miércoles, octubre 03, 2007

La editoriales del futuro y la tristeza

Roger Colom se deja llevar por la fantasía (forma harto olvidada de describir el mundo) y nos cuenta cómo podría ser el comercio futuro con los libros. Y es fundamental. Cambiará la intermediación, así está sucediendo cada día más. Por una parte, se da el boca a boca en un sentido nuevo, por medio de blogs y páginas y correos, con una amplitud mayor y usos nuevos. Por otro lado, se da la intermediación de los grandes, google, ebay, technorati, youtube, etc. ¿Las librerías? Dejarán de ser lo que era, para convertirse en cualquier otra cosa. No creo que las librerías sean el lugar más obvio para encontrar un libro, no hablo del futuro, hablo ahora. Las tradicionales.Prefiero mil veces navegar por Amazon o por Alibris que ir a una librería, sea grande o pequeña. En cuanto a novedades, nada como Amazon. En cuanto a los hallazgos, nada como Alibris. Y en cuanto a rarezas, nada como ebay. Anécdotas, para entendernos (forma harto obvia de confesar mi confusión). Por medio de la maravillosa biblioteca nacional de francia pude ver la compilación que Sidney Colvin hizo de las cartas de Robert Louis Stevenson (agradezcamos que existe Robert Louis Stevenson, Borges dixit), dos volúmenos más que regordetes editados por los hijos de Charles Scribner en el año del señor 1901. Después, en ebay, pude hacerme de dos juegos de las dichas cartas a precios mínimos. Tener la edición original en doble me permite, desde luego, tener los grabados originales y no las copias al muy alto contraste de la digitalización de Gallica. Y con estos avatares y donaires, la decisión es obvia. Digitalizo yo a mi vez los libros, para lo cual tengo las dos copias, una la desencuaderno para volver sencillo hasta la nimiedad el proceso todo, con el objeto de lograr una reproducción fiel, gozosa, pues, del libro, con todo y sus grabados, y publicar una edición mínima, digamos 20 ejemaplares, de las cartas de Stevenson. Y llegamos a un lugar insospechado: como editor mexicano, pequeño, distrañido e independiente, puedo comenzar a publicar, en forma rentable, libros en otros idiomas. Y ya preparo, en el delirio total, edición de La guerra de la china por el Tártaro del Palafox y Mendoza, y de su tocayo, Mendoza, Noticias del gran reino de la china. Libros imposibles, desde hace años, muchos años, que ni siquiera están como tal en biblioteca alguna mexicana y pocas en el mundo. De Palafox, desde luego, están sus obras completas, que las he tenido en la mano en la Bibliotaca Lerdo de Tejada, pero es edición inmanejable, y del otro tengo humildes fotocopias.

Y entonces, llevado por la fantasía de Roger, llegamos a una suerte de paraíso. Puedo, entonces, no sólo tener acceso a tal o cual título, las cartas de marras, sino puede tener acceso a clones, por utilizar el lenguaje de moda, de las ediciones originales. ¿Alquier quiere la primera edición del Quijote en clon modesto? No está nada lejos. Octavo lleva haciendo ediciones fotográficas, por llamarlas así, de los clásicos mas caro a la tradición anglosajona. Nunca había visto la vida mía obra de Blake tan clara, y festino. Gaudete, grito.

El problema, como casi todo problema interesante, no es tecnológico, es humano. ¿Cómo lograr una red rentable por medio de pequeños? No tengo idea. Pero llegamos entonces al gozo extremo. Quien hace ediciones digitales, mínimas, pues, se converite en red y entonces puede llegar a ser rentable imprimir el libro en cualquiera de los lugares donde tenga negocio. Los costos de transportación desaparecen.

Pero para lograrlo debemos olvidarnos del sustento material, el papel. Tener libro almacenados impide avanzar, es volver fin lo que es medio. (Debiera ser el segundo mandamiento, no confundas los medios con los fines. El primero, cumple con las leyes de la termodinámica, pero es otro asunto). Y llego a la tristeza, o desazón, de Marcos Taracido de Libro de notas. No se destruyen los libros, de ninguna manera, se destruye o recicla, si se prefiere, ese papel. El libro sigue existiendo. Por razones tecnológicas los ejemplares eran la única posibilidad de existencia del libro, desde los a mano escritos, hasta la era del barbón Gutemberg. De las tantas copias, esas tantas, que iban desapareciendo, eran la única existencia del libro. Hay algunos de los cuales no quedó nada, desde los códices mayas o nahuas, destruidos casi todos, hasta obras de la antigüedad clásica. De Heráclito nos quedaron las citas que de su obra otros hicieron, nada más. Ahora el libro no está sólo en el papel, de hecho tiene muchas más posibilidades de sobrevivencia por medios digitales, por esas sartas de ceros y unos en la que vivimos, y ocupa muy poco espacio. Es una gran ventaja, sin duda alguna. Y nos permite una exactitud inimaginable y el paraíso del lector, del editor y del librero. En un mundo ideal, en las librerías sólo estaría los libros que se venderán ese día, el editor sólo imprimirá los libros que venderá ese día y todo para que todos los lectores encuentren todo lo que busquen ese día. Tecnológicamente es posible, así de sencillo. El tiempo de planeación se acorta drámaticamente, el tiempo de dispersión, también. El tiempo de entrega, mucho más. Precisamos, tan sólo, cambiar nuestro modo de pensar. O engañarnos a nosotros mismos, lo que resulte más fácil. Al destruir los libros editados con la tecnología anterior no los elimino, los resucito, por llamarlo así. Les permito entrar en igualdad de condiciones otra vez con los demás libros y encontrar, centro absoluto de todos nuestros afanes, los lectores que se merece, no los que pueda alcanzar, sino lo que merezca tener. Sean tres, sean miles.

Sigo pensando, desde luego.

Y preparo ediciones, lo mejor...

2 comentarios:

Ander Izagirre dijo...

Qué interesante, Alfredo. Te leo desde hace tres entradas y voy pasando tu blog a amigos interesados por este mundillo editorial. Tus reflexiones me parecen muy jugosas.

Saludos y agradecimientos de un autor pequeño que publica libros pequeños (aunque a veces voluminosos) en editoriales pequeñas y busca algún camino nuevo.

Alfredo Herrera Patiño dijo...

Mil gracias, Ander. Saludos y parabienes.

Alfredo

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