Me encanta esta novela porque da al traste con las formas ortodoxas de novelar, siguiendo modelos precisos como el Ulises o En busca del tiempo perdido o Rayuela; en Palinuro se desdibujan las voces narrativas y se hacen una y la misma: ¿quién cuenta tantas cosas?: nadie reconocible, ubicable, sino un coro compuesto por Palinuro, Molkas, Fabricio, el general que tiene cien ojos de vidrio, don Próspero, la tía Luisa, mamá Altagracia, el abuelo Francisco…: unos y otros se arrebatan la palabra y llevan el discurso por donde quieren hasta que otro se las quita y hace lo propio. Por lo mismo los protagonistas son también esquivos en el sentido deliberado del término, dejan de ser ellos mismos para metamorfosearse en otro, en otros: los linderos de la unicidad se diluyen a favor de lo múltiple: es, así, una novela polifónica, compuesta de muchas voces y de distintos caracteres. Y ojo, ese vaivén no la vuelve confusa, deshilachada, sino le da una fisonomía coherente y distinta a cuantas conocía en nuestro medio.
Ignacio Trejo Fuentes festeja Palinuro de México en Milenio. Ahora que recibirá Fernando del Paso el premio otrora llamado Juan Rulfo, es bueno recordar una de las mejores novelas del siglo pasado, secreto bien guardado también.
Quien no la haya leído nunca podrá conocer la felicidad, quien no la haya releído nunca, nunca podrá dejar de estar nunca.
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