¡Filtros, filtros, filtros, necesitamos filtros!, nos dicen una y otra vez quienes defienden la superioridad moral del papel negando su dignidad. ¡Qué alguien nos diga si lo que se publica es bueno! Pues sí, quieren una guía y la guía no existe y, por desgracia, no existirá.
En burlas veras decía sobre el simposio malhadado, segundo él, que necesitan saber de antemano si un libro es bueno o malo porque temen que les vaya a gustar mucho algún libro malo. Claro, se habló de Joseph Philip Roth y Wikipedia. ¿No es el autor, decían, la mayor autoridad sobre su obra? Concedamos que sí, el problema, como bien señalada Cory Doctorow, es que la autoridad central en Wikipedia no existe, es una autoridad sin centro, cambiante. Necesita una fuente externa, en primer lugar, y secundaria, en este caso alguien distinto al autor. ¿Por qué?, porque es un proyecto comunitario. El resultado no es nada malo, debemos decir, aun cuando tenga sus asegunes.
¿Y los libros? Hay muchas confusiones. No creo que la proporción de libros malos haya aumentado en los últimos cien años. Sólo si no han ido a librerías podrán asegurar que la mayor proporción de lo que se edita es bueno. Seguimos con una actitud reverencial a lo impreso, como si fuera palabra sagrada. No lo es. Si está impreso sólo significa que está impreso. Ni es un texto condenado a perdurar por todas las generaciones futuras ni es tampoco un texto merecedor de conservación o análisis. Hay libros sobre cómo realizar viajes astrales, cómo prepararse para su siguiente reencarnación (nunca hay, al parecer, una primera), cómo elegir marido o marida, cómo deshacerse de su marido o marida y un largo y enorme etcétera.
Sabemos ha mucho que si un libro se vende en grandes cantidades no significa que sea malo, como también sabemos que si un libro no se vende nada no significa que sea bueno. Que a David Markson le hayan rechazado más de 54 veces su novela no significa que todas las novelas rechazadas sean obra de un genio.
Filtros. La educación y la salud se han encarecido, precisamente, para establecer un filtro. La publicación académica también (en lengua inglesa).
Cuando iniciaron los podcast se decía que era el fin de la radio. No lo he escuchado, ese fin parece muy lejano. El problema, como en todo, no radica en la facilidad de publicar o no, el problema es que escribir, editar y publicar implican constancia y esfuerzo, que pierden muchos rápidamente. Muchos quieren dinero y buscan manera de vender su libro, como autores o como editores.
Los lectores de Quevedo no son legión y nunca lo serán. Pero es muy bueno que cualquiera pueda leerlo y cualquier pueda editarlo. Descubrir autores interesantes por medio de Twitter o Facebook o la publicación directa es una maravilla que muchos prefieren ignorar.
La mayoría de las personas en el mundo no lee ningún libro al año, así de sencillo. Quienes leen son una minoría que, por primera vez, tienen acceso a muchos libros y a publicar muchos libros.
Había y hay candado para que no se pueda leer (revisas académicas, libros digitalizados, libros electrónicos) y candados para que no se pueda publicar. Desaparecen, pues es imposible mantenerlos con los libros electrónicos.
Hacer público no significa hacer público lo bueno o lo apreciado, significa hacer público lo que sea, bueno, malo o regular. La tentación de la censura es enorme y es peor cuando toma la forma de límites comerciales, defensa de derechos o salvaguardas ideológicas, religiosas, etc. El acceso absoluto no disminuye ni elimina el valor, lo restituye a su dimensión comunitaria, precisamente la preocupación de muchos.