La queja por los demasiados libros es constante, pero ahora hemos de quejarnos más por los demasiados editores o, peor, por los demasiados autores. Leo en una nota:
Más de 1.700 editoriales de las 2.056 que se constituyeron en 2005 corresponden a la figura del autor-editor, según cifras de José María Barandiarán, consultor del sector del libro.
La democratización de la edición tiene, no obstante, algunos inconvenientes de cara a la calidad del producto: «Los libros son peores en cuanto a la corrección del texto, por la velocidad y la facilidad a la que puede plantearse la publicación y por el hecho de que no hay detrás un editor que se preocupe de corregir el contenido», dice Barandiarán.
Claro, viene a ser lo mismo, con la salvedad de que publicar cada día es más barato, aun cuando implique una calidad mínima o de plano inexistente.
Lo mismo pasa en internet. La inteligencia colectiva en este medio nuevo vendrá dada, sin dida alguna, por quien aprenda a filtrar toda la información sin censurarla, es decir, quien logre organizar toda la información generada mediante índice inteligentes y creativos, por una parte, y por otra, logre generar grados confiables de calidad, no ceñidos a los gustos propios. Inmensa tarea que todavía no queda claro por dónde pueda llegar. Es imposible hacerlo por medios humanos, debe hacerse por medio de programas.
Algún tiempo leí con regularidad una lista de correos sobre programas creadores de índices, copia contenidos, digamos. Y uno de los problemas básicos, en ese entonces, era el derecho los creadores o usuarios de esos programas para mandarlos a navegar y seguir todos los vínculos encontrados. Generaba un problema de saturación. Si concedemos que una persona, cualquier persona, tiene derecho a entrar en cualquier página, digamos si es adulto y en goce de sus derechos civiles, para no complicarnos por ahora, ¿su programa tiene los mismos derechos que él, es decir, lo representa? Igual con un coche. Excepto en casos específicos donde por una u otra razón esté prohibida la circulación para todos, la libertad de tránsito implica la libertad de tránsito en mi coche, sea propio, alquilado o contratado por medio de otra persona.
Pero en el caso de los índices, bien poco se avanza en el tema. Organizar es una labor de la inteligencia, y a veces falta en un medio demasiado amplio.
Alfonso Reyes, optimista irredento, hablaba de la inteligencia colectiva: entre todos lo sabemos todo. El problema es que, si cierto, implica lo contrario: entre todos lo ignoramos todo, problema fundamental de internet y, pronto, de la edición: ofrece todo el saber a cambio de ofrecer, también, toda la ignorancia. Ya no sólo habrá demasiados libros, habrá demasiados libros malos, y olvidamos que el único responsable, por definición, de un libro malo es su editor.
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