Sobre el arte de editar e incurrir dichoso en las erratas, entre otros menesteres de los libros, su gozo, su hechura y algunos ensayos sobre variopintos temas.
domingo, enero 22, 2006
Teorías de la mugre
La mugre, ese reducto en donde tan bien apacentaban algunos seres y muchas ideas, esa suciedad grasienta, como la definían los clásicos, ese producto del descuido y la dejadez, de la desidia y el abandono (de ahí su nombre, que viene de moho), del polvoso paso de los años y el lento abandono de la oscuridad y el encierro, la mugre, pues, también se vuelve macarrónica, aséptica. Si en los Cantos de Maldoror el bueno conde podía decir: Soy sucio. Los piojos me roen. Los cerdos vomitan al mirarme, ahora todo parece cuestión de perspectivas, de marcos conceptuales, de usos y costumbres. Todo a cuento porque leo un manual de conservación (Science for conservators, vol. 2. Cleaning) donde la Unidad de Conservación de la Comisión de Museos y Galerías del Reino Unido define la mugre de la manera más aséptica y políticamente correcta: la mugre es todo material que se encuentra en el lugar equivocado. No es, pues, ya la mugre sucia, no es ya lo grasiento su nota distintiva. Es sólo estar en el lugar equivocado. Desde luego, equivocado para la comisión o, en dado caso, para el conservador. En las épocas, ahora idas, de las definiciones generales, limpiar era eliminar la mugre, no desplazar los materiales a sus lugares correctos. Limpio, curioso, era lo contrario de sucio. Y lo sucio, había que limpiarlo. Y me salta de pronto el problema, definir por la excepción, imperio posmoderno. Pues, si bien es cierto, que en algunos pocos casos lo que consideramos sucio o, por extensión, inútil, no lo es en esos pocos casos y valiera llevarlo a buen resguardo, es excepción, no regla y, por ello, no podemos gobernar la práctica de la limpieza o exploración por su medio. Quieren lograr definiciones tan ligeras e inocentes, que no molesten a nadie, que olvidan el uso fundamental de una definición como la que ensayan: guiar. Porque más valdría unos cuantos consejos simples y de sentido común para el conservador, que definiciones ascépticas. Pero, curioso, al explicar las razones por las cuales ese material externo se ha unido al documento o pieza por limpiar, termina por detallar aquellas propiedades que tan bien definían a la suciedad grasienta y, previene, de la misma manera que los manuales antiguos: que nunca el remedio sea peor que la enfermedad. Que limpiar desgasta, que si algo está adherido a un documento, despegarlo sin cuidado causará daño. Pero al darle contenido a esas ideas por medio de la ciencia actual, no invalida, sino refuerza muchas de las intuiciones anteriores y permite profundizar y perfeccionar métodos nuevos. Claro, hay limpieza química inaccesible hace treinta años y compuestos insospechados. Juan Almela padre, autor del bello Higiene y terapéutica del libro, se felicitaba de haber encontrado en México el cemento Duco, con el cual logró grandes restauraciones, con los compuestos actuales, haría muchos milagros formidables, pues lograría eliminar mucha de la suciedad grasienta ante la que tuvo que reconocer su derrota en esos tiempos. Única derrota, pues sus métodos han resultado inventivos y precisos y, ay de la posmodernidad, su prosa es mil veces más limpia y pulcra que la de muchos escritores. Pues tener las ideas claras, libres de mugre, siempre ha resultado en frases cadenciosas.