Nos reúne una pregunta que es, en sí, un síntoma de muchas catástrofes sucesivas. ¿Por qué editar poesía? Analicemos un poco el asunto y antes preguntémones ¿quién hace la pregunta? No es el poeta, pues para él es cierta, necesaria, la posibilidad misma de verse en letra impresa. ¿El editor? Muchas veces, quizá, cuando la ha editado, no cuando le interesa esa suerte de espectáculo encerrado en sí mismo que es el best seller. ¿El librero? De cierto no, pues sólo se preguntaría por su exhibición, por el servicio que ha de dar, en los ejemplos honorable, al lector. ¿Es, pues, este último personaje, el lector, quien se hace la pregunta? No lo creo. Porque quien la lee no necesita siquiera planteársela, y quien no la lee difícilmente repara en ella. Entonces, ¿quién pregunta? Necesariamente un administrador. Alguien que administra los haberes y deberes de una editorial, y en la duda misma aparece la primera catástrofe: el cedazo de las ventas. Ese es el primer motivo de la interrogante. Pero también quien administra la cultura, ¿vale la pena editarla, promoverla, programarla cuando a nadie le interesa? Nuestra segunda catástrofe asoma la cabeza: el espectáculo, los ideales masivos de la cultura. Y por último quien administra los contenidos mediáticos. ¿Para qué editarla si no tiene público? Y esas catástrofes nos obligan a explicar y explicarnos ciertas obviedades. Las ventas, que otros no menos ingenuos llaman el mercado, unifican el sentido, no lo cambian, ni pueden llegar a aportar uno nuevo. Por ello, los editores que publican para el mercado terminan por saturarlo y por saturarse a ellos mismos. Porque vuelven al contenido un espectáculo añorado por muchos. Ya lo hemos logrado como sociedad en las artes plásticas, donde hay largas filas para ver, no importa a quién, y donde el precio de una obra de arte alcanza la cabeza de las secciones culturales e, incluso, es motivo de falsos asombros en ciertos noticieros. Es decir, hay un público para tamañas magnitudes. Claro, llegamos a nuestra última catástrofe, la fama; la poesía tiene fama, pero sólo la que no se lee, por eso hay algunos poetas tan famosos y homenajeados. Como bien dice Christian Prigent, casi siempre gusta mucho la poesía que no se lee. Por eso el gusto por la poesía es inmenso. Y, por ello mismo, cada día está más ritualizada. Estas mismas palabras, este evento, no son sino uno más de los rituales catastróficos. Salvemos a la poesía, nos dicen los amantes de las causas perdidas. Y lanzamos un día internacional de la poesía, para que todos estemos tranquilos ante la catástrofe. Por desgracia o por venura este día no servirá para evitar la desaparición de la poesía, pues la poesía ya desapareció, pues no es más que desaparición, por volver a citar a Prigent. Desaparición de sentido, creación de uno nuevo.
He aquí la razón única de editar poesía: crear otro sentido. Mejor, la razón única de escribirla y leerla. Porque si para algo sirve el oficio de editor es para contribuir, aun cuando sea mínimamente, a esa gran conversación que es la cultura, y hacerlo ofreciendo sentidos, o sin-sentidos, o in-significancias. Y por ello no dejo de pensar en la pregunta inicial. Porque la pregunta, al final de cuentas, no es la correcta ni la importante. Hemos de preguntarnos, y tratar de responder en verdad a la interrogante más definitiva, no ¿para qué editar poesía?, sino algo más directo y urgente: ¿para qué la poesía? Y editarla es, al menos, tratar de poner sobre la mesa esa pregunta y esperar muchas y múltiples respuestas.
Texto leído hace algunos varios años en el día internacional de la poesía en la ciudad de México.
1 comentario:
Llego a tu blog buscando materiales para el comentario en la entrada de hoy de Vicente Verdú, y me ha interesado mucho este artículo. Te dejo un poema que he encontrado sobre catástrofe que era la palabra que puse en el Google y que me trajo a este interesante blog.
Tú eres una catástrofe
Tú eres una catástrofe
o un cielo abierto donde se instala el arco iris.
De ti se espera todo.
Desnudo frente al mar,
como recién subido de un naufragio,
cubierto estás de vientos y temporales
y las piedras que arrojas
pueden romper lo mismo el ojo de una flor
que originar un niño,
un pájaro,
una estrella.
(De: Los 8 nombres de Picasso)
Rafael Alberti.
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