De todas las metáforas públicas, profundas, aquellas por las cuales guiamos nuestras acciones y ordenamos nuestros pensamientos, mismas que nos permiten situarnos en el pasado y en el futuro, metáforas a cuya sombra entendemos los procesos que vivimos e intentamos lograr aquello que deseamos como personas y también como grupos y sociedades; de todas esas metáforas profundas, decía, la transparencia es de las más recientes. Y, como toda innovación pública, engendra enemigos. Porque todas esas metáforas nuevas, extrañas, crean otras maneras de percibir el mundo y, también, de situarnos y responder a él.
No sé de cierto si su origen deba rastrearse a la arquitectura transparente defendida y difundida por los arquitectos alemanes como respuesta y contrapeso a los delirios y controles nazis, al ideal grandielocuente y masivo del Tercer Reich. Visible, accesible, claro y verificable son los conceptos que la rondan. Hacer transparente el edificio público, pensaban, transparentaría el estado, renovaría la confianza, en claro contraste a la cerrazón, mostrada en la fortaleza arquitectónica bélica, del autoritarismo anterior. No olvidemos que el nazismo fue, también, un delirio arquitectónico, una apuesta por la reconstrucción de la ciudad.
La mayoría de los arquitectos apostaban, más bien, al retorno a las formas y proporciones clásicas para sanar mejor esa confianza herida, habida cuenta de que la mayor parte de quienes realizaban el trabajo en los distintos ministerios lo habían hecho en los ministerios nazis.
El edificio del parlamento, con sus muros transparentes, fue, entonces, tanto una declaración del propio poder público por lograr sanar esa confianza, como una apuesta arquitectónica por hacer, del edificio público, un lugar del todo visible. Sirva el enunciado como planteamiento de una posible hipótesis. Nada más difícil que fechar el nacimiento de una metáfora y su desarrollo público.
Recordemos ese invento extraño de los derechos humanos o la libertad prístina del individuo. Mucho siglos fueron necesarios para aceptar, como sociedad, por medio de las leyes, que la esclavitud no es natural y que todos, precisamente porque nacemos, somos libres, porque debiéramos serlo.
Así con la transparencia. No deseamos, tan sólo, conocer los modos y maneras en que los gobernantes tuercen la ley y se enriquecen. Queremos, que de tan transparente, el gobierno sea limpio, condición indispensable para que el cristal no se perciba.
[Publicado en Libro de notas]
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