Sobre el arte de editar e incurrir dichoso en las erratas, entre otros menesteres de los libros, su gozo, su hechura y algunos ensayos sobre variopintos temas.
jueves, septiembre 08, 2011
Michael Stern Hart (1947-2011) y el silencio
Gutenberg imaginó con precisión la copia mecánica. Quiso, en un inicio, alcanzar la rapidez. No deseaba mucho, reducir a la mitad el tiempo empleado para hacer una copia hermosa y legible de cada libro, la Biblia, para el caso. Murió pobre y más o menos en el olvido. Nunca imaginó y nunca comprendió la magnitud de sus afanes. 1450 marcó el calendario. Cambió al mundo y nos llevó al reino de la copia mecánica. Nadie imaginó entonces la Ilustración, los derechos humanos, la democracia moderna, la alfabetización, las bibliotecas, la división de poderes, las novelas, los periódicos, las revistas...
Michael S. Hart murió el día de ayer y ningún periódico del mundo dedicó sus ocho columnas al duelo por esa muerte. No fue tema en las redes sociales, no motivó reflexiones, casi tan desconocido como Gutenberg, como llamó a su proyecto. Cuando algún historiador futuro imagine cómo habrá sido el año de 1971, nacimiento del primer libro digital y, para toda la eternidad, nacimiento del proyecto Gutenberg (¿estamos entonces en la versión gutenberg 2.0?) 521 años después del primero, no comprenderá que pasó casi inadvertido y que a la muerte de su creador casi nadie parece enterarse. En el año de 1971 nació, para efectos prácticos, la copia digital. Hart se dio cuenta, al no poder enviar el primer libro electrónicos a todos los entonces pocos habitantes de internet, que el valor de almacenarlo y dejar que cualquiera lo copiara, volvía eterno en verdad el libro, pues la copia digital no es de menor calidad que el original. Logró, pues, que de cada libro haya tantos ejemplares como se quiera idénticos todos a sí mismos. Todos los libros, entonces, pueden estar en todo lugar en todo momento. Después vino la tinta electrónica (que agradezco y me convirtió en lector digital), las peleas por los derechos de autor, las demandas, las quiebras, la desesperación, la desaparición y no tenemos idea del rumbo que tomará la sucesión de efectos y causas. Borges imaginó una biblioteca infinita, que no lo era, pues pese a ser muy, muy grande, en realidad es finita. No cabe en nuestro universo, de tan grande, pero es finita. Hart imaginó una biblioteca absoluta, replicante, con el número exacto de ejemplares como número de lectores de cada libro existan y existirán. Práctico, la puso en marcha y camina y es mucho mayor de lo imaginado. Murió Hart y casi nadie se enteró. Murió Hart y el silencio de su muerte es doloroso.
Estas líneas atestiguan mi tristeza...
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1 comentario:
Quizá su nombre se mantuvo en la oscuridad, pero seguro que los miles (millones) de usuarios y colaboradores de Project Gutenberg agradecen su iniciativa.Su obra le sobrevivirá, ¿no es esto la inmortalidad?
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