Rápido, en el mundo editorial, significa cinco años. Hay quien todavía delibera si pasar a los negativos digitales o seguir con los ópticos de toda la vida. La bodega es la pesadilla de algunos editores, a otros les tiene sin cuidado. Las bodegas de los muy grandes, digamos Random House, FCE, Alfaguara, deben tener, al menos, cinco millones de ejemplares sin movimiento, es decir, cinco millones de ejemplares que no se mueven de su estante en todo un año. Cinco millones de ejemplares cada uno de esos grandes (¿de dónde los saldos, si no?). A una editorial pequeña, risueña y distraída como la nuestra, el costo de bodega por ejemplar es de seis centavos mexicanos. Es decir, 80 000 ejemplares (que tenemos en bodega, santa madre de los libros guardados) nos cuestan $4,800.00 pesos al mes, unos 440 dólares. ¿Para qué guardar tantos libros que no vendo? Sentimentalismo puro, imagino. En parte hay ejemplares de otros fondos, que devolveré. Pero bien puedo tener 50 000 ejemplares, que no he vendido ninguno en dos años y que, de seguro, no venderé en los próximos 10, ¿qué hacer con los libros que no se venden? El único culpable soy yo, pues los he editado. ¿Destruirlos? Quizá termine por tomar esa decisión terrible. En tres años me han costado unos 15,000 dólares, y son un lastre financiero ya. Y no son cálculos sobre la base del costo del metro cuadrado o del personal contratado, nada de eso. Son el costo exacto que me cobra una empresa de logística por tenerlos en su almacén y conservarlos en buen estado. Así, migraremos a las ediciones mínimas o sobre pedido u on demand o al gusto, quizás fuese mejor decir. Ediciones al gusto. Mínimas, digo, porque podré publicar desde 20 ejemplares hasta 300, de acuerdo al tanteómetro de cuánto se venderá. Y en este caso menos es más. Si elimino el costo de la bodega y el costo de los negativos para al impresión en Offset, podríamos publicar un promedio de 10 novedades mensuales, pues el mercado solicita novedades. Y el catálogo lo mandaremos a internet.
Según los clásicos, desde Unwin hasta Enaudi, la fortaleza vivía en el catálogo, y bajo esa especie funcionamos desde nuestro inicios. Cuida el catálogo y agrándalo,aconsejaban, pero llegamos al límite. El catálogo nos hace ahora quebrar, desaparecer.
No se precisa la genialidad, pues, para darse cuenta de lo obvio. Cuidar el catálogo no significa, ahora, cuidar la bodega y cuidar el programa de reimpresiones. Cuidar el catálogo significa ampliarlo con tirajes mucho menores y tener disponible todo lo que se haya editado en cualquier momento en ediciones al gusto del lector. Porque, en estos momentos exponenciales, la demanda nunca tiende a cero, tiende a uno, y la oferta debe tener a crecer indefinidamente. No hay título, pues, que no venda al menos un ejemplar al año y, cuántos más títulos en catálogo, más venderás.
Las librerías, ¿en su estertor final?, apuestan por las novedades, pese a que las hunden cada día más.
Los grandes, los enormes, funcionan por mor de la exhibición, entonces ya son como revistas, editan el doble para que la mitad sirva como promoción para vender la otra mitad y destruirla, como se destruyen las revistas. No hay, en esos libros con fecha mortuoria, nada digno de elogio. Papeles malos, ediciones regulares, tipografía con índices rentables, no legibles, y portadas llamativas, pero no artísticas, necesariamente. Llegamos, entonces, como en tantas otras cosas, a la división estricta y clara entre cultura y entretenimiento. El libro fue cultura, ahora es, en cuanto venta, entretenimiento. Los libros interiores, por llamarlos así, los libros cuya importancia no es económica, no tienen mayor camino en el entretenimiento. Pero internet promete mucho, si aprendemos a utilizarlo.
Palinuro de México o Terra Nostra o Adán Buenosayres o La guaracha del macho camacho o Tres tistres tigres o... es punto menos que imposible cosneguirlos en las librerías del mundo. Cuestión de tiempo que dejé de suceder.
Nos volvemos etéreos, dejaremos de tener bodega y comenzaremos a imprimir sólo lo necesario. Curioso, en verdad curioso... ediciones inmateriales
4 comentarios:
Hola Alfredo
Vi el comentario a tu artículo en Libro de Notas y puse allí un comentario. Lo repito aquí:
Me gusta la idea. Impresión por demanda y catálogo en internet eliminan al distribuidor: un intermediario menos. Eso no quiere decir que los libros salgan más baratos, sólo que se distribuirían mejor los ingresos; más para el editor, más para el librero y (no estaría mal) más para el autor.
Y no desaparece el librero, que puede también pedir los libros que quiera y exponerlos en su local, pero los pide bajo el nuevo sistema, no al distribuidor, sino directamente por internet al editor.
También, de esta manera se elimina en parte el gran problema que tenemos los lectores que preferimos las librerías de fondo. Con el nuevo sistema, TODOS los libros pueden volver a estar en catálogo.
Como las librerías independientes tienen que especializarse para sobrevivir, con el nuevo sistema, los libreros pueden convertirse en expertos de una serie limitada de temas, buscadores humanos que te pueden ayudar a encontrar lo que quieres o te puede interesar. Volvería el librero experto que se perdió en las grandes superficies. El suyo sería un servicio que muchos lectores apreciaríamos.
Todo esto se puede conseguir eliminando los almacenes y las distribuidoras de ladrillo y furgoneta.
Absolutamente de acuerdo, pero el problema es extensible, de manera parecida, al ámbito de las revistas, ó incluso al de la música.
Es verdad.
En el caso de las revistas, muchas están funcionando ahora con un modelo mixto. Mi ejemplo favorito es The New Yorker, que ofrece muchos de sus contenidos online, gratis, y otros sólo en la revista de papel. El problema es que esa revista es muy cara fuera de EEUU. Si hubiera un kiosco de prensa con impresión al gusto en mi ciudad, podría suscribirme a la revista y me la imprimirían ahí cada semana (es semanal). Incluso me la podrían entregar en casa. Al eliminar los gastos de envío y de importación, los precios se reducirían al mínimo posible.
Así también, cualquier kiosco en cualquier parte podría vender revistas de todo el mundo. Sería un kiosco global. Esto permitiría la edición de revistas minoritarias, que encontrarían un público mucho más amplio y de esa manera podrían sobrevivir. Una revista de poesía que en Buenos Aires tiene 300 lectores, a nivel mundial podría tener 5 mil. De repente todo cambia y esa revista es viable como algo más que un hobby.
Otro ejemplo. Pongamos que voy a hacer un viaje largo y quiero comprarme un par de revistas para leer en el avión. Entro en el catálogo por internet, escojo las que quiero, pago con tarjeta o paypal, y pido que me las impriman en el kiosco del aeropuerto. Se acabó la historia de los kioscos que sólo tienen cierto tipo de revistas, y si pides algo diferente, no hay.
La única cuestión sería una estandarización de los formatos, reduciéndolos a 3 ó 4, y de los tipos de papel.
Roger, si bien con los libros veo muy factible la impresión bajo pedido, no creo que con las revistas se pueda hacer del mismo modo.
Son dos problemas los que veo, el primero es la diferencia entre un libro, el cual suele ser objeto de una lectura más profunda y pausada, amén de que no importa esperar una ó dos semanas para leerlo, y la revista, que suele ser un objeto de lectura rápida, en algunos casos superficial, con varios contenidos independientes y que raramente se lee en su totalidad, pero en la que se busca una inmediatez a la hora de tenerla disponible.
Por otro lado tenemos el aspecto de la manufacturación, aunque me refiero sobre todo a la encuadernación la impresión no es menos complicada, el libro, por regla general, es solo texto, en algunos casos las pocas fotos ó dibujos que lleven son un simple apoyo al contenido en si y cuya calidad de impresión no tiene por que ser de una calidad extrema (evidentemente dejo en un aparte los libros de arte, fotografía y similares en los que pasa justo lo contrario), por el contrario, las revistas, llevan una gran profusión de fotos y la calidad de la impresión exige unos mínimos que implica tener unos conocimientos y maquinaria específicos.
Sobre la encuadernación pasa algo parecido.
Sería necesario, tanto en librerías como en kioskos, una reestructuración muy profunda que sería mucho más factible en las librerías, en los kioskos resultaría bastante complicado y costoso, además también haría falta un cambio de mentalidad en el comprador.
Al menos esa es mi visión y aun se podrían debatir muchas otras opciones.
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