domingo, agosto 01, 2010

La serenidad del saber




No hay lectura más lenta, más íntima, que la copia. Y la copia sirve, también, para la memoria. Ninguna lectura más extrema que memorizar. Palabras que resuenan y reverberan, que siembran y cosechan, que dan frutos. Anidan, crecen, se reproducen. Se vuelven, después de mucho repasarlas, propias. Adquieren sentido. Ahora, con el cortipegar, creemos poseer un texto cuando, en rigor, el texto nos posee, pues somos sus rehenes y sus adoradores. Pensamos en lo mucho que tenemos en nuestras memorias que no son nuestras. El libro era, en palabras de Borges, una extensión de la memoria. Ahora se torna una forma más del olvido. Ya no leemos, saltamos de páginas. ¿Para qué alguien desearía llevar consigo 2000 títulos distintos?: para no leer, para imaginar leer, para sentir que lee, para gozar con la idea de sí mismo leyendo, pero no para leer. Leer implica dedicación y tiempo, lo cual es imposible con 2000 títulos.

Phillip Patterson se dio a la tarea de copiar la Biblia a mano, en hojas blancas enormes, con renglones dibujados a lápiz y luego borrados. Espera acabar en 2011, 500 años después de la primera edición de la King James, que copia. Laura Gazler fotografía la empresa.

Además decidió encuadernar los libros, unos ocho volúmenes resultarán, también a mano. Una forma extrema de hacer libros, una forma íntima, una forma sabia.

Y entonces, ante el comentario de Mike Cane, inteligente en muchas cosas: If those eBooks had an average selling price of $4,99, a Kindle could contain $17,465.00 worth of books inside.

La falta de portadas que menciona:




salta la realidad más extraña: los libros electrónicos no están dirigidos a los lectores, sino a los no lectores. Los libros electrónicos tratan de hacer que quienes no leen compren libros electrónicos. A nadie le preocupa si los leen o no. De hecho no es lo más importante. Lo fundamental es que tengan la sensación de que leen al tener en un dispositivo (el cacharro-libro como lo llama Marta Peirano) muchos libros. Muchos. Y la sensación de que valen mucho y so son muy importantes. Claro, nadie les quiere decir que el valor y la importancia radican en leerlos. Si alguien lee un libro al año por 50 años puede leer 21 900 libros en su vida. Si lee un libro cada dos días puede leer 10950. Cada tres días y estamos ya en 7300 libros. Si saltamos a uno a la semana puede leer en 50 años la cantidad de 2600 libros. Leer un libro cada dos semanas nos arroja el total de 1300 libros. 13 libros al año, más de uno al mes, nos deja la cantidad nada impresionante de 650 libros.

¿En verdad alguien quiere 3 500 títulos en un cacharro-libro? Nuestra extraña adicción a sentir que elegimos, que podemos elegir, que tenemos un mar de posibilidades (imagino que es marca registrada lo de mar de posibilidades). Cada libro de 1312000 caracteres, como obliga La biblioteca de Babel.

El gesto de Phillip Patterson es absoluto, quiere leer del modo en que ya nadie lee.

2 comentarios:

  1. Me encantó el artículo. Ya mismo se lo copio a todos los libreros de Córdoba ( Argentina) que creen , piensan, fantasean que en 5 años se deberán decicar a otra cosa.

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  2. Muy interesante el artículo. En honor a la verdad, ningún formato es excluyente. El formato electrónico viene muy bien para los libros que son de consulta: diccionarios, enciclopedias, manuales... Y ya que existe esa posibilidad, ¿por qué no contar con la posibilidad de leer literatura en formato electrónico? En cuanto a las portadas, pasará como pasó antaño con los "Emblemat"a de Alciato: basta que a algún editor se le ocurra incorporarlas para que empiecen a ser apreciados los libros por eso. No sé por qué nadie ha visto aún ese filón de combinar letra e imagen.

    Otra observación: Falta una letra en el segundo verbo de este párrafo: "Y la sensación de que valen mucho y so muy importantes"

    Un saludo cordial

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