Sobre el arte de editar e incurrir dichoso en las erratas, entre otros menesteres de los libros, su gozo, su hechura y algunos ensayos sobre variopintos temas.
viernes, diciembre 01, 2006
Si no me quieres comprar, y yo no quiero vender... ¿o cómo?
Mucho hablamos sobre el cambio que significa, significó y significará (¿no es hermosa la obsesión de la lengua española, y por ellos de todos nosotros sus escribientes y malhablantes, por el tiempo? No conozco referencia alguna a ningún idioma, digo, porque decir que no conozco idioma ciñe todo a mi memez, donde la obsesión por la sucesión exacta de los sucesos: ¿sucedió antes de algo que ya había sucedido, o sucedió y dejó de suceder cuando algo antes también lo había dejado, o sucedió pero dejó de suceder después de que ese algo antes dejara también de hacerlo o, por el contrario, sucedió y sigue sucediendo aun cuando aquello antes de lo cual había iniciado dejó de suceder? sea tan sistemática y haya sido elevada a norma del lenguaje). Pues hablamos del cambio en el comercio de los libros propiciado por la red. Y es un cambio mayor. Pero hay otro, muchísimo más amplio, en sus efectos, pero muchísimo menos difundido: la filatelia. Relato los sucesos tal cual sucedieron, no añado ni elimino nada, al menos no lo hago por mor de exactitud ni embellecimiento. Ayer noche, mientras esperaba el cambio de poderes en México, se me ocurrió buscar los tesoros que señala Tusitala Philatelica, todos los timbres sobre don Roberto Stevenson. Algo tuvo que ver, de cierto, pero sólo los dioses lo saben, que el taxista de ayer mañana se llamara Rubén Agonizante, imagino. Había preguntado en las únicas dos tiendas filatélicas de la ciudad de México, las únicas dos con local, digamos, y ninguna de las dos tenía timbre alguno. Y pensé en la red y en uno otro de sus ensayos: ebay. Pues antes de que el nuevo presidente fuera presidente a secas y el anterior se volviera lo que ahora es, anterior, había conseguido el 80% de los timbres señalados por los amigos de la tusitala filatélica. A buen precio. Claro, no a precio de Catálogo, sea Scott o cualquier otro (el equivalente filatélico del precio único) dedicados, los catálogos, a reunir toda la información sucesiva sobre los timbres. La filatelia clásica, la dedicada a reunir todos los timbres de un país, o de un grupo de países o de un lapso determinados, se ha vuelto cada día menos interesante. ¿La razón? Que todo el siglo XX filatélico es punto menos que sencillo encontrarlo, más con internet. Pero nacen nuevas filatelias, las temáticas. Las aviares, las caninas, las filosóficas, las músicas, las núdicas y las erráticas. Claro, defiendo la temática pues es la que ensayo, y ensayo sobre ciertos pintores, por ejemplo, o sobre escritores, o sobre músicos. Y hay pocos catálogos que indiquen todos los timbres sobre Van Gogh, por ejemplo, aunque nacen ya de caninos, o flores y circula un album de Picasso. Y el cambio es radical. Primero, porque es prácticamente imposible no encontrar un timbre, caso contrario al de la distribución tradicional donde las probabilidades indican que es mucho más factible no encontrar algo que encontrarlo. Explicado por el segundo aspecto, donde la cantidad de ofertantes crece exponencialmente, desde luego, pero también la cantidad de ofertantes pertinentes, digamos, los que comparten los intereses de uno. Algo parecido sucederá con los libros. Hay cada día mayores ofertantes, aunque todavía no suficientes compradores. Es más fácil desear que me lean a desear leer al de junto. Pero ya sucede en cuanto a libros. Si no considero el precio, no hay libro que no haya encontrado. (Excepto uno, pero harto raro: la conferencia de Christiano Wolfio sobre Cunfucio, que le costó el puesto. Encontré la facsimilar de la traducción inglesa, pero agotada.) Hasta los originales de Mateo Ricci, por ejemplo, o faccimilares de sus traducciones al Chino o de su diccionario chino-portugués, por mencionar rarezas. Pero, digamos, conseguir la colección completa del anuario New Directions no es complicado ni tampoco caro. Claro, conseguir, por ejemplo, las ediciones de alguna universidad del norte del país me es posible, porque conozco a la directora de publicaciones, de otro modo sería imposible. Casi nadie, ni autores, ni editores, ni traductores, ni distribuidores ni libreros nos hemos enterado de la existencia de internet. Sólo, nosotros mismos todos, quizás, en tanto lectores. Pues encontrar un timbre de Samoa de los años treinta era difícil, ahora es sencillo. Lo complicado es el propio correo, al menos en México, asunto fundamental, desde luego, para esa oferta pertinente. Recibí, en la semana, pese al atropellamiento del cartero de la colonia, sin graves consecuencias pero de hospital, las obras completas de Swift en edición del XIX, una obrilla de Andrew Lang y las cartas de Stevenson hecha en su vida. Me pareció harto curioso que el último libro lo conocía bien, visualmente, valga decir, pues por medio de Gallica, de la Bibliboteca Nacional de Francia, había bajado ese libro, esa misma edición, en formato digital y era, de hecho, la que había leído y ahora quiero editar. Sea, pues. Busquemos refugio en internet ahora que la FIL es tan parecida a un festival con luminarias y alfombras rojas y donde los libros dejan de tener importancia alguna. Sencillo, busquemos ese nuevo espacio que nos permitirá crear no sólo nuevos caminos para comercializar, que no lo son, sino nuevas maneras y nuevas formas de hacerlo, muy distintas a las anteriores y, por ello, harto interesantes. Busco también, recuerdo ahora, la Historia química de una vela del grande Faraday. ¿Dónde buscarla?
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