De no ser cierto, parecería la mala trama de un complot inverosímil. Los últimos veinte años hemos perdido, todos, muchas y variadas obras de dominio público y las hemos perdido sin protesta alguna.
Primero se han extendido sin razón otra que seguir cobrando regalías ramas enteras: música, cine, literatura. Disney no deseaba, en circunstancia alguna, perder derechos de distintas obras. En México, por ejemplo, el catálogo de oro de la canción, como le llaman, entraba peligrosamente a dominio público y cambiaron el plazo a 100 años para beneficio, claro, de la sociedad recaudadora. Mientras, muchas obras regresaron del domino público a un limbo extraño.
Segundo, la reproducción no autorizada, como la mientan, ha pasado de falta administrativa, vamos, de daño comercial, a delito penal. En México, además, se persigue de oficio, es decir, sin necesidad de querella por parte del ofendido. Como los asesinatos, pues.
Tercero, ya no tenemos casi derecho a copia privada ni a compartir obras. Si entro a un cine legalmente y quiero hacer una copia privada para mi disfrute personal de la película que veo, derecho que la ley establece, de inmediato seré remitido por piratería por la policía. No sé si a ustedes les parezca natural pero a mí me pone muy, pero muy nervioso que haya un circuito cerrado de televisión en las salas cinematográficas, imagino que infrarrojo, observando a los espectadores. Copiar es, ya, un delito en muchas partes del mundo.
Cuarto. Las leyes se han vuelto surrealistas. En sentido estricto hacer una versión caligráfica de Tierra Baldía de Elliot es un delito, aunque sólo la haga para mí. Si continúan por esa senda, sacar un libro de la biblioteca será un delipo muy pronto. Sólo es legal lo que costó dinero y tenga una manera verificable de que ese dinero llegue a una sociedad de gestión o a una empresa detentadora del copyright. Si le regalo a alguien una película y no tiene manera de garantizar su posesión legal puede estar en problemas.
Quinto. Digitalizar parecía una gran idea. El problema está en los detalles. La nube, ay, no llueve para todos. Ejemplo sencillo. Las obras completas de Lafcadio Hearn, en la hermosa edición de Houghton Mifflin, papel verjurado, grabados intercalados, 750 ejemplares numerados, encauadernados a mano, intonsos, tejuelo de cortesía, son de dominio público y la edición fue digitalizada por Google y era del todo accesible. Ahora no se puede ver, imagino, en varios países y, quizá, tenga que pagarse por hacerlo. El problema no son las obras huérfanas, el problema es quién tiene derechos de reproducción. Como las obras que están en los museos. Son de dominio público, sí, pero para poder reproducirlas hay que tomar una imagen de la obra, lo cual es imposible sin el permiso del dueño de la obra. No es del todo descabellado que el mismo criterio se aplique a los libros. El texto, sí, es dominio público, pero no podrás reproducirlo sin el permiso de quien tenga algún ejemplar y, la letra pequeña, no haya firmado un contrato con un digitalizador que prohibe por x años hacerlo.
Sexto. Cada día los museos parecen más parques temáticos. La fantasía de el Chacal, como le apodan al agente literario más, digamos, caballeroso, es hacer parques temáticos de Sherlock Homles o Shakespeare. Lamenta que los herederos no hayan actuado con inteligencia y hayan pasado a dominio público. Hay mucho dinero en ello.
Séptimo. El dominio público pagante levanta la cabeza. Muchos ni siquiera tienan idea que existe. En México existió por muchos años. Al 2% de los ingresos por explotación de obras de dominio público debía ingresarse a las arcas de la Tesorería de la Federación, previo aviso a la Dirección General del Derecho de Autor. El 2%. En la anterior reforma a la ley en México se proponía volver al domino público pagante, no se aceptó, pero no es seguro que no lo intenten de nuevo. En otros países le llaman canon. El paraíso para las sociedades de gestión: 2% dominio público, 2% fotocopias y canon, 2% internet...
Octavo. Si algo es libre hoy, puede no serlo mañana. Cambiaron de 50 a 70 años en muchos países. Pueden cambiar ahora a 100. Lo único que espero es que el papa, como representante legal de dios en este valle de lágrimas, no pida el pago de regalías por todas las biblias vendidas.
Noveno. La santa y apostólica academia, imagino, sueña con poder registrar los sentidos de las palabras, no sólo las palabras, sino los sentidos de las mismas. La ambigüedad. la vaguedad, significarían dobles ingresos. Pronto nos comenzarán a cobrar por palabra...
Décimo. Como en la serie Misión imposible, los ejecutivos de los estudios imaginaron un DVD que, después de abierto, se ennegreciera 15 días después y se volviera ilegible. Los editores imaginaron tintas especiales no reflejantes a la obscena luz de las fotocopiadoras. ¿Recuerdan cuando la preocupación era cómo hacer que la gente leyera?
Tomás Segovia, hace mucho, lo comentó en un encuentro de traductores. Dijo, más o menos, que cuando era joven el taductor se preocupaba por la calidad. Cuando ofreció su charla, nos cuenta, la mayor preocupación era por las tarifas, por el dinero. Lo mismo pasa ahora.La cultura se nos volvió administración y el dominio público un activo capitalizable. Así nos pinta el futuro...
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