domingo, marzo 02, 2008

Algunos libros son tan súbitos como el amor o la condena.

Algunos libros son tan súbitos como el amor o la condena. Llegan de pronto y nos es imposible, humanamente imposible, dejar de estar con ellos por el resto de la vida. De la vida nuestra, nuestra vida. Hay libros así de necesarios, como el aire o el pan, donde habitamos a nuestras anchas en sus anchos espacio tipográficos y nos llenamos de gozo o de tristeza o de fría ira entre sus páginas tan habituales. Algunos, pocos, tan llenos de nosotros que no podemos, sin ellos, seguirnos siendo y cuya existencia misma reclama la nuestra sin asomo de duda. ¿Cómo es posible, pensamos, no haberlos leído antes? ¿Cómo la vida, entonces? Los autores desean, si no escribir alguno de ellos, escribir siquiera una página digna de estar en uno de ellos, una párrafo mínimo, una oración feliz y memorable. Los editores, enamoradizos irredentos, creen siempre encontrarlos de nuevo, para saber, de nuevo, que de nuevo han fracasado. Pues su destino es el intento fracaso de intentarlo. Sólo se dan al lector, sólo a ellos. Tan súbitos, que no es infrecuente que pasen desapercibidos.

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