Velimir Jlébnikov luchó toda su vida contra el designio de los dioses.
Mirad, el sol obedece mi sintaxis
verso de sus Decretos al planeta, donde expresa con claridad su deseo de salirse del dominio de esos dioses. Sería interesante fabular sobre la posibilidad misma de que un hecho del mundo, el verso citado, en cuanto parte del mundo, influya sobre otro hecho del mundo y lo gobierne. Pero, para ello, tendríamos que seguir la senda del Tractatus de Wittgenstein e ir a la ninguna parte a donde llegó. Desde luego, se tornaría en una novela interesante, emparentada con Corrección, de Bernhart. O por decirlo como lo hubiese planteado Jlébnikov (o, al menos, como me hubiera gustado a mí que lo plantease): ¿si el destino está escrito, al escribir lo que escribo, escribo lo que me dicta el destino o, al saber que ya estaba escrito, le dicto al destino lo que debió haber escrito y, por ese mismo acto, lo modifico, al disolverlo? Como dice otro de sus versos:
las palabras son los ojos del secreto...
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