sábado, septiembre 29, 2007

Los libros interiores, revisitados

Tanto Roger Colom como Antonio Graell comentan sobre el fin de la bodega. Claro, lo mismo se aplica a la música y a las revistas, pero en otro sentido. La música ha sufrido una transformación que la industria editorial no ha podido sufrir, aunque quisiera. La música se independizó del sustrato material, así de sencillo. Antes, la música, debía ser en vivo, nada más. Luego, se volvió acetato. Llegó el CD y ahora es nada... múscia solo. Hay miles de maneras distintas de escuchar música ahora. Y los catálogos de quienes ofrecen música crecen exponencialmente. Porque tener en catálogo no cuesta, o cuesta casi nada. El costo de almacenar información (un catálogo) tiende a cero, si bien se le mira. Y entonces viene el asunto planteado por Roger. Casi todos bajamos de las alturas celestiales de los servidores la música. Soy un fan confeso de comprar tracks. Que ahora dispongo de una respetable antología de casi 150 versiones de Summertime, que me gusta. A esas locuras podemos llegar.

Pero a nadie le preocupa cómo se escuchará esa música. Si alguien la quiere en CD, pues alla él. Si alguien la quiere en ipod, allá él. Si alguien la quiere en su computadora y nada más, allá él. Los modos de reproducir y escuchar esa música se han vuelto asunto de gusto, no parte sustantiva, como antes, de su comercialización.

En el caso de los libros todos somos fetichistas extremos. Amamos insanamente el papel, acariciamos lascivamente sus pastas, (confieso que hay cierto libro encuadernado en piel de vaca nonata que me hirsuta, pese a adjetivo, pero otro día hablaré de mis perversiones), olisqueamos con carnal deleite sus tintas, gozamos las redondeces de sus letras, llegamos al dente ante sus cajas proporcionadas, pero todas esas perversiones mayores y menores, que también somos acumuladores obsesos, no son, ya lo habíamos descubierto como humanidad, sustantivas al contenido. Los libros manuscritos eran incluso más aquestos, digamos, pero tampoco sustantivos.

Lo importante, entonces, es el contenido. Y ese contenido es el que ofrece, ya sea quien lo produce (díganlo las bitácoras, blogs, paseadas por el mundo) o quien se especializa en seleccionarlo, los editores, en el caso de los libros y revistas. Roger menciona el New Yorker y tiene razón toda. Lo leo con placer en internet, aunque sería feliz de comprar alguna impresión decorosa. Pero también compré todo el New Yorker en DVD, hemeroteca total, y ha sido una felicidad extrema navegar (otros menos paganos decimos hojear) por su historia.

Y entramos a la diversidad. Precisamente porque seguimos presos del papel diseñamos todavía de modos extravagantes. No ha nacido el gran tipógrafo del siglo xxi. No ha nacido, tampoco, el gran diseñador. Pensamos, todos, bidimensionalmente y encerrados en la nada apetecible planaridad. Podría llegar el momento donde elijamos el tamaño, el tipo, los materiales, o simplemente compremos el modelo normal, común.

Lo interesante, desde luego, es poder ofrecer gran cantidad de libros distintos. Y de revistas, también. Sigamos con los 300 ejemplares, digamos, pero volvámoslos rentables. Cada día es más barato editar en papel. En internet cuesta el esfuerzo sólo de quien lo hace. Creo, Roger, que lo interesante no es, no me lo parece, que una revista de poesía hecha en Argentina tenga 300 lectores en Argentina y alcance 5000 en el mundo. Lo interesante, creo, es que alcance 300 en el mundo y pueda hacerse.

El comercio se fundaba en la escasez. Intercambiamos lo que nos hace falta. Pero ahora el comercio se funda en el exceso. Hay demasiado de todo. Claro, como siempre, el comercio es sólo para quienes tienen dinero, y por ello hay enormes partes desmonetarizadas en el mundo donde se vive en modos anteriores al xix. Migran para monetarizarse, para integrase al comercio, para entrar al mundo. Repito lo que otros muchos dicen. Nada me ha dejado más claro el asunto que la filatelia. Ahora es casi imposible no encontrar un timbre, lo que convierte a la filatelia en una entretención extrtaña. Debe plantear nuevo acertijos. Digamos, una colección de todos los timbres con errores conceptuales (la partitura no es del autor que homenajea, la máquina de impresión no es la primera del país, etc.), fetichismos, manos, pies, cabezas, digamos, o todos los mozarts del mundo. Pero es fácil conseguir casi cualquier timbre, por lo cual el modo y manera en que se comerciaba con los timbres dejó de ser rentable, por ello tantas filatélicas quebraron, pues no supieron enfrentar el cambio.

Lo mismo sucede con los libros. Las librerías funcionaban bajo la lógica de tengo lo que nadie más, pero ahora es imposible. De entrada, por la concentración distribuidora y productora. ¿Qué hacer? Apostar por la diversidad. ¿Para qué editar lo mismo que los demás editan? Basta repasar los catálogos de casi cualquier país para darse cuenta que los poetas publican en casi todas las editoriales que publican poesía. Digamos, que las editoriales independientes, culturales, diversas, pequeñas o distraídas publican a los mismos poetas. Casi nadie se arriesga. Y entonces tenemos la paradoja infame de que varias de esas editoriales tienen libros, a veces los mismos libros, publicados de, digamos, Mandelstam, pero ninguna Jlebnikov. Cuando el último es, quizás, el mayor del siglo recién muerto.

La diversidad debe utilizarse para crear espacios, pero no tiene sentido que todos los independientes, o etc., publiquemos el mismo universo de libros. No tiene ningún sentido. Pensemos en José Watanabe, grande poeta, muerto hace poco. De las oscuras ediciones peruanas de sus obras, de pronto Renacimiento lo edita y luego PreTextos. ¿Cambió en algo? No. Ninguno de sus libros se consigue en México, pues a las distribuidoras no les interesa ni las oscuras ediciones peruanas ni las nuevas de las editoriales españolas. No seguimos igual, en realidad estamos peor, porque de ese modo matan a la diversidad.

¿Quién edita ahora a Pablo Palacio?, digamos. Lo editan, desde luego, en Ecuador, pero igual de inconseguible el libro, es labor titánica.

Luego, es el primer paso. Lograr que se puedan imprimir pocos ejemplares de muchos varios. Los modelos son claros: Google y ebay. Lo preocupante es que, ambas, son muy jóvenes empresas (en cualquier chico rato quiebran) y son empresas, su interés es comercial, nada más. Pero nos ayudan a entender el modo y manera en que pueden suceder las cosas. Comercio entre pequeños por medio de grandes empresas. Distribución de contenido por medio de grandes empresas. Google no me plantea objeción para tener mis libros en su gran catálogo. Ebay no me plantea objeciones para vender lo que yo desee por su medio. Es una apuesta, habrá otras, desde luego. Pero como dato curioso, las librerías en México me plantean problemas para dar de alta mi catálogo, se llegan a tardar, algunas, tres meses en dar de alta en su base un libro, lo que es irracional y suicida, para ellas, no para mí, pues como editor hace mucho que no dependo de esas librerías para vender.

Mencionaba a Reyes por esa razón en la entrada anterior. Sólo aparece en Amazon.

En fin, sigamos en la reflexión y, mientras, les mando parabienes.

PD. Marcos, un saludo agradecido...

2 comentarios:

Roger Colom dijo...

Como esta discusión me interesa, y como me cuesta callarme, la he seguido en Paseante Extranjero. No sé si mis comentarios tendrán algún valor.

Un abrazo

Anónimo dijo...

A mi también me interesa, a pesar de no ser un ávido lector, me he criado entre papeles, tintas, y rodillos ya que mi padre era impresor, además soy un fetichista irredento, sobre todo de discos y de sus caratulas y diseños gráficos, pero en libro con una buena edición como la comentas en piel de vaca debe ser una maravilla tenerla entre las manos.

El motivo por el cual los libros no han sido tan "distribuidos" en versión digital como la música es por la incomodidad de leer en un monitor y también por ese "fetichismo" de acariciar las pastas, pasar las paginas y el olor del papel entintado, del cual también me considero amante.

En cuanto a tu planteamiento sobre lo interesante de poder rentabilizár una edición mundial de 300 ejemplares, sin que por ello deba ser una edición de super lujo con un precio prohibitivo me parece muy acertada, esperemos que las nuevas generaciones sean capaces de apreciar en su justa medida la literatura y los libros.

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