La imagen de una espléndida Michelle Pfeiffer a punto de cumplir 50 años recibiendo por fin su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood dio la vuelta al mundo la pasada semana. Sus dos hijos, su marido y el productor de televisión David E. Kelley la acompañaron en este inolvidable momento, pero pocos se percataron de que ese instante que quedará siempre en la retina de la actriz no fue perfecto.
La culpa la tuvo un garrafal error de ortografía en el nombre que adornaba el centro de la estrella y que, en principio, pasó desapercibido para los cientos de fans que rodearon la ceremonia a los pies del Teatro Kodak y también para la buena de Michelle que, no sabemos si deliberadamente, ingnoró el fallo para no acabar con la magia del momento
Concretamente, el nombre que presidía la estrella número 2.395 del paseo de la fama de Hollywood, la que recibió la interprete estadounidense, era el de Michelle Pfieffer, una curiosa adaptación de su apellido real Pfeiffer, que alteró el orden de las vocales dejando así en evidencia a la organización de estos glamourosos fastos hollywoodienses.
Alguna vez en portada imprimí el nombre de José Kozer (ese don de la naturaleza hecho poema, como lo llamaba ese otro don de la naturaleza Joseph Ramón Bach) con S, y no de supermán. Como José es buena persona, ahíto mohíno, imagino, alma buena, me mandó una carta generosa, como todas las suyas. Son, creo, las peores erratas del mundo, las nominativas. De suyo, es la mía peor de todas.
Como tengo cara de Alfonso, me ha pasado en varias veces tornarme tal en portada y en interiores, en vez del germánico consejero de los duendes. Hace muchos marzos, no lo primero que publiqué en letra impresa, pues en secundaria, santa madre de las apariciones misteriosas, inicié mis afanes editores con una revista de tintes amarillistas, desde luego, donde casi todo estaba mal escrito, decía pues, no lo primero, pero sí lo primero bueno, digamos, en la Gaceta del FCE, benemérita como pocas, aparecí como Alfonso. Luego, como hacen todos los editores erráticos, me dieron una portada alfrédica. Victoria Camps y Juan Nuño, mis primeros entrevistados en el mundo (¡cuánto tamaño de escrúpulo el mío!) y Juan Nuño generosísimo (Esa es una pregunta muy inteligente, como todas las suyas), maestrísimo. Hace unos días, por cierto, regresé a sus Mitos filosóficos, libro motivo por el cual ensayamos una conversación. Perdimos ambos, Victoria Camps y yo nuestra virginidad periodística, pues nunca la habían entrevistado y nunca había entrevistado yo a nadie. Debería regresar, que es harto agradecible.
En fin, que las erratas onomásticas me ponen nostálgico.
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