Vivo sumergido en las cartas de Van Gogh, llevo un buen tiempo leyéndolas a ratos. Grafómano mayor, al final dibujó, pintó y escribió tanto que parece imposible. La edición de su correspondencia completa, realmente completa, reúne todo lo escrito por él en forma de carta en holandés, inglés y francés. Sólo conozco la edición inglesa, que incluye todo traducido, sin los originales. Y es una maravilla pues reproduce todos los dibujos y esbozos hechos en las cartas. Hay una mosca en alguna de ellas que es única. La francesa es más que incompleta y las españolas, castellanas, pues, se limitan a traducir la parte francesa, y eso en los mejores casos.
Casi 2000 páginas de cartas y cartas y cartas, con momentos deslumbrantes, con momentos densos y terribles y con momentos luminosos. Hay, desde luego, un tratado de pintura dentro de ellas, observaciones sobre la luz, el color, las pinceladas, los materiales, el objeto mismo de mirar y reproducir. Hay, también, atrapada, la mejor disquisición sobre la enfermedad mental. Algo me sucede a mí, que soy mi cuerpo, parece decir a veces. Hay un amor fraternal inmenso y recíproco entre los hermanos Van Gogh, amor de proporciones cósmicas. Hay un tratado de teología pedestre y desencantado. Hay, también, el dolor ante la burla y, sobre todo, la certeza de la importancia de su pintura, que lo sostenía.
Cuando ví, por fin, el primer Van Gogh de cuerpo entero quedé silente. Día a día iba varias horas a verlo, sólo uno, tanto que me hice sospechoso a los ojos del guardia de seguridad. De eso, hace ya veinticinco años...
Siempre pienso en él cuando se habla de regalías, derecho de tanto por reventa, becas, residencias, premios. Su única valía es mi pintura, decía. La única valía de los artistas actuales es su obra, y parecen olvidarlo, o, lo peor, intentan que no nos demos cuenta, pues de valer, poco vale...
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