Los hechos son los siguientes: una revista con prestigio publica la foto de un autor con prestigio sin dar el debido crédito. La foto en cuestión fue tomada por otro autor con prestigio, el cual reclama (con mucha gentileza) a la revista con prestigio la falta de crédito. Una estudiante de fotografía le pregunta al autor de prestigio que tomó la fotografía si es escritor y si es fotógrafo. El autor de prestigio y fotógrafo también de prestigio le contesta que sí, es autor, sí, es fotógrafo, pero no tiene la menor importancia. Él tomó la foto y la revista de prestigio la publicó sin darle crédito, ya el asunto de pedirle autorización quedó muy atrás. La estudiante de fotografía se burla y afirma que quién es él, refiriéndose al autor de prestigio y fotógrafo, para calificarse como fotógrafo si no estudió fotografía, ni institución alguna lo certifica como tal. ¿Acaso cualquier puede llamarse fotógrafo?
Los hecho anteriores cifran nuestro situación cultural actual. La liberación física de la fotografía, su total y completa existencia digital, detonó una multitud de fotografías. Muchas excelentes, muchas buenas, muchas normales, muchas malas. ¿Las demasiadas fotografías? ¿Hay demasiadas fotografías en el mundo? ¿Necesitamos filtros para esas demasiadas fotografías? Nos tocó atestiguar el nacimiento de la explosión fotográfica. Podríamos pasar el resto de nuestras vidas admirando fotos extraordinarias sin ver ninguna mediocre o mala. Y la mayoría tomadas por quienes son fotógrafos por serlo, es decir, por tomar fotografías.
Claro, quien estudia fotografía tiene el grave problema de que su estudio ya no le garantiza nada, ni siquiera tomar buenas fotografías. La estudiante en cuestión precisamente tuvo una revelación horrible: la foto (que era muy buena) fue tomada por un autor que ella no sabía ni siquiera que es un fotógrafo bastante reconocido y nunca estudió fotografía. Las revistas cada día necesitan menos fotógrafos dedicados. Vivir de la fotografía siempre fue difícil, ahora también. El futuro no parece distinto.
Pensemos en los libros. La liberación física de los libros ha implicado también una explosión. Curiosamente, y muy poco mencionada, una explosión crítica. Hay muchos libros y puedo investigar rápidamente si cierto libro vale o no la pena. Lo más importante, hay muchísimas recomendaciones cotidianas, en artículos, en reseñas, en comentarios, en blogs, en twitter. Hay muchísima crítica especializada, en novela gráfica, en literatura de todo tipo, en escritores injustamente olvidados, en obras poco visitadas. Claro, no pasan por los canales normales, o no sólo por ellos. Cada día hay más y más escritores que lo son por el sólo hecho de serlo. Son escritores porque escriben.
Cuando te hablen del futuro del libro pregunta si en realidad quieren hablar del futuro del mercado del libro. A nadie le preocupa el futuro de la fotografía. A nadie debiera preocuparle el futuro del libro. Claro, si te preocupa el mercado de la fotografía o del libro, entonces sí hay mucho que discutir. Pero si vemos lo que sucede con la fotografía podremos vislumbrar los libros del futuro. Gran parte de la fotografía se ha liberado del mercado, mejor, no precisa de un mercado directo. Ni para hacerla ni para consumirla. Y no seamos hipócritas, nadie se preocupó por los empleos perdidos de la industria fotográfica. No se hacen cámaras analógicas, no se hacen películas, no se imprimen fotos de películas, lo que significó la pérdida de muchísimos empleos. La quiebra de muchas empresas y la muerte de gigantes.
Lo mismo sucederá con el mercado de los libros. La diferencia, como decía en la entrada anterior, radica en que el libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla. No es asunto menor.