El cocinero Ding descuartizaba un buey para el príncipe Wenhui. Se oía hua cuando empuñaba con las manos el animal, sostenía su mole con el hombro y, afianzándose con una pierna, lo inmovilizaba en un instante con la rodilla. Se oía huo cuando su cuchillo golpeaba cadencioso, como si hubiera estado ejecutando la antigua danza del Bosquecillo o el viejo ritmo de la Cabeza de Lince.
-Es admirable, exclamó el príncipe, Nunca había imaginado una técnica así.
El cocinero dejó su cuchillo y contestó:
-Lo que interesa a vuestro servidor es el funcionamiento de las cosas, no la simple técnica. Cuando empecé a practicar mi oficio, veía todo el buey ante mí. Tres años después, ya sólo veía partes del animal. Hoy lo encuentro con el espíritu, sin verlo ya con los ojos. Mis sentidos ya no intervienen, mi espíritu actúa como le parece y sigue por sí solo los lineamientos del buey. Cuando la hoja corta y separa, sigue las fallas y hendeduras que se le ofrecen. No toca ni las venas ni los tendones, ni la envoltura de los huesos ni, por supuesto, los huesos mismos.
Zhuangzi
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