¿Cómo recuperar todos los libros publicados, valga, escritos? Es la pregunta del momento, desde luego. Los libros ya no son lo que hubiesen sido antes, ni volverán a ser lo que hubieran sido de no haber existido la otrora invención digital. Y antes tener un libro no radicaba en haberlo leído (sigue sin radicar ahí, mora en otra parte) sino en poseer físico alguno de sus ejemplos. Y debemos traducir en un trasvase preciso y perfecto, en la sarta de ceros y unos que es tan cara a las máquinas. Curioso, Open Content alliance y cualquier proveedor de impresión bajo demanda tienen casi el mismo costo para digitalizar, unos treinta y tantos dólares por libros. Claro, es lo más parecido a fotografiar la página de un libro y tener no tanto el texto del libro en binario cuanto un album de fotos de las páginas del libro en binario. De donde falta la parte fundamental, la búsqueda del contenido, tan caro al proyecto de Google, que se toma en trabajo de trasvasar a su vez la imagen en texto puro y duro.
Todo una maravilla. El activo mayor es nuestro catálogo (¡Santas sorpresas!) y ese catálogo, pese a no tener la editorial mayoría legal (18 años, pues), ha pasado por el cambio tecnológico en el más extremo sentido. Nunca hicimos libro alguno en linotipo, pero sí en fotocomposición y en las primeras impresoras láseres (bonito plural, ¿no?). Un amigo me regalaba la tipografía, hecha con el venerando programa TEX, antes de que existiera nada más en México. Después compré mi primera computadora y mi primera impresora. El problema, en este momento, es reunir las versiones distintas de esos libros. Algunos están en programas que ya no existen (¿alguien recuerda Ventura?), otros se hicieron en versiones realmente viejas, ahora, de PageMaker, digamos 4 y 5, que los nuevos programas como InDesign no pueden convertir. Y otros más están chapeteados en versiones nuevas y perfectas. Pero debemos hacer arqueología, en apenas 18 años de existencia, con libros producidos con tecnología digital. ¡No imagino qué sucederá dentro de 100 años! Casi todas las computadoras que ha tenido la empresa siguen funcionando, aun cuando no se usan por ser obsoletas en verdad, no pueden hacer ahora casi nada, pues no tienen la capacidad para hacerlo. Ayudan, claro, en estos momentos para ir recuperando archivos de versiones anteriores a versiones legibles por los nuevos programas, pero algunos libros no podemos ya recuperarlos y debemos decidir, entonces, si digitalizamos o volvemos a producir.
Y salta el problema de la disponibilidad del contenido. ¿Quién es el dueño del contenido de los libros de una biblioteca? En el caso de las editoriales, es muy sencillo, lo son las editoriales mientras tengan contrato de cesión de derechos vigente y, por 50 años, de las características editoriales de su publicación, según reza la ley mexicana. Luego entonces, ¿de esa mayoría absoluta que está en la tierra de nadie de los derechos de autor? Es decir, que no son de dominio público pero nadie tiene la más pálida idea de quién detenta los derechos.
Porque si queremos que cualquiera pueda leer cualquier libro desde cualquier máquina, los libros deben estar codificados digitalmente, sea como imagen o como texto. Y hay un problema de derechos de autor, dolor de cabeza de casi todo dios en este olimpo digital. Porque, el contenido en sí de un libro, digamos las obras completas de Quevedo, es dominio público, patrimonio de todos y entonces de nadie, cualquiera puede leerlo, desde luego, pero también cualquiera puede obtener un lucro sin pagarle nada a nadie. Así de sencillo. El problema es cuando pasamos, por ejemplo, a una edición digital a base de imágenes de la primera edición. Alguien digitalizó y, por ello, tiene derechos sobre esas imágenes y puede restringir su uso, comercial o no. ¿Quién tiene ese derecho? ¿La biblioteca? ¿Google, si lo hizo? ¿Una persona, si lo hizo?
Digamos, una primera edición en español de un libro de Lord Byron, del cual soy el feliz poseedor, no tiene restricción alguna de derechos. Claro, supongamos, por mor de la argumentación, que es el único en el mundo que existe y las páginas las digitaliza cual imágenes y produzco una edición facsimilar, cualquiera puede publicar el contenido del libro, es decir, el texto, sin pago alguno de regalías. Pero nadie puede publicar otro facsimilar sin pagarme, pues, supusimos que era el único ejemplar existente. Como la Mona Lisa y el Louvre. La Mona Lisa es dominio público, pero como el cuadro es propiedad del Louvre y no es visible desde lugar público, entonces es imposible tener una imagen de la Mona Lisa sin pagarle derechos al Louvre. Ese camino, me parece, quiere seguir Google. Impedir esa senda, pretende Open Content. Ganará, como casi siempre, el dinero.
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