HarperCollins permite, desde ahora, hojear sus libros en su propia página y, desde luego, con su propio programa. Claro, es una estrategia mercadotécnica, a no dudarlo, pero ante todo es una estrategia legal y previsora. Por una parte, ya han digitalizado 10 000 títulos, pero lo fundamental es, en palabras de Jane Friedman: taking a leadership role on the digital front to fulfill consumer and marketplace demands while, first and foremost, protecting our authors' copyrights.
Es genial, en verdad. Por una parte, HarperCollins no vende sus libros directamente, lo que sin duda alguna le genera buena respuesta y mucho respeto por parte de los vendedores y distribuidores tradicionales. Es decir, no está a disgusto con sus distribuidores ni con los medios y los modos en que los libros se venden, todo lo contrario. De esta suerte, los apoya y logra mucho mejores resultados. Por otra parte, al digitalizar la editorial sus libros no cede, en lo más mínimo, ningún derecho. Es dueña no sólo del contenido, en cuanto a su explotación comercial, también es dueña del diseño tipográfico y de su despliegue paginado, y ahora también de la imagen digitalizada, virtual, de ese despliegue tipográfico, por lo cual nadie, bajo ninguna circunstancia, puede dar acceso a ese despliegue tipográfico sin su autorización. Como cualquier cuadro en un museo. La obra puede bien ser de dominio público, pero no hay modo de tomarle una fotografía sin pagar derechos y, para reproducirla, hay que pagarle al museo derechos para reproducir esa fotografía.
De este modo, HarperCollins logra seguir controlando el contenido de sus libros a nivel financiero, que es el único control que le interesa, en general, a una editorial. Los autores felices, pues tienen garantizado ser partícipes de la riqueza de la editorial.
Además, al tener un programa propio, no necesita crear ningún acuerdo con Amazon o B&N o Google, les ofrece sus propias imágenes con su propio programa. Nadie, tampoco, la atacará, pues ha participado con ellos.
Incluso puede pedirle a todos ellos que hagan vínculos a sus páginas para que los demás hojeen los libros. Y, en el colmo mismo de la perfección, incluso puede prestar ejemplares virtuales en bibliotecas...
Es como lograr crear una tinta de offset para papel que, ante la luz de una fotocopiadora, desapareciera. Nadie podría fotocopiar nada y los editores serían más felices que antes. Los autores, ni se diga.
Como en el caso de las revistas académicas, cuyos precios se han visto elevados de manera dramática en los últimos años, igual que las ediciones tradicionales de libros académicos, sobre todo en lengua inglesa, asistimos a nuevas intermediaciones. Como el mercado para esos libros no son los lectores individuales, sino los centros de investigación, se cobran cantidades donde está calculado ya el costo por cada lectura.
Asistimos, creo, al nacimiento de una tendencia nueva e interesante. Primero, desligarse de los mediadores de contenidos digitales para controlar todos los modos posibles de propagación, consumo y venta de ese contenido por el propio comercializador. Segundo, invertir en la creación de programas propios que lo independicen de los demás mediadores de contenido. Tercero, un aumento preocupante en la cantidad de características cuya protección por medio de derechos de autor se vuelve posible. Como en la red, donde la tipografía, aunque gratuita, no es libre, este puede ser el primer paso para que el despliegue de contenido registrado pueda ser gratuito en tanto arma mercadotecnia, pero nunca más libre. Cuarto, van por el dominio público. El siguiente paso es restringir la idea misma del dominio público a la autoría, nada más. La conservación, despliegue, distribución y comercialización incluso de ese contenido de dominio público se volverá motivo, no me cabe duda, de registro y, por ende, de pago de regalías.
Si algún día tuviera problemas legales, que me presten a uno de esos abogados...
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