miércoles, enero 18, 2006

La falsa tragedia de Dana Giogia

Pagana por antonomasia, la tragedia griega se ciñe al conflicto del héroe o la heroína entre su destino y la catástrofe. La urgencia, la más pura urgencia llega al héroe y lo atrapa, puede ser el deseo carnal, de venganza, de salvación o de castigo, puede ser la iniciación a algo que no por ser un mandato deja su carácter terrorífico. Y son héroes o heroínas sus personajes porque eligen su destino, lo enfrentan. No lo acallan, ni lo analizan ni lo hunden en fármacos controlados. Lo enfrentan. Dana Giogia, poeta norteamericano de obvio origen, llevaba una vida tranquila, típica de cualquier héroe a la espera de su destino. “La poesía, para mí, casi es un llamado religioso. Creo que la poesía articula una parte esencial de la conciencia humana.” Refiere el New York Times del 16 de agosto de 1992 estos dichos de Giogia. En enero de ese año había sentido el llamado y renunció a la vicepresidencia de la Kraft General Foods para convertirse en escritor de tiempo completo, según sus palabras y si algo tan monstruoso pudiera existir.
Su llamado, según lo escuchó en ese entonces, le pedía dos asuntos graves e importantes: primero, volver el dinero asunto poético, pues pese a ser parte fundamental de la vida norteamericana, no hay un solo poeta dedicado a tema tan huidizo. Ya Wallace Stevens había sentenciado: “El dinero es una forma de poesía”, sin abundar, como bien señaló Gioia en su artículo sobre ese tema. Y el segundo llamado era igual de importante, devolverle a la poesía sus lectores educados.
Hace ya 11 años publicó su libro Can poetry matter? (¿Todavía importa la poesía?, quizás lo hubiera llamado algún editor mexicano) donde intenta un análisis sólido y profundo de la carencia de importancia de la poesía en la vida cultural actual y un diagnóstico de las causas de ese falta de importancia. Ensayaré un resumen de sus argumentos.
Los poetas se ganaban la vida de las más diversas y variadas maneras. Nunca pretendieron dedicarse a ser poetas, eran poetas de ratos libres, eran muchas otras cosas además de poetas. Y por ser muchas otras cosas la poesía norteamericana era plena de temas y colores. Con el tiempo, inició la actividad académica de la poesía. Con ella vinieron las cátedras, los programas de enseñanza de escritura (nuestros talleres literarios, que en Estados Unidos tomaron carta de ciudadanía académica y produjeron cantidades enormes de poetas titulados) y becas, apoyos, residencias y premios. La poesía, pues, se convirtió en una actividad, en una burocracia. Y como toda burocracia precisa de jerarquías, organigramas, escalafones y métodos de evaluación objetivos, es decir, cuantitativos. Pues para lograr la primera beca para escribir poesía hay que ingresar a un programa que enseñe a escribirla o demostrar con unos cuantos libros que se es poeta. Antes, se era poeta cuando los otros poetas lo consideraban a uno poeta. Ahora se debe mostrar, en primer lugar, los libros publicados y, después, cartas de recomendación de otros poetas. La explosión demográfica fue evidente y la publicación de libros de poemas otro tanto. Para pertenecer al selecto y ahora bien remunerado círculo de poetas había que tener libros publicados regularmente y recomendaciones de buenos poetas. La calidad menguó hasta ser la excepción y la crítica desapareció, nadie osó hablar ya mal de nadie so pena de perder algún premio o alguna beca. Y todos se dedicaron felices al duelo de alabanzas y júbilos. Todos guardaron silencio ante lo que les disgustaba y aprendieron a elogiar sin leer libros y a festejar la sola aparición del libro, pues era de suyo festejable. Las antologías dieron paso a los censos poéticos. Los censos se tornaron directorios. Antes ser incluido significaba algo, ahora ser excluido significa que el departamento académico está en problemas o que los departamentos de los antologadores lo estarán. En épocas de repartos de utilidades poéticas tan democráticos y consensuados, mujeres, minorías y excluidos van primero. Se cumplen cuotas. Y la poesía brilla cada vez más por su ausencia. Pero ya la decadencia plena y total es que ante tamaña proliferación ni siquiera los lectores profesionales de poesía la leen. Vamos, ya ni siquiera entre colegas. Todo es una simulación. Todo es el reparto del sabroso y generoso pastel de los apoyos para la poesía. Se llega a tener a un poeta oficial (laureado o premiado le llaman) en cada uno de los estados. Cargo con cargo al erario y cuya labor es vigilar la salud poética de la nación, a quien le importa un rábano (poco pensante, por lo demás) no sólo la salud de su poesía, sino su existencia misma. Hay que regresar a los orígenes y leer poesía, incluso en voz alta. Llevar la poesía a la gente y dejar de estar preocupados por el rango y el salario. Hasta aquí los argumentos de Giogia.
Pero Giogia nunca previó el humorismo de los dioses. Al paso de los años, de 11 años exactos, nuestro héroe, después de sumergirse en la escritura y en publicar varios libros y algunos ensayos recordables, tuvo que enfrentar como pocos su destino. Fue nombrado presidente del Fondo Nacional para las Artes de Estados Unidos de América, cabeza clara e indiscutible de la decadencia poética que él mismo había denunciado. Desde luego enfrentó su destino aciago y dejó todo: convicciones, creencias, escritura y asumió la dicha presidencia para aniquilar el monstruo desde adentro. El primer resultado fue claro y contundente, su libro de 1992 fue reeditado a la velocidad del rayo.
“Mi papel como poeta es encontrar términos legítimos para alabar el mundo que nos rodea”. Alabad al Fondo Nacional para las Artes porque es bueno, porque para siempre es su misericordia. Nada pues tan trágico para nuestros héroe como ser repartidor de dones ajenos para aniquilar la imaginación poética. “Mi vida constreñida [de alto ejecutivo] me dio la libertad de imaginación necesaria para crecer como artista”, nos cuenta. Y lejos de desearles tamañas libertades a sus pares, intentará darles becas y subsidios para evitarles la pena de sentirse constreñidos. Quizá, vengándose de los dioses perversos, intente llevar una vida odiosa y constreñida para volverse grande como artista. La ironía feliz, ni duda cabe, sería que recibiera una beca para escribir poesía en sus ratos libres, que no son muchos, puede debe repartir mucho dinero.


PD. Me asalta una duda, ¿no será Dana Gioia el más fino ironista de la historia? En su artículo señala que los subsidios, becas y premios son de interés del productor (el poeta) no del consumidor (el lector, quizá la cultura). En un arrebato heroico, Dana Gioia quizá intente invertir el problema y darnos una solución exquisita. Cambiar los estímulos y becas de tal suerte que en vez de darle dinero a las granjas para que produzcan algo que nadie quiere (el símil es todo suyo) les dará dinero para que no hagan nada y la salud de la poesía regrese a la palestra, dado que “el placer estético no necesita justificación, pues una vida sin ese placer no vale la pena de vivirse”, sobre todo sin becas. Que sin poesía hasta los poetas la han ido pasando, “no tan bien como los dermatólogos”, aclara Gioia, “pero mejor que en las garras de la bohemia”. Alabado sea.

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