de nadie de los derechos de autor? Es decir, que no son de dominio público pero nadie tiene la más pálida idea de quién detenta los derechos.
Porque si queremos que cualquiera pueda leer cualquier libro desde cualquier máquina, los libros deben estar codificados digitalmente, sea como imagen o como texto. Y hay un problema de derechos de autor, dolor de cabeza de casi todo dios en este olimpo digital. Porque, el contenido en sí de un libro, digamos las obras completas de Quevedo, es dominio público, patrimonio de todos y entonces de nadie, cualquiera puede leerlo, desde luego, pero también cualquiera puede obtener un lucro sin pagarle nada a nadie. Así de sencillo. El problema es cuando pasamos, por ejemplo, a una edición digital a base de imágenes de la primera edición. Alguien digitalizó y, por ello, tiene derechos sobre esas imágenes y puede restringir su uso, comercial o no. ¿Quién tiene ese derecho? ¿La biblioteca? ¿Google, si lo hizo? ¿Una persona, si lo hizo?
Digamos, una primera edición en español de un libro de Lord Byron, del cual soy el feliz poseedor, no tiene restricción alguna de derechos. Claro, supongamos, por mor de la argumentación, que es el único en el mundo que existe y las páginas las digitaliza cual imágenes y produzco una edición facsimilar, cualquiera puede publicar el contenido del libro, es decir, el texto, sin pago alguno de regalías. Pero nadie puede publicar otro facsimilar sin pagarme, pues, supusimos que era el único ejemplar existente. Como la Mona Lisa y el Louvre. La Mona Lisa es dominio público, pero como el cuadro es propiedad del Louvre y no es visible desde lugar público, entonces es imposible tener una imagen de la Mona Lisa sin pagarle derechos al Louvre. Ese camino, me parece, quiere seguir Google. Impedir esa senda, pretende Open Content. Ganará, como casi siempre, el dinero.
miércoles, octubre 24, 2007
Se va, se va
Recibo noticia de la posible salida de Consuelo Sáizar del FCE. Rumores, como todo se maneja en este país. No faltará quien prenda una veladora, para que se queda, no faltará quien la prenda para que se vaya, dentro y fuera de la editorial, desde luego. Al tiempo...
¿Quién preguntó?
Con el nuevo portal del IFAI, se puede husmear mucho en lo preguntado por los otros. Para mi sorpresa, alguienes preguntaron ¿quién solicitó los documentos de Elena Garro? Curioso, no les interesaba obtener los documentos sobre EG en el CISEN, sino el nombre de quien preguntó. La respuesta del AGN es memorable: el ciudadano se identificó a sí mismo como Alfredo Herrera Patiño. Y hay de todo en los recursos de revisión, desde francas ingenuidades, hasta francas aversiones...
Contenidos
¿Cuál es el activo mayor de la editorial?, preguntaba hace un rato. No son los libros impresos, en sentido estricto, pues bien pueden destruirse todos. Digamos, cuando una editorial compra a otra, ¿qué compra?: los contenidos, es decir, por una parte las patentes de derechos de autor, que en términos económicos significa la cuota de mercado que tiene, por ello planeta compró a Diana, pues tiene a García Márquez, que no es poca cosa. Y las obras, pese a estar libres, que ya están procesadas. Espasa Calpe, digamos. Que también compró Planeta. La facilidad de producción nos ha cambiado. Y le da una fluidez que no tenía el contenido. Antes un libro era la edición realizada, ahora es sólo una de sus manifestaciones, por decirlo así.
sábado, octubre 13, 2007
Natura mirante
Forma por demás clásica, imagino, de proferir un recórcholis, cáspita o cuánta sorpresa. Me dedico ahora al análisis. Digamos, me quedo viendo por un rato, con cara de tratar de entender, lo que significan los números que miro, porque, bien mirado, los números no significan nada hasta que representan algo, aunque sea a ellos mismos. Pero dejemos los platonismos. Si a la manera de moda creo etiquetas para cada uno de mis libros y luego analizo cómo, dónde, cuántos se han vendido, descubro asuntos y trasuntos maravillosos. No son ya las librerías donde más vendo, con trabajos alcanza un 50%. Vendo más cronopios que famas, digámoslo así. Vendo mucho traducido del japonés y el chino, pero mucho más del francés y menos del inglés, aunque no me queda claro el asunto. Hay distorsiones todavía, que debo eliminar. Lo infantil crece, pero no a costa de la poesía, por ejemplo. La novela y el cuento por los suelos y las brevedades se vuelven extensas. Dejamos de coeditar, por lo cual las ventas institucionales son más a bibliotecas ahora, lo que es bueno en general. En fin, asaltan dudas. ¿Vendemos más de los que nos gusta porque nos gusta? ¿O porque lo editamos mejor? ¿O por razón ninguna? Sorprende el aumento de libros sin contenido (carpetas, libretas, cuadernos para escribir) y accesorios (separadores, sobre todo). Intento sacar conclusiones.
Mi hipótesis básica sigue siendo la misma, la hipótesis Enszenberger. Resumo, seguramente mal. La industria editorial, para sobrevivir, debe semejarse cada día más a la culinaria. Así como la uniformidad de las grandes cadenas no ha matado a los pequeños restaurantes, así tampoco morirán las pequeñas editoriales. Claro, deben aprender de los restaurantes que, digamos, financian parte del negocio con su carta de vinos y, sobre todo, aprender a valorar sus viandas. No puede costar lo mismo una hamburguesa que un filete. Hasta aquí, con mi memoria, Enszenberger. Luego, debemos buscar financiamiento diverso (separadores, libretas, etc) y elevar los precios de acuerdo al libro. No volverlo prohibitivo, sólo rentable.
Llegarán las conclusiones, no me cabe duda.
Mi hipótesis básica sigue siendo la misma, la hipótesis Enszenberger. Resumo, seguramente mal. La industria editorial, para sobrevivir, debe semejarse cada día más a la culinaria. Así como la uniformidad de las grandes cadenas no ha matado a los pequeños restaurantes, así tampoco morirán las pequeñas editoriales. Claro, deben aprender de los restaurantes que, digamos, financian parte del negocio con su carta de vinos y, sobre todo, aprender a valorar sus viandas. No puede costar lo mismo una hamburguesa que un filete. Hasta aquí, con mi memoria, Enszenberger. Luego, debemos buscar financiamiento diverso (separadores, libretas, etc) y elevar los precios de acuerdo al libro. No volverlo prohibitivo, sólo rentable.
Llegarán las conclusiones, no me cabe duda.
viernes, octubre 05, 2007
Lo perdimos, señores, lo perdimos...
Santas cuántas sartas, lo hemos perdido, dirá el lector de esas líneas, pero me he puesto un tanto metafísico, pero más ontológico. ¿Es el libro una cosa? ¿Un objeto entre los objetos del mundo? NO, gritan mis adentros. El libro no es un cosa, ningún libro es una cosa, en el momento mismo en que se vuelve cosa deja de ser un libro. El azar llevó a mis manos, en una hora en que debía esperar sentado cierto acontecimiento, el libro de Bradbury Farnheit 451, donde no moraba hace muchos años. Más honesto, la infinita sucesión de causas y efectos me tuvo en su fila esa tarde. Cito:
...los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del universo hasta formar un conjunto para nosotros... ¿sabe por qué los libros... son tan importantes? Porque tienen calidad... Calidad, textura de información. La segunda [condición], ocio para asimilarla. Y la tercera, el derecho a emprender acciones basadas en lo que aprendemos por la interacción o por la acción conjunta de las otras dos.
...los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del universo hasta formar un conjunto para nosotros... ¿sabe por qué los libros... son tan importantes? Porque tienen calidad... Calidad, textura de información. La segunda [condición], ocio para asimilarla. Y la tercera, el derecho a emprender acciones basadas en lo que aprendemos por la interacción o por la acción conjunta de las otras dos.
jueves, octubre 04, 2007
¿Cuál libro?
Lo dicho, sigo en la ruta del nuncamás, o del nomeolvides, o del nuncamehabíapasado. Porque, ¿cuál es el libro? Digamos, ¿cuál es, no pensamos en los mayores paralelepípedos, tan sólo en los humildes, pero sólidos, La isla del tesoro, no El Quijote? Un tanto cuanto la paradoja de Teseo, y un tanto cuanto acotación borgiana, pero ¿cómo es el mismo libro el mismo libro? ¿Qué pervive para llamarlo el mismo? La isla del tesoro es la misma, en un sentido importante, y es muy distinta, en otro sentido importante, en los diferentes idiomas que existe y en las diferentes ediciones que ha sufrido o gozado. Porque en cuanto a las ediciones, motivo de mis actuales pensamientos, podemos decir que, al menos en un idioma, el texto es el mismo (falso, gritan las erratas, pero no las escuchemos, por horrendas). Su mismidad (salve David Wiggins) es entre todas las ediciones la misma e idéntica a sí misma. Hay, luego, un isomorfismo entre todos ellos, aunque sean muchos, o sean pocos, o sea uno solo. La mismidad del libro es el texto, aceptémoslo. No la manera en que se ve el texto, no el modo en que se despliega, el texto, la sarta de letras y espacios. El lenguaje binario, tan digital ahora, permite todo. Si asignamos, como hacen las máquinas, un código, (ASCII, para mayor dato) a cada letra, tendremos una única sarte de ceros y unos que es, sin duda alguna, La isla del tesoro. En cuanto a las traducciones, necesitaríamos un metalenguaje para lograr entendernos y decir que hay una clase de equivalencia entre todas esas sartas, pero sería, pese a la belleza, en sentido estricto falso (defecto de casi cualquier teoría hermosa). Digamos, con Octavio Paz, que cada una de esas sartas distintas, que provienen de la primigenia, crea los mismos efectos por medio de distintas causas.
Pero La isla del tesoro (La isla del pirata, fue, si no su primer título en español, por cierto, uno de los primeros) en tanto libro, es ese texto. Y llegamos a las ediciones. Y llegamos, entonces, al momento preciso en el que estamos. Antes esa sarta se trasvasaba, digamos, a cajas henchidas de tipos móviles. Luego, se trasvasaba en plomo fundido. Después fue fotográfico el asunto, ahora tiene más que ver con las curvas de Bézier, pero se trasvasa, no hay vuelta de hoja. ¿De qué hablamos entonces cuando hablamos del libro La isla del tesoro? Hay como un tufillo a unicidad y continuidad y permanencia.
Claro, trato de encontrar sentido a la destrucción de los ejemplares. No destruyo, al destruir un ejemplar de La isla del tesoro, a La isla del tesoro, destruyo uno de sus ¿epifenómenos? (Salve Lezama, se nos fue la vida hipostasiando), de sus ¿costumbres?, de sus ¿modos? de sus espinozianas ¿afecciones? Destruyo papel manchado tan ordenadamente que es legible, pero es papel. Claro, claro, claro, confieso, que no es el único, como en la edad media, cuando de ciertos libros existía en el mundo todo un ejemplar único. Agradezcamos las faltas de goteras en esos monasterios (salve David Markson), pues a su muy azarosa ausencia debemos la existencia actual de El satiricón. Pero no es el caso. Vivimos en la época posterior a la reproducción mecánica, donde la mismidad se daba, campechanamente, en máquinas y trazas (salve Cervantes), y ahora se da casi gödelianamente.
Que salir de la reproducción mecánica y llegar a la reproducción digital, hemos de dar una paso.
Y entonces, editar un libro, se vuelve tarea extraña, cada día más extraña.
Sigo en el azoro.
Pero La isla del tesoro (La isla del pirata, fue, si no su primer título en español, por cierto, uno de los primeros) en tanto libro, es ese texto. Y llegamos a las ediciones. Y llegamos, entonces, al momento preciso en el que estamos. Antes esa sarta se trasvasaba, digamos, a cajas henchidas de tipos móviles. Luego, se trasvasaba en plomo fundido. Después fue fotográfico el asunto, ahora tiene más que ver con las curvas de Bézier, pero se trasvasa, no hay vuelta de hoja. ¿De qué hablamos entonces cuando hablamos del libro La isla del tesoro? Hay como un tufillo a unicidad y continuidad y permanencia.
Claro, trato de encontrar sentido a la destrucción de los ejemplares. No destruyo, al destruir un ejemplar de La isla del tesoro, a La isla del tesoro, destruyo uno de sus ¿epifenómenos? (Salve Lezama, se nos fue la vida hipostasiando), de sus ¿costumbres?, de sus ¿modos? de sus espinozianas ¿afecciones? Destruyo papel manchado tan ordenadamente que es legible, pero es papel. Claro, claro, claro, confieso, que no es el único, como en la edad media, cuando de ciertos libros existía en el mundo todo un ejemplar único. Agradezcamos las faltas de goteras en esos monasterios (salve David Markson), pues a su muy azarosa ausencia debemos la existencia actual de El satiricón. Pero no es el caso. Vivimos en la época posterior a la reproducción mecánica, donde la mismidad se daba, campechanamente, en máquinas y trazas (salve Cervantes), y ahora se da casi gödelianamente.
Que salir de la reproducción mecánica y llegar a la reproducción digital, hemos de dar una paso.
Y entonces, editar un libro, se vuelve tarea extraña, cada día más extraña.
Sigo en el azoro.
miércoles, octubre 03, 2007
La editoriales del futuro y la tristeza
Roger Colom se deja llevar por la fantasía (forma harto olvidada de describir el mundo) y nos cuenta cómo podría ser el comercio futuro con los libros. Y es fundamental. Cambiará la intermediación, así está sucediendo cada día más. Por una parte, se da el boca a boca en un sentido nuevo, por medio de blogs y páginas y correos, con una amplitud mayor y usos nuevos. Por otro lado, se da la intermediación de los grandes, google, ebay, technorati, youtube, etc. ¿Las librerías? Dejarán de ser lo que era, para convertirse en cualquier otra cosa. No creo que las librerías sean el lugar más obvio para encontrar un libro, no hablo del futuro, hablo ahora. Las tradicionales.Prefiero mil veces navegar por Amazon o por Alibris que ir a una librería, sea grande o pequeña. En cuanto a novedades, nada como Amazon. En cuanto a los hallazgos, nada como Alibris. Y en cuanto a rarezas, nada como ebay. Anécdotas, para entendernos (forma harto obvia de confesar mi confusión). Por medio de la maravillosa biblioteca nacional de francia pude ver la compilación que Sidney Colvin hizo de las cartas de Robert Louis Stevenson (agradezcamos que existe Robert Louis Stevenson, Borges dixit), dos volúmenos más que regordetes editados por los hijos de Charles Scribner en el año del señor 1901. Después, en ebay, pude hacerme de dos juegos de las dichas cartas a precios mínimos. Tener la edición original en doble me permite, desde luego, tener los grabados originales y no las copias al muy alto contraste de la digitalización de Gallica. Y con estos avatares y donaires, la decisión es obvia. Digitalizo yo a mi vez los libros, para lo cual tengo las dos copias, una la desencuaderno para volver sencillo hasta la nimiedad el proceso todo, con el objeto de lograr una reproducción fiel, gozosa, pues, del libro, con todo y sus grabados, y publicar una edición mínima, digamos 20 ejemaplares, de las cartas de Stevenson. Y llegamos a un lugar insospechado: como editor mexicano, pequeño, distrañido e independiente, puedo comenzar a publicar, en forma rentable, libros en otros idiomas. Y ya preparo, en el delirio total, edición de La guerra de la china por el Tártaro del Palafox y Mendoza, y de su tocayo, Mendoza, Noticias del gran reino de la china. Libros imposibles, desde hace años, muchos años, que ni siquiera están como tal en biblioteca alguna mexicana y pocas en el mundo. De Palafox, desde luego, están sus obras completas, que las he tenido en la mano en la Bibliotaca Lerdo de Tejada, pero es edición inmanejable, y del otro tengo humildes fotocopias.
Y entonces, llevado por la fantasía de Roger, llegamos a una suerte de paraíso. Puedo, entonces, no sólo tener acceso a tal o cual título, las cartas de marras, sino puede tener acceso a clones, por utilizar el lenguaje de moda, de las ediciones originales. ¿Alquier quiere la primera edición del Quijote en clon modesto? No está nada lejos. Octavo lleva haciendo ediciones fotográficas, por llamarlas así, de los clásicos mas caro a la tradición anglosajona. Nunca había visto la vida mía obra de Blake tan clara, y festino. Gaudete, grito.
El problema, como casi todo problema interesante, no es tecnológico, es humano. ¿Cómo lograr una red rentable por medio de pequeños? No tengo idea. Pero llegamos entonces al gozo extremo. Quien hace ediciones digitales, mínimas, pues, se converite en red y entonces puede llegar a ser rentable imprimir el libro en cualquiera de los lugares donde tenga negocio. Los costos de transportación desaparecen.
Pero para lograrlo debemos olvidarnos del sustento material, el papel. Tener libro almacenados impide avanzar, es volver fin lo que es medio. (Debiera ser el segundo mandamiento, no confundas los medios con los fines. El primero, cumple con las leyes de la termodinámica, pero es otro asunto). Y llego a la tristeza, o desazón, de Marcos Taracido de Libro de notas. No se destruyen los libros, de ninguna manera, se destruye o recicla, si se prefiere, ese papel. El libro sigue existiendo. Por razones tecnológicas los ejemplares eran la única posibilidad de existencia del libro, desde los a mano escritos, hasta la era del barbón Gutemberg. De las tantas copias, esas tantas, que iban desapareciendo, eran la única existencia del libro. Hay algunos de los cuales no quedó nada, desde los códices mayas o nahuas, destruidos casi todos, hasta obras de la antigüedad clásica. De Heráclito nos quedaron las citas que de su obra otros hicieron, nada más. Ahora el libro no está sólo en el papel, de hecho tiene muchas más posibilidades de sobrevivencia por medios digitales, por esas sartas de ceros y unos en la que vivimos, y ocupa muy poco espacio. Es una gran ventaja, sin duda alguna. Y nos permite una exactitud inimaginable y el paraíso del lector, del editor y del librero. En un mundo ideal, en las librerías sólo estaría los libros que se venderán ese día, el editor sólo imprimirá los libros que venderá ese día y todo para que todos los lectores encuentren todo lo que busquen ese día. Tecnológicamente es posible, así de sencillo. El tiempo de planeación se acorta drámaticamente, el tiempo de dispersión, también. El tiempo de entrega, mucho más. Precisamos, tan sólo, cambiar nuestro modo de pensar. O engañarnos a nosotros mismos, lo que resulte más fácil. Al destruir los libros editados con la tecnología anterior no los elimino, los resucito, por llamarlo así. Les permito entrar en igualdad de condiciones otra vez con los demás libros y encontrar, centro absoluto de todos nuestros afanes, los lectores que se merece, no los que pueda alcanzar, sino lo que merezca tener. Sean tres, sean miles.
Sigo pensando, desde luego.
Y preparo ediciones, lo mejor...
Y entonces, llevado por la fantasía de Roger, llegamos a una suerte de paraíso. Puedo, entonces, no sólo tener acceso a tal o cual título, las cartas de marras, sino puede tener acceso a clones, por utilizar el lenguaje de moda, de las ediciones originales. ¿Alquier quiere la primera edición del Quijote en clon modesto? No está nada lejos. Octavo lleva haciendo ediciones fotográficas, por llamarlas así, de los clásicos mas caro a la tradición anglosajona. Nunca había visto la vida mía obra de Blake tan clara, y festino. Gaudete, grito.
El problema, como casi todo problema interesante, no es tecnológico, es humano. ¿Cómo lograr una red rentable por medio de pequeños? No tengo idea. Pero llegamos entonces al gozo extremo. Quien hace ediciones digitales, mínimas, pues, se converite en red y entonces puede llegar a ser rentable imprimir el libro en cualquiera de los lugares donde tenga negocio. Los costos de transportación desaparecen.
Pero para lograrlo debemos olvidarnos del sustento material, el papel. Tener libro almacenados impide avanzar, es volver fin lo que es medio. (Debiera ser el segundo mandamiento, no confundas los medios con los fines. El primero, cumple con las leyes de la termodinámica, pero es otro asunto). Y llego a la tristeza, o desazón, de Marcos Taracido de Libro de notas. No se destruyen los libros, de ninguna manera, se destruye o recicla, si se prefiere, ese papel. El libro sigue existiendo. Por razones tecnológicas los ejemplares eran la única posibilidad de existencia del libro, desde los a mano escritos, hasta la era del barbón Gutemberg. De las tantas copias, esas tantas, que iban desapareciendo, eran la única existencia del libro. Hay algunos de los cuales no quedó nada, desde los códices mayas o nahuas, destruidos casi todos, hasta obras de la antigüedad clásica. De Heráclito nos quedaron las citas que de su obra otros hicieron, nada más. Ahora el libro no está sólo en el papel, de hecho tiene muchas más posibilidades de sobrevivencia por medios digitales, por esas sartas de ceros y unos en la que vivimos, y ocupa muy poco espacio. Es una gran ventaja, sin duda alguna. Y nos permite una exactitud inimaginable y el paraíso del lector, del editor y del librero. En un mundo ideal, en las librerías sólo estaría los libros que se venderán ese día, el editor sólo imprimirá los libros que venderá ese día y todo para que todos los lectores encuentren todo lo que busquen ese día. Tecnológicamente es posible, así de sencillo. El tiempo de planeación se acorta drámaticamente, el tiempo de dispersión, también. El tiempo de entrega, mucho más. Precisamos, tan sólo, cambiar nuestro modo de pensar. O engañarnos a nosotros mismos, lo que resulte más fácil. Al destruir los libros editados con la tecnología anterior no los elimino, los resucito, por llamarlo así. Les permito entrar en igualdad de condiciones otra vez con los demás libros y encontrar, centro absoluto de todos nuestros afanes, los lectores que se merece, no los que pueda alcanzar, sino lo que merezca tener. Sean tres, sean miles.
Sigo pensando, desde luego.
Y preparo ediciones, lo mejor...
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