Habito con mayor soltura la imprudencia o el cinismo, antes de sentirme cómodo en el valor civil. Pero, a riesgo de ser acusado de las dos antes dichas, nuncamente de la tercera tan cívica, debo dejar escrita la primera regla para redactar una fe de erratas.
1. Para redactar una fe de erratas es necesario, antes que nada, haberse equivocado.
Hay quien sostiene la necesidad del valor cívico para decir obviedades, pero lejos está de mis afanes. Para demostrar mi aserto simple, procederé por el método clásico de la reducción al absurdo. Supongamos, entonces, que el libro al cual se le quiere incluir la fe de erratas, y por el dicho deseo se precisa redactar la fe misma, no contiene error alguno. Huelga decir entonces que, al no tener errores, no es menester señalar ninguno y, por ende, la fe de erratas quedaría vacía.
Los lectores atentos, dicen que los hay, habrán notado dos supuestos más que pasaré a detallar en mi siguiente entrega.
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