Sobre el arte de editar e incurrir dichoso en las erratas, entre otros menesteres de los libros, su gozo, su hechura y algunos ensayos sobre variopintos temas.
sábado, diciembre 29, 2007
jueves, diciembre 27, 2007
Proust y los pulpos
“The secret at the heart of reading,” Wolf writes, is “the time it frees for the brain to have thoughts deeper than those that came before.” Imaging studies suggest that in many cases of dyslexia the right hemisphere never disengages, and reading remains effortful. Excelente y por demás interesante reseña del libro Proust and the Squid. Ya Derrick De Kerckhove había dicho algunas cosas parecidas en La piel de la cultura, claro, desde un punto de vista más optimista. Para él la televisión ampliaría nuestra forma de pensar, no la regresaría a estados anteriores. Lo interesante son las consecuencias: ¿nueva oralidad? Sin lectura llegamos a un mundo donde nadie duda, así de sencillo y de terrible...
Definición de libro
Roger Michelena hace eco a la definición del libro de la Unesco. Va la definición de la ley federal del derecho de autor mexicana, donde no incluye mención alguna al número de páginas.
Artículo 123.- El libro es toda publicación unitaria, no periódica, de carácter literario, artístico, científico, técnico, educativo, informativo o recreativo, impresa en cualquier soporte, cuya edición se haga en su totalidad de una sola vez en un volumen o a intervalos en varios volúmenes o fascículos.
Comprenderá también los materiales complementarios en cualquier tipo de soporte, incluido el electrónico, que conformen, conjuntamente con el libro, un todo unitario que no pueda comercializarse separadamente.
Artículo 123.- El libro es toda publicación unitaria, no periódica, de carácter literario, artístico, científico, técnico, educativo, informativo o recreativo, impresa en cualquier soporte, cuya edición se haga en su totalidad de una sola vez en un volumen o a intervalos en varios volúmenes o fascículos.
Comprenderá también los materiales complementarios en cualquier tipo de soporte, incluido el electrónico, que conformen, conjuntamente con el libro, un todo unitario que no pueda comercializarse separadamente.
23 193 páginas consultadas
De marzo de 2006 a diciembre de 2007 alguienes han visitado 23 193 páginas de 48 libros de verdehalago dispuestos para su vista (en el exacto máximo 20 por ciento de su totalidad de páginas) en búsqueda de libros de Google. De esas todas páginas, hay 7 232 vistas a los libros (lo que promedia un poco más de 3 páginas por libro) y unas 150 vistas por título. Hemos ganado la nada honrosa cantidad de 55 centavos de dólar, dos tarjetas de felicitación por los años nuevos de 2007 y 2008 y el día de hoy recibí una muy bien diseñada tarjeta de memoria usb en forma y tamaño de tarjeta de crédito con su estuche en piel de vaca preocupada (pues de seguro dejó algunos asuntos pendientes hantes de morir por mor de Google, entre otros muchos usuarios y comensales). Pero no acaban ahí las cuentas. De hecho, han permitido que algunos libros se vendan un poco en España. ¿Por qué en España? Por razón harto sencilla, los vínculos a las librerías funcionan harto mejor. El ejemplo de Lisboa es significativo. A México prácticamente no hay vínculo a librería alguna. El problema, con todo, son los costos, pues hacer tirajes mínimos por medios digitales implica el doble de costo, al menos por ahora. Pero sucede lo mismo que en todos lados, se busca lo conocido.
sábado, diciembre 15, 2007
¿En qué se parecen los perros y los conejos?
El efecto Flynn en las pruebas de inteligencia no deja de ser, en principio, sorprendente. Pareciera que somos cada día, como especie, más inteligentes. En realidad, nos dice, no es así. An I.Q., in other words, measures not so much how smart we are as how modern we are. Interesante reseña en el New Yorker...
jueves, diciembre 13, 2007
La destrucción o el amor
Recordé el título de Aleixandre para la venta de nuestros libros en bodega. Exageración, desde luego. No tanto por la destrucción, cuanto por el amor. Deseamos, los editores y los libreros, que las personas expresen su amor por los libros en términos monetarios, valga, que compren los libros. Pero hay muchas otras formas. ¿Cómo eliminar la bodega? En algunos casos, cierto, destruyendo los libros, pero es el caso extremo. Confieso mi fracaso total y absoluto, intenté dejar sentimentalismos y pensamientos y prejuicios, pero la querencia me pudo más, soy incapaz, lo confieso, de herir a libro alguno (no tanto, exagero de nuevo, que me he cargado algunos catecismos de Ripalda y una que otra obra antigua, aun cuando excepto Ripalda, las otras fueron por mor del aprendizaje, no sabía de las tintas ferrosas tan óxidas que se borran, infames, al contacto con el agua...). Me imaginé incluso perforando sus cuerpos para inutilizarlos, pero no he podido ceder a mi propia barbarie. Ya Marcos de Libro de notas anunciaba su desasosiego. Algunos de los cercanos me veín de reojo y murmuraban a mi paso. Otros más, de plano, me llamaron bibliópata, bárbaro...
Por medio de Master en edición llego a el futuro del libro y me digo: a disponer de ellos de otra manera. Claro, sigue la promoción para vender los más posibles a precios lo más atractivo. Los hemos ofrecido a libreros de primera de segunda mano, hemos hecho promociones, hemos hecho rebajas, hemos regalado algunos, preparamos algunos donaciones a bibliotecas, ofrecemos a otros medios, pero, desde luego, podremos terminar por donarlos de algunas maneras interesantes y que encuentren sus lectores. Terminaremos con ellos, desde luego, para iniciar con otros proyectos. Creo que la bodega ahora debe ser mínima y si se tenemos tantos es por haberlos hecho de más.
Eliminar la bodega no significa eliminar los libros. Algunos sí, seamos honestos.
Acúsome de ser débil.
Por medio de Master en edición llego a el futuro del libro y me digo: a disponer de ellos de otra manera. Claro, sigue la promoción para vender los más posibles a precios lo más atractivo. Los hemos ofrecido a libreros de primera de segunda mano, hemos hecho promociones, hemos hecho rebajas, hemos regalado algunos, preparamos algunos donaciones a bibliotecas, ofrecemos a otros medios, pero, desde luego, podremos terminar por donarlos de algunas maneras interesantes y que encuentren sus lectores. Terminaremos con ellos, desde luego, para iniciar con otros proyectos. Creo que la bodega ahora debe ser mínima y si se tenemos tantos es por haberlos hecho de más.
Eliminar la bodega no significa eliminar los libros. Algunos sí, seamos honestos.
Acúsome de ser débil.
sábado, diciembre 08, 2007
Las ventas sub specie aeternitatis
Después de harto tiempo, en verdad harto tiempo, recibí los documentos pedidos al Fondo de Cultura Económica en la solicitud 1124900007706: la correspondencia de Arnaldo Orfila Reynal, realizada el día 31 de julio de 2006. En días pasados llegó la versión pública de los susodichos documentos. Desde luego el FCE no quiso entregarme la documentación en primera instancia (cada vez que pido correspondencia ponen cualquier cantidad de asegunes) y presenté recuerdo de revisión, el cual me dio la razón y ordenó al FCE realizar versiones públicas de la correspondencia. Generoso, el IFAI le dio ya no recuerdo cuántos meses para hacerlo (que la ley señale 10 días hábiles no es impedimento para ampliar a discreción el plazo, pues el IFAI con cada día mayor frecuencia decide interpretar la ley. Por ejemplo, hay plazo de 15 días hábiles para presentar recurso, plazo que nunca considera, bajo causa ninguna, ampliar, pero para cumplir la ley, da plazos a su real saber y entender). En fin, tengo la correspondencia y es un festín para mí, pues me permite corroborar algunas cosas, sorprenderme por otras y sonreír por otras más. El problema de la bodega, o las bodegas, es compañero de editar, siempre sobran libros. En una de las cartas, el encargado de administración o de almacén, no he podido identificarlo, pues sólo aparece su firma autógrafa, como se dice en estos casos, sin tener más datos, propone a Orfila la creación de una bodega donde se guarden los libros de bajo o nulo desplazamiento, para facilitar los inventarios, pues de ese modo, nos dice, a simple vista se podrá ver que nada ha cambiado. ¡Vaya remedio! Las entradas y salidas de alamacén son, siempre, un dolor de cabeza para las editoriales. Ninguna considera un espacio para devoluciones, como si no hubieran de procesarse, limpiarse y volverse a poner en su lugar. En teoría, con los códigos de barras, no sale ninún ejemplar sin haberse leído, pero la facilidad hace que muchos, en vez de pasar uno por uno, pulsen el número de ejemplares y lo pasen una sola vez. La falta de conocimiento de muchos diseñadores sobre las dimensiones mínimas necesariar para la legibilidad del código y los colores aceptables para esa misma legibilidad hace que algunos libros, de plano, no puedan leerse por estos medios. Y el almacén, entonces, es un caos.
Todo, imagino, porque tenemos la curiosa costumbre de considerar a los libros sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de la eternidad. Hace poco charlaba con amiga editora, la cual se quejaba de que la impresión digital no duraría demasiado tiempo, 300 años, decía. No creo que ninguna edición actual dure 300 años, sólo por el papel, pues sigue siendo en su mayoría ácido y, cuando no lo es, sus partes no son muy eternas que digamos (su encuadernación y su impresión, con tintas más bien de dudosa calidad). La mayoría de los libros ha ido a dar a la basura. De la biblia de Gutember disponemos, ahora, de imágenes digitales, pero no llegan a 30 los ejemplares completos. De los 6000 títulos impresos en ese primer medio siglo de la invención de la imprenta, quedan poquísimos ejemplares, incunables por definición. Por ello son valiosos. Los libros, entonces, por más cuidados que tengan, tienden a la catástrofe, las bibliotecas se incendian o las queman o las bombardean o se inundan (para no ir más lejos, la inundación reciente de casi todo Tabasco debe haber dejado casi sin libros al estado, sin metáfora alguna. En la FIL se organizó una colecta de libros para enviarlos. La SEP repondrá los libros de texto, pero no ha dicho nada de los otros libros. Del SNTE, no espera nadie que diga nada). Las goteras los asesinan, los roedores los desaparecen, los insectos los perforan y se recilcan para papeles de usos varios. Yo mismo, sin pena ni culpa alguna, he dedicado algunos ocios a experimentar blanqueados, eliminados y reciclados en catecismos varios de varios siglos distintos del inmejorable Ripalda, que abundadn tanto que nadie extrañará esos ejemplares llevados a tortura para buena ventura de quien esto escribe.
En el 2002 se inundó Praga y muchos libros valiosísimos se mojaron. Los refrigeradores de Mochov entraron al rescate, pues lo mejor para salvar un libro mojado es congelarlo en lo que se le puede dar gentil tratamiento. Pero tardarán años en quedar bien. En 1966 fue Florencia quien sufrió inundación y, más de cuarenta años después, no acaban de restaurar todos los libros dañados. Todo para decir algo simple: los libros no duran tanto como pensamos. El papel, pese a tener unos buenos 2000 años, es bueno y duradero, pero no en extremo. De muchas obras tenemos copias de copias de copias. Del grande Heráclito el obscuro nos quedaron sólo las citas que otros autores hiceron de su obra, curioso destino.
Doy vueltas sobre lo mismo, el asunto es conservemos los libros de cuantas maneras podamos. Las copias, los ejemplares, no son tan importantes cuanto la manera de crearlos. La bodega, espero, ansío, debe ser una de las primeras víctimas de la revolución digital. La eternidad de los libros, por otra parte, es tan pequeña y frágil como siempre lo ha sido...
Todo, imagino, porque tenemos la curiosa costumbre de considerar a los libros sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de la eternidad. Hace poco charlaba con amiga editora, la cual se quejaba de que la impresión digital no duraría demasiado tiempo, 300 años, decía. No creo que ninguna edición actual dure 300 años, sólo por el papel, pues sigue siendo en su mayoría ácido y, cuando no lo es, sus partes no son muy eternas que digamos (su encuadernación y su impresión, con tintas más bien de dudosa calidad). La mayoría de los libros ha ido a dar a la basura. De la biblia de Gutember disponemos, ahora, de imágenes digitales, pero no llegan a 30 los ejemplares completos. De los 6000 títulos impresos en ese primer medio siglo de la invención de la imprenta, quedan poquísimos ejemplares, incunables por definición. Por ello son valiosos. Los libros, entonces, por más cuidados que tengan, tienden a la catástrofe, las bibliotecas se incendian o las queman o las bombardean o se inundan (para no ir más lejos, la inundación reciente de casi todo Tabasco debe haber dejado casi sin libros al estado, sin metáfora alguna. En la FIL se organizó una colecta de libros para enviarlos. La SEP repondrá los libros de texto, pero no ha dicho nada de los otros libros. Del SNTE, no espera nadie que diga nada). Las goteras los asesinan, los roedores los desaparecen, los insectos los perforan y se recilcan para papeles de usos varios. Yo mismo, sin pena ni culpa alguna, he dedicado algunos ocios a experimentar blanqueados, eliminados y reciclados en catecismos varios de varios siglos distintos del inmejorable Ripalda, que abundadn tanto que nadie extrañará esos ejemplares llevados a tortura para buena ventura de quien esto escribe.
En el 2002 se inundó Praga y muchos libros valiosísimos se mojaron. Los refrigeradores de Mochov entraron al rescate, pues lo mejor para salvar un libro mojado es congelarlo en lo que se le puede dar gentil tratamiento. Pero tardarán años en quedar bien. En 1966 fue Florencia quien sufrió inundación y, más de cuarenta años después, no acaban de restaurar todos los libros dañados. Todo para decir algo simple: los libros no duran tanto como pensamos. El papel, pese a tener unos buenos 2000 años, es bueno y duradero, pero no en extremo. De muchas obras tenemos copias de copias de copias. Del grande Heráclito el obscuro nos quedaron sólo las citas que otros autores hiceron de su obra, curioso destino.
Doy vueltas sobre lo mismo, el asunto es conservemos los libros de cuantas maneras podamos. Las copias, los ejemplares, no son tan importantes cuanto la manera de crearlos. La bodega, espero, ansío, debe ser una de las primeras víctimas de la revolución digital. La eternidad de los libros, por otra parte, es tan pequeña y frágil como siempre lo ha sido...
lunes, diciembre 03, 2007
Leer o no leer
El fondo nacional para las artes de Estados unidos de norteamérica publica nuevo informe sobre la lectura: To read or not to read: a question of national consecuence. Cada vez se lee menos y cada vez se lee peor. No deja de sorprenderme que éste, nuestro hedonista mundo, descrea tanto del placer de la lectura. A nuestra época le place el placer mediado, no el directo. Hace algunos años caí enfermo en un viaje de placer, precisamente, y hube de resguardarme en la habitación del hotel. Para mi asombro, el desfile que, entre otros menesteres, era asunto del viaje, lo vi por televisión, en mi cuarto de hotel, mientras pasaba delante de la puerta misma del hotel donde me encontraba: experiencia extraña producto de mi inmovilidad. Debí observar, no participar. Quizás sea el sino de la época.
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