domingo, octubre 23, 2011

La profundidad y la superficialidad digitales

Wittgenstein ponía el ejemplo de que, excepto en el caso de alguien con problemas mentales, no es necesario leer dos ejemplares del mismo periódico para saber que dicen lo mismo. El ejemplo era válido en tanto la producción fuese mecánica y fuese primigenia. Ahora, con la producción digital cambiante sabemos que nunca dicen lo mismo y, lo peor, la reproducción digital de obras de producción mecánica nos lleva a la locura de Witgenstein: hay que leer varias reproducciones para saber si dicen lo mismo.


En MDCLXX (1670)  Antonio Bertier publicó en París La conquista de la China por el tártaro de Juan de Palafox y Mendoza, casi un divertimento, donde narra la entrada de los manchús a China. Nunca he sostenido en mis manos ejemplar alguno de la obra, aun cuando conozco ya cuatro  de la misma.


El primero en la Biblioteca Nacional de Francia que, por medio de Gallica, es accesible a través de internet. La copia de la BNF es, parece, copia de una copia, pues su original se encuentra, al parecer, en Chile. Del microfilme se hizo copia digital (especulo).


El segundo es el digitalizado por google de una biblioteca alemana, aun cuando el sello aparece un tanto cuanto borroso. El sello nuevo dice, sin duda alguna, Staastsbibliothek. La sorpresa es el mapa. En la edición de la BNF no aparece el grabado principal donde se incluye un mapa de la región, seguro arrancado y vendido por algún tasajeador de libros, tan comunes. [Poseo una página de grabados de la Enciclopedia de Diderot, no queda clara la edición, pero por el papel y la técnica parece de las primeras. Comprada en ebay a un precio ridículo.]


[Ejemplar alemán, Google]

El tercero es el que habita la Real academia de la historia, cuya copia digital es colorida. No posee mapa.


El cuarto es el de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, con mapa, pero sin color. La disposición de los dos ejemplares de la Biblioteca virtual del patrimonio bibliográfico es poco amigable. Se puede descargar las imágenes página a página, a diferencia de Google que permite la descarga total y de Gallica que permite la descarga más amigable, todo el libro o la creación de PDF de las páginas que uno quiera. ¿Qué teme la Biblioteca virtual del patrimonio bibliográfico, que alguien más ponga a disposición los libros? ¿No es la idea? ¿No son bibliotecas? Pidan crédito, pidan reconocimiento, pero no dificulten. Siguen con la misma costumbre de los fondos reservados. ¿Temen que se deterioren las copias digitales? Espero que no, en verdad.


Otra sorpresa nos la depara el final de la copia chilena. Maltratado el ejemplar, una mano generosa copió las última páginas y las añadió al ejemplar. Es hermoso ver tal celo bibliotecario de quien, de cierto, es muy difícil llegar a saber el nombre.








[Ejemplar chileno, BNF]


[Ejemplar chileno, BNF]
 [Ejemplar español, RAH]


[Ejemplar español, BCLM]


Lamentable, como siempre, la transcripción, tanto de Gallica como de Google. Cercana a lo ilegible. El final cuya página puede verse en los tres ejemplares anteriores lo transcribe Google así:




Pongo imagen porque la mala transcripción logra encerrar en símbolos marcadores que dan una segunda falsedad  que transcribo, pues elimina todo lo que encuentra entre los símbolos < > al corresponder a una etiqueta de HTML:


Monarca lés, íégun el fentir y el decir de Gregorio X t V. Paftor fupremo de la Igleüa Catolica Apoftoüca Romana.


Los programas pueden mucho, pero no pueden todo. Los libros alguien debe leerlos y las máquina no leen, al menos hasta ahora. Bajar el libro electrónico [epub] de Google es punto menos que suicida. ¿Qué sentido tiene? La digitalización de los libros es un paso enorme, poder compulsar los cuatro ejemplares y notar omisiones, faltante y correspondencias es una maravilla que puede hacerse rápido y sencillo sin necesidad de moverse. Pero el hecho mismo de la compulsa y la lectura no puede obviarse.


Libros encarcelados, libros cuyo contenido no puede viajar. Son imágenes de las páginas de ejemplares de libros de los cuáles no sabemos su procedencia, su estado, sus posibles faltas.


Por desgracia Google parece estar solo en la ingente tarea de digitalizar nuestro pasado editorial y, también por desgracia, lo está haciendo mal por la sencilla razón que le deja a las máquinas todo el trabajo. No hay, por ahora, algoritmo editorial que valga. Alguien debe leer y entender y escuchar las resonancias de la forma de escribir y de editar y de prescribir lo bien dicho en el XVII y tomar decisiones significativas, profundas. La edición es humana, inteligente. Los programas, por desgracia, son superficiales. Su profundidad es más una metáfora que una realidad, su profundidad es más bien lejanía, relaciona datos lejanos como si ambos estuviesen en la misma superficie. No entienden ni siquiera, por ahora, algo tan sencillo como que la s tenía una grafía distinta en el XVII. Los proyectos como la Biblioteca virtual del patrimonio bibliográfico son peores, no saben, ni siquiera, que hay algo abajo de la superficie. No son por ello superficiales, son omisos. Buscan el control del acceso, no la liberación de los contenidos, que es su trabajo. Siguen atados al lugar que ocupa el libro en los estantes, atados a la propiedad bibliotecaria, a la custodio, cuando debieran liberar los libros, dejar que viajen fuera de los estantes y las bibliotecas.


Lo que importa de un libro es lo que dice. Y cada día dice más. Dice su contenido, desde luego, pero dice su hechura, su conservación, sus marginalia, sus faltantes y sus sobrantes. Herramientas hay, hace falta saber usarlas. Transcripción digital, revisión automática ortográfica, revisión asistida, lectura humana, compulsa humana, metadatos humanos. Tenemos todo para saber qué existía en una biblioteca en el momento en que la visitaba tal o cual pensador. Y podríamos rastrear su lectura. Tenemos la tecnología, pero parece que a casi nadie le importa. Y hablo del pasado, el futuro es igual de sombrío, seguimos haciendo libros mudos sin metadatos granulados y profundos.


Brillantes paradojas. Unos gastan en no hacer nada, otros en hacer mucho más o menos mal. Otros quisieran, mejor, no pensar siquiera en hacer nada. ¿En serio es tan difícil digitalizar? No lo creo, baste ver las páginas de libros libres, gratuitos y rápidos. Necesitamos colaborar, todos, globalmente. Se supone que es tarea de los gobiernos, de las universidades, de los gremios de autores, de las bibliotecas, de las secretarías de culturas. También es de las editoriales y de los lectores. Wikilibros, imagino. De otro modo la cultura será expropiada y pronto tendremos que pagar por usar palabras pues todas estarán registradas o patentadas. No está lejos el día en que Google nos cobre por ver los libros digitalizados. Pronto nos cobrarán, también, por quitar los correctores automáticos. Luchamos ya contra la corrección autómatica de nuestras máquinas, no faltan propuestas de multar o encarcelar a quien use ciertas palabras para ciertos propósitos. Al rato será un delito escribir distinto, leer distinto. Interpretar, burlar, ironizar, parafrasear, satirizar no son bien vistos. Primero la corrección política, luego el silencio, después el delito. ¿Cómo leen poesía quienes no saben escuchar resonancias, ver las muchas sendas y los muchos callejones y los incontables recovecos del sentido? Cierto, hace mucho que no se lee poesía. Porque editar significa leer. Leer. Y en la digitalización de muchos libros falta, precisamente, lectura.


Al final, queda claro que muchas página ya no digamos nadie las lee, nadie las ve. Editar es cada día más barato, pero más barato, parecen decir muchas páginas, es no editar. No leer, no mirar.


Páginas solitarias, mudas, digitalizadas y abandonadas.




[Google]

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