sábado, diciembre 05, 2009

El olor de los libros viejos

Aparece en Analytical Chemestry un artículo bastante interesante sobre el olor de los libros antiguos o viejos, degradonomía material. La idea es bella, aunque la degradonomía es un tanto extraña, como palabra. Los libros se deterioran, por muchas razones: la cantidad de ácido que contiene el papel, cuánto ataque ha sufrido de parte de organismos (bacterias y hongos, sobre todo), de parte de insectos y otras alimañas (entre las cuales incluyo a esa plaga infame de los homo sapiens sapines, que tantos libros han desaparecido), el ataque disfrazado de conservación (asesinan la encuadernación para salvar el libro, lo lijan con gomas suaves para evitar el dañino tratamiento químico, lo torturan gentilmente con ácidos amigos). Huele, y entre peor se encuentra, peor huele. En el artículo señalado tratan de crear una expresión numérica a esos daños por medio del olor. El siguiente paso, desde luego, donde radica mi entusiasmo, es construir un medidor de esos compuestos orgánicos (y semi orgnánicos) volátiles, medidor exacto que nos diga cuál libro, o documento, precisa intervención urgente. Claro, se limitan a ciertos indicios, indicios sobre el deterioro del papel por el papel mismo, es decir, por cómo reacciona el papel, a partir de su producción, de su hechura, con el ambiente a lo largo del tiempo. Es, pues, el inicio, pero no estará lejos, espero, un aparato sencillo y barato para diagnóstico de libros y de colecciones. Porque bien visto, la duración del papel se mide en milenios, ya quisieran los libros electrónicos durar al menos decenios...

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