Cuando la revista Poetry recibió la maldición de la filantropía de Ruth Lilly y su donativo de cien millones de dólares (torpe filantropía, como la calificó Howard Junker, editor de la respetable y confesa envidiosa revista Zyzzyva) tranformó una revista literaria pequeña en una fundación literaria, es decir, la aniquiló. Quienes saltaron pronto a la palestra, para exigir su parte, fueron los poetas. La revista Poetry pagaba, antes de su muerte filantrópica, la fabulosa y simbólica suma de 2 dólares por línea. Después, no faltó el poeta que propusiera elevar la modesta suma a la necesaria y jugosa de 500 dólares por línea. Más allá de la anécdota, el asunto es atendible, ¿cuánto vale un poema?
Ensayemos una respuesta. El valor debe estar ceñido a su valor de reproducción, a su precio por copia realizada, como cualquier otra creación intelectual desde que se ha legislado al respecto. La norma tradicional es dividir el monto para pago de regalías entre el número de páginas escritas (sin incluir publicidad). Así, una revista amplia de digamos 128 páginas con 64 útiles que dedique 64,000 pesos al pago de regalías (supongámoslo por mor de la simplicidad), nos daría un pago de 1,000 pesos por página completa. En una revista pequeña, el pago es equivalente a dos ejemplares, unos 100 pesos. Así las cosas, el valor de un poema depende de las copias que pueda vender, y como no es muy venidible, según cuentan los enterados, depende en rigor de la tasa imaginada por el autor. Y como esa valoración a veces es extrema, asistimos al inicio de empresas editoriales novedosas, que aprovechan esa alta estima autoral. No editan para el mercado tradicional, tienen un nicho propio y en amplio ascenso. Por una cantidad específica, publican el número de páginas que uno quiera ver en letra impresa, garantizan la inclusión en una antología internacional de poesía y ofrecen la entrega gratuita de dos ejemplares. Y ¿cuánto vale cada uno de esos poemas? En rigor, su precio es negativo.
Adelanté una hipótesis monetaria que, si la traducimos a términos poéticos, nos dará la clave del valor de un poema. Pues, aun cuando un poema no se puede comprar, pues sólo se puede comprar, como dice la ley, su sustento material, el medio físico en el cual existe y se despliega, no podemos apropiarnos de él en términos monetarios, sólo pagamos para poder leerlo. Aun cuando no podemos apropiarnos monetariamente de un poema podemos hacerlo si nos dice algo, y hay muchos poemas que cumplen esas características y son valiosos como ningunos, que su valor, que el valor pues del poema, es las muchas o pocas veces que se repite, su valor de reproducción, desde luego, pero no primera y monetaria. Como dice Juan de Mairena, siempre lúcido y citable, “Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore [...] Reparad [en que la poesía popular] pudieran hacerla suya muchos enamorados, los cuales no acertarían a expresar su sentir mejor ... A esto llamo yo poesía popular, para distinguirla de la erudita o poesía de tropos superfluos y eufemismos de negro catedrático.” Que ése es el valor de la poesía, que de tantos y tantos autores y autoras de los dos siglos anteriores, muchos hubieran pagado fortunas enteras para que se recordara siquiera una línea suya. Que bien o mal pagados sus versos, ese dinero no toca el valor de sus poemas, pues el tiempo todo lo iguala y elimina lo innecesario, superfluo y sobrevaluado.