Recordé el título de Aleixandre para la venta de nuestros libros en bodega. Exageración, desde luego. No tanto por la destrucción, cuanto por el amor. Deseamos, los editores y los libreros, que las personas expresen su amor por los libros en términos monetarios, valga, que compren los libros. Pero hay muchas otras formas. ¿Cómo eliminar la bodega? En algunos casos, cierto, destruyendo los libros, pero es el caso extremo. Confieso mi fracaso total y absoluto, intenté dejar sentimentalismos y pensamientos y prejuicios, pero la querencia me pudo más, soy incapaz, lo confieso, de herir a libro alguno (no tanto, exagero de nuevo, que me he cargado algunos catecismos de Ripalda y una que otra obra antigua, aun cuando excepto Ripalda, las otras fueron por mor del aprendizaje, no sabía de las tintas ferrosas tan óxidas que se borran, infames, al contacto con el agua...). Me imaginé incluso perforando sus cuerpos para inutilizarlos, pero no he podido ceder a mi propia barbarie. Ya Marcos de Libro de notas anunciaba su desasosiego. Algunos de los cercanos me veín de reojo y murmuraban a mi paso. Otros más, de plano, me llamaron bibliópata, bárbaro...
Por medio de Master en edición llego a el futuro del libro y me digo: a disponer de ellos de otra manera. Claro, sigue la promoción para vender los más posibles a precios lo más atractivo. Los hemos ofrecido a libreros de primera de segunda mano, hemos hecho promociones, hemos hecho rebajas, hemos regalado algunos, preparamos algunos donaciones a bibliotecas, ofrecemos a otros medios, pero, desde luego, podremos terminar por donarlos de algunas maneras interesantes y que encuentren sus lectores. Terminaremos con ellos, desde luego, para iniciar con otros proyectos. Creo que la bodega ahora debe ser mínima y si se tenemos tantos es por haberlos hecho de más.
Eliminar la bodega no significa eliminar los libros. Algunos sí, seamos honestos.
Acúsome de ser débil.
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